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El "modelo K" y la promesa incumplida de un paí­s en serio

El "modelo K" y la promesa incumplida de un paí­s en serio
25/05/2013 - 03:05hs
El "modelo K" y la promesa incumplida de un paí­s en serio

"Un país en serio": ese era el eslogan de la campaña electoral que, hace 10 años, postulaba a Néstor Kirchner como presidente.

Y aunque los publicistas lo fustigaban como uno de los peores eslóganes de toda la historia del marketing político argentino, hay que reconocer que la frase estaba en sintonía con lo que la gente sentía.

En aquellos días, como suele recordar Cristina Kirchner, las ahorristas golpeaban las chapas de las fachadas de los bancos y el desempleo había escalado por encima del 20 por ciento.

En ese contexto, el debate sobre "modelos de país" no tenía mucho rating.

Se sabía lo que no se quería -la tragedia de los cuatro años de recesión y su consecuencia de caos social- pero no estaba claro cuál sería el programa que reemplazaría al del denostado menemismo.

Una de las pocas cosas que generaba consenso en la población en ese momento era que, por nada del mundo, se debía frenar la incipiente recuperación iniciada a fines de 2002.

Atento a esa situación fue que Kirchner aceptó dos condiciones que evidentemente le disgustaban: llevar como vicepresidente a un ex menemista como Daniel Scioli y, sobre todo, garantizar la continuidad de Roberto Lavagna en el Ministerio de Economía.

Era, desde su punto de vista, un "mal necesario": para la gran mayoría del país, este gobernador de la lejana provincia de Santa Cruz era casi un desconocido.

Su esposa, en cambio, la senadora Cristina Fernández, era una figura con mayor presencia en los medios desde los tiempos menemistas, cuando emergió como la más rebelde legisladora de la bancada peronista.

Kirchner, que enarbolaba un discurso vagamente "productivista", no terminaba de despertar confianza en el electorado, especialmente en la clase media.

Una vez en el poder, ratificó la política de dólar alto, estímulo de la demanda, la fuerte intervención estatal y el mantenimiento de las medidas que se habían adoptado para superar la emergencia de 2002.

Más allá de matices, no había en ese momento espacio para grandes discrepancias y hasta el FMI aplaudía la gestión de Lavagna, avalando su idea de evitar un desplome en el tipo de cambio, ya que esto pondría en riesgo el incipiente proceso de sustitución de importaciones.

En ese entonces el "modelo" era un mix de medidas. Pero lo importante era la convicción que la dupla Kirchner-Lavagna tenía sobre la necesidad de empujar un crecimiento acelerado, unida a la búsqueda de mantener un superávit fiscal como hacía años no se veía.

Y además, claro, se agregaba la promesa de normalizar relaciones con la comunidad financiera internacional, con el inicio de la negociación del default soberano más grande de todos los tiempos.

Fue un duro proceso de dos años que finalizó con un 75% de quita para u$s100.000 millones en bonos, aceptado por tres cuartas partes de los acreedores.Las empresas, preocupadas por sus propias renegociaciones del -también récord- default privado, apoyaban un "modelo" que garantizaba una acelerada recuperación.De lo transitorio a lo permanente

En ese entonces, la política económica contenía varias iniciativas que disgustaban al empresariado, pero también había una aceptación de que el país estaba en emergencia y que había que tolerarlas.

Así, lo que caracterizó a los comienzos del modelo fue un total congelamiento de las tarifas de servicios públicos y una dura reprimenda por parte de Kirchner a los directivos de las empresas privatizadas, a quienes acusó de haber fomentado el descalabro económico de finales de la convertibilidad.

La agresividad con los inversores no se limitaba a los tradicionales "malos de la película", como bancos y privatizadas -que ya sufrían la antipatía popular- sino que se extendió a toda la cadena productiva.

Fue allí cuando las retenciones a las exportaciones comenzaron su carrera ascendente hasta el actual nivel de 35%.

También de esa época datan los primeros controles de precios, con medidas intervencionistas en los mercados de combustibles, carne e industria láctea.

Con el paso de los años y la consolidación de un crecimiento a "tasas chinas", empezó a quedar en claro que mucho de lo que había sido anunciado como transitorio se convirtió en permanente.

Y no sólo eso, sino que algunos de los rasgos más ríspidos del "modelo" empezaron a acentuarse, de forma tal que los discursos agresivos dieron lugar a un plan de re-estatizaciones.

Las intervenciones en las actividades empresariales dejaron de ser la excepción para transformarse en la norma.

Uno de los hitos, poco recordados, fue la pelea con el entonces titular del Banco Central, Alfonso Prat Gay (año 2004), por el destino que había que darle al dólar.

Todos los países avanzaban en su debilitamiento (entraban muchos capitales a la región) pero el economista no pudo convencer a Kirchner de seguir esa misma línea.

El entonces Presidente quería un dólar alto, lo que motivó el alejamiento de Prat Gay y la llegada de Martín Redrado. Un año después, la paridad seguía siendo 3 pesos por dólar -tal como quería Kirchner- mientras que en Brasil el billete verde se había desplomado a cerca de dos reales.

Pero su intención traía aparejado un tema no menor: la inflación en Argentina ya había trepado al 12%. En buena medida, por la gran emisión de pesos que debía realizar el Banco Central para absorber ese excedente de dólares que amenazaba con desplomar el precio del billete verde en el mercado interno.

Justamente, ese repunte de la inflación marcó el inicio de un encadenamiento de controles de precios con resultados insuficientes. Y, finalmente, llegó el gran "hito", a comienzos de 2007: la intervención del Indec.

En el medio de ese proceso, Kirchner tuvo otros gestos más evidentes de profundización de su estilo político. Uno de ellos fue darle las gracias a Lavagna por sus servicios prestados y comenzar con la etapa en la que el propio Presidente oficiara como ministro de Economía.

Su gran medida simbólica a los pocos días del alejamiento de Lavagna fue la cancelación de deuda con el FMI, nada menos que con un pago al contado, para el cual se sacrificaron reservas por u$s9.810 millones.

Kirchner no tuvo ambigüedades respecto de qué significaba para él esa decisión: era el precio de la libertad.

"El país será otro: tendrá soberanía política e independencia económica", afirmó en un eufórico acto en el que la noticia se celebró como un auténtico hito independentista.

A esa altura, el inicial consenso sobre el modelo comenzaba a flaquear y empezaban a oírse fuerte las voces que reclamaban un giro.Mismo modelo, dos caras

Finalmente el cambio llegó, pero no fue en el sentido que pedían los críticos."Se fue la parte buena -que era el tipo de cambio competitivo y el superávit fiscal- y quedaron las distorsiones y la inflación", diagnosticaba López Murphy en 2009.

En estos días de debate sobre la "década kirchnerista", se ha vuelto común interrogarse sobre el cuándo y el por qué del cambio en el modelo.

Y, si bien es evidente que hay algunas modificaciones drásticas en el "relato" -como ahora ponderar al dólar barato como la herramienta para industrializar, con argumentos que rememoran a Domingo Cavallo-, no son pocos los analistas que creen que en realidad no hubo cambio sino continuidad.

El argumento es que el modelo siempre fue el mismo, pero que en su primera mitad agotó "los colchones" y ahora exprime las cajas disponibles apelando a medidas represivas.

Ese enfoque se sustenta en, por ejemplo, cómo Kirchner consintió el conflicto de "la 125" (con los productores de soja) y luego la reestatización del sistema jubilatorio.

O, luego, cómo Cristina llegó a extremos como el uso ilimitado de las reservas del Banco Central, el cierre importador y el cepo cambiario."El problema del modelo es que siempre fue inconsistente. Pudo sobrevivir al principio gracias a que tuvo con qué financiar esas inconsistencias", sostiene el economista Roberto Cachanosky.

En su visión, "el pecado original fue partir de la base de que primero se puede consumir y luego producir".

En tanto Eduardo Levy Yeyati, titular de la consultora Elypsis, considera que lo que cambió realmente fue la ilusión de que el "modelo K" podía llegar a quebrar el clásico ciclo de expansión, distorsiones, estancamiento y nueva crisis.

"Cabe pensar la década pasada no como dos etapas sino como momentos de un mismo proceso. Comenzó con un amplio margen (fruto de la devaluación y reestructuración de deuda) y se fue volviendo menos generoso a medida que esos márgenes se consumían", argumenta Levy.

Y señala como "marca de fábrica" del modelo K dos antiguos vicios argentinos: "El cortoplacismo y el rentismo, esto último entendido como la concepción de la economía como un capital no perecedero que nos da sus frutos sin necesidad de invertir muchos recursos".

Esta observación parece refrendarse con claridad cuando se observa la situación de la energía y la pérdida del autoabastecimiento ocurrida durante la década K, sin que la administración actual pueda acusar a un antecesor.

Hoy, en gran medida, el cepo cambiario puede ser atribuido a la "culpa" de las importaciones de energía, que se llevarán este año u$s7.000 millones.

Podrían mencionarse más señales de continuidad a lo largo del modelo K, como la posición fuertemente ideologizada sobre el mercado de capitales.

Mientras Bolivia debutó con una tasa inferior al 5%, la Argentina no tiene acceso al crédito. Y contrariando el discurso "desendeudador" de los funcionarios K, termina ofreciendo un blanqueo -premio de 4% incluido- para que los evasores traigan el dinero y ayuden a "financiar" el modelo.

"La economía argentina se parece a un almacén de barrio: vive de su cuenta corriente, no convoca a la inversión externa, mientras la realidad indica que se acabó el excedente de dólares", es el crudo diagnóstico que hace el economista Miguel Bein.Esperando el impacto

Para un gobierno que había llegado al poder con la promesa de hacer "un país en serio", la situación actual dista de obtener un "aprobado".

Con la segunda inflación más alta del mundo, apelando al uso de mecanismos de control de precios -que se revelaron fracasados desde los tiempos de la Revolución Francesa -un cierre comercial inédito y restricciones cambiarias que ya nadie aplica, difícilmente pueda argumentarse que el modelo haya ingresado al club de los "normales".

Peor aun, hoy se vive un atraso cambiario que recuerda al final de la convertibilidad -de lo cual da cuenta el regreso de los problemas de empleo- y una presión impositiva que pasó en una década del 19,3% al 29,4% del PBI, según una estimación del Instituto Argentino de Análisis Fiscal.

Y, además, empiezan a preocupar las dos últimas grandes cajas que sostienen la economía: la de las reservas del Banco Central y la del margen de rentabilidad de las empresas.

A 10 años, el modelo K se encuentra en su peor momento y no da señales de poder retomar un crecimiento fuerte, con el agotamiento del estímulo inflacionario como forma de sostener el consumo.

Para colmo de males, las grandes banderas ideológicas, como la recuperación de la industria y el modelo productivo, también aparecen bajo cuestionamiento.

Tal es así que, más allá de los discursos, pocas veces el país fue tan dependiente de una materia prima como hoy lo es de la soja.

En definitiva, el cumpleaños número 10 del modelo aparece con pocos motivos de festejo. No tanto por los altibajos de los indicadores, que son inherentes a los ciclos económicos. Sino porque es un proceso que se había iniciado como una declaración de principios contra todos los vicios, pero ahora se está pareciendo demasiado a momentos mal recordados de la historia económica argentina.

Mientras se aferran a los u$s200.000 millones que tienen guardados bajo el colchón, los argentinos esperan para ver si "el modelo" podrá escapar de un final poco feliz.

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