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Soja+Chevron= smartphones: la versión K del antiguo slogan desarrollista

El kirchnerismo desempolva el slogan desarrollista de los 50. Pero el mundo ya no es el de Frondizi
25/09/2013 - 15:40hs
Soja+Chevron= smartphones: la versión K del antiguo slogan desarrollista

"Carne + petróleo = acero". Ese era el lema del movimiento desarrollista liderado por Arturo Frondizi, quien llegó a la presidencia en 1958 y fue derrocado en 1962.

El concepto detrás de esa fórmula implicaba que la Argentina tenía un fuerte obstáculo en su desarrollo industrial: la falta de autoabastecimiento energético. Esta situación la obligaba a destinar a la importación de combustibles una parte sustancial de los dólares que le dejaba el campo, con lo cual no quedaban divisas suficientes como para comprar maquinaria. Así, la inversión productiva nunca podía acompañar los momentos de crecimiento alto del país y se producía el estancamiento, que generalmente terminaba en una fuerte devaluación.

A este ciclo se le llamó "stop and go", y es desde hace por lo menos 70 años el gran estigma de la economía argentina.

Frondizi creía que, si lograba liberar al país de la necesidad de importar petróleo, entonces los dólares de la carne quedarían libres para crear una industria pesada y financiar infraestructura.

Varias décadas después, es notable comprobar lo poco que ha cambiado el debate argentino: el gobierno de Cristina Kirchner, que acaba de firmar con evidente disgusto un acuerdo de inversión con la petrolera estadounidense Chevron, justifica con los mismos argumentos su viraje discursivo.

"Si seguimos dependiendo de la importación de combustible y de energía, vamos a ir perdiendo competitividad. Por eso apostamos fuertemente a la inversión extranjera que venga a ayudarnos", dijo la presidenta en un reciente acto en el parque industrial de Berazategui. En esa oportunidad, igual que en sus habituales "editoriales" de twitter, Cristina se mostró ofuscada con quienes critican el acercamiento a Chevron, a quienes acusó, en el mejor de los casos, de "gataflorismo", y en el peor, de buscar el fracaso de la reestatizada YPF.

Ante las críticas, expuso el irrefutable argumento de que "un pozo no se perfora con un préstamo del bicentenario, ni una petrolera se funda con un préstamo del Banco Nación". Pero, sobre todo, la presidenta desempolvó el viejo discurso desarrollista, al condicionar el futuro de la industria con la suerte que tenga la asociación de la petrolera con las empresas extranjeras. LA REINDUSTRIALIZACION INVISIBLE

No es un desafío fácil para el "relato" kirchnerista justificar ante sus bases la alianza con Chevron y hasta la represión policial a quienes protestan contra este acuerdo.

Y es allí donde juega el argumento industrialista: quien se opone al contrato con Chevron, se opone al modelo de reindustrialización. O, parafraseando al viejo eslogan desarrollista, lo que está planteando el kirchnerismo es algo así como "soja + Chevron= smartphones".

Es decir, si todo sale como se espera en Vaca Muerta, entonces los dólares de la exportación agrícola ya no deben usarse para comprar gas de Bolivia, y puede equiparse una industria que ponga a la Argentina a tono con los países que lideran la carrera tecnológica.

Aquí es donde llegan las dudas. Porque si bien, aun con reparos, buena parte el ámbito económico justificó el acuerdo con Chevron, en cambio no está tan claro que el neo-desarrollismo insinuado por Cristina tenga el mismo consenso.

Para empezar, desde los lejanos tiempos de Frondizi, el mundo ha visto decenas de casos de industrialización exitosa en países que no tienen recursos, mientras que otros que nadan en petróleo han fracasado en sus políticas, tanto que se ha llegado a hablar de "la maldición de los recursos naturales".

En todo caso, aun asumiendo que sea cierta la premisa según la cual el autoabastecimiento genera industria, no parece haber sido buena la experiencia de la "década ganada". Hasta 2010, a pesar de su producción declinante, la cuenta de energía todavía era superavitaria para el país, y sin embargo los resultados de la industrialización fueron pobres.

Una investigación de Rogelio Frigerio, descendiente de uno de los máximos referentes del desarrollismo, argumenta que, a contramano del "relato" kirchnerista, no ha habido un proceso industrializador. El peso relativo de la industria respecto del total de la economía durante el período kirchnerista ha llegado a un 16,4 por ciento, lo cual la ubica debajo de la denostada década de los '90, cuando el promedio fue de 17,2 por ciento, se afirma en ese trabajo.

Y no sólo eso, sino que Frigerio sostiene, además, que el repunte industrial de los primeros años del kirchnerismo descansó sobre la capacidad ociosa de la industria reequipada en los años '90, así como en los precios inusualmente favorables que dejó la devaluación de 2002.

"La estructura productiva argentina continúa dominada por los servicios. Es más, a partir de 2007 se pone de manifiesto un aumento del peso relativo del sector servicios en detrimento de la industria y de la construcción, que bajaron con relación al nivel que tenían en 1998", dice Frigerio.

Y hay otros números que parecen darle la razón: en el plano del empleo, la industria no sólo se ha estancado sino que está perdiendo personal desde hace dos años. En contraste, el Estado creó un millón de puestos públicos, que es lo que explica que Cristina pueda exhibir una tasa de desempleo de 7 por ciento y la contraste con el drama que se vive en varios países europeos.

El otro dato clave es el destino de los dólares provenientes de la exportación agrícola -los que no se usan para importar combustibles, claro-. Y aquí es donde la realidad contradice el argumento de Axel Kicillof, según el cual la justificación última del cepo cambiario es evitar una devaluación y así permitir que la industria se pueda equipar comprando máquinas a un dólar barato.

Desde que rige el cepo, la importación de bienes de capital y de insumos para la industria se mantuvo estancada. En cambio, se disparó la compra de artículos de consumo (creció 18 por ciento el último año), así como la de autos importados de alta gama (subió un 10 por ciento). Pero, sobre todo, los dólares fueron a subsidiar el turismo en el exterior, que este año le costará 7.000 millones de dólares al Banco Central.

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Lo que se dice una forma rara de promover la industrialización. Y algo que ha dado pie a que los economistas criticaran la comparación que, desde el gobierno, se hace sobre el momento actual y el de "carne + petróleo= acero".

"En la época de Frondizi no había el mercado de capitales ni la Argentina tenía la soja. Entonces, todos los países de la región dependían exclusivamente de lo que exportaban. Pero hoy es diferente, y la prueba es que los países vecinos también están en procesos de fuerte crecimiento y no se quedaron sin dólares", observa Nicolás Dujovne, ex economista jefe del Banco Galicia.

COMPLICANDO AL CAPITAL

Y hay más contradicciones con el viejo desarrollismo de Frondizi. Tal vez la más notable sea el trato a la inversión extranjera. Para el ex presidente, no era concebible que la Argentina se industrializara sin un decidido apoyo al ingreso de capitales y tecnología del exterior.

Como describe el propio Rogelio Frigerio (padre) en su libro de 1983, las etapas del plan eran: "a) incrementar la tasa de acumulación de capital interno; b) fomentar el ingreso de capital y tecnología extranjeros; c)sustituir importaciones; d) diversificar exportaciones; e) ejecutar una política fiscal y monetaria subordinada al fin económico del desarrollo; y f) orientar las inversiones hacia los rubros más productivos".

El contraste con el kirchnerismo no puede ser más estruendoso. La suspensión de la inversión por 6.000 millones de dólares que la brasileña Vale do Rio Doce iba a ejecutar en Mendoza alcanzaría como botón de muestra. Pero sin llegar a semejantes niveles de "no inversión", otros ejemplos abundan, y casi a diario llegan noticias de empresas que deciden abandonar el país. El sector de la energía eléctrica, que está al borde del colapso y depende en los hechos de la asistencia estatal, es otro ejemplo claro.

Incluso el sector automotor, el mimado por el kirchnerismo, está suspendiendo turnos y, por lo bajo, sus ejecutivos se quejan de la pérdida de competitividad.

El clima de negocios hostil a las empresas extranjeras, con medidas tales como la prohibición del giro de divisas, implicó que, justo en medio de una inversión inusitadamente alta para los países vecinos, la Argentina haya captado una parte muy pequeña de la torta. Según los datos de Cepal, mientras se producía el gran flujo de capitales y la región subía a un ritmo de 31 por ciento anual en la captación de inversiones, la Argentina crecía apenas un 3 por ciento anual.

No es de extrañar que los que se muestren menos entusiasmados con la nueva fórmula desarrollista sean los productores sojeros, quienes ven cómo cada vez deben hacer un mayor aporte a la causa industrialista sin que haya resultados a la vista.

Por lo pronto, fueron los primeros en criticar el acuerdo con Chevron, Como Ernesto Ambrosetti, economista jefe de la Sociedad Rural, quien reclamó el mismo trato impositivo para el sector agrícola: "Si se eliminaran las retenciones agropecuarias habría un boom de inversiones que dinamizaría la economía, generando empleo y desarrollo al interior del país".

Y muchos creen que esto anticipa una serie de reclamos en donde el caso Chevron será el referente al que todos aspirarán.

Así lo ve Cristian Folgar, ex subsecretario de combustibles en el gobierno de Néstor Kirchner, para quien el acuerdo es reflejo de la debilidad negociadora de un Estado agobiado por la falta de resultados: "Chevron logró condiciones que se le niegan a cualquier ciudadano o empresa incluso dentro del sector energético. En rigor, lo sorprendente no es lo que logró Chevron, lo que sorprende es que las concesiones a Chevron se le nieguen al resto".MUSICA NUEVA, LETRA VIEJA

En este contexto, la aplicación de las viejas fórmulas aparece bajo serio cuestionamiento: los resultados del acuerdo con Chevron generan poco entusiasmo, los sojeros se muestran renuentes a seguir perdiendo rentabilidad en aras de una industrialización que nadie ve... Y, sobre todo, el mundo ya no es el de los '50. El mismo concepto de industrialización hoy es diferente, dado que la producción está globalizada y se hace en forma complementaria entre varios países.

Todo esto ha hecho que haya perdido su efectividad el viejo remedio de la protección arancelaria que en otras épocas permitía una sustitución de importaciones. Tanto, que algunos productos industrializados en Tierra del Fuego cuestan tantos dólares como comprar el producto terminado.

Lo que parece incambiado después de todos estos años es la preferencia de los políticos por el discurso industrialista. En esa materia, Cristina Kirchner no sólo ha demostrado ser elocuente, sino llegar a alturas inimaginadas, como cuando proclamó que se había "fabricado" el primer Blackberry nacional. Que, por supuesto, tenía todos sus componentes hechos en China.

Lejos, bien lejos, del sueño industrialista de Frondizi.

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