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Nelson Castro: ¡un médico ahí­!

Extraño giro de la política: el debate se desplaza desde las denuncias de corrupción a la credibilidad del parte médico de Cristina. ¿Un diagnóstico negativo puede generar inestabilidad institucional?
07/10/2013 - 07:39hs
Nelson Castro: ¡un médico ahí­!

Quién diría que finalmente sería Nelson Castro el mayor fantasma del kirchnerismo. No Magnetto, no Lanata, no los banqueros ni la Sociedad Rural, no Massa, ni siquiera Scioli. Desde la autoridad de su tono doctoral, haciendo a la vez un diagnóstico de la salud de la presidenta y también de la fortaleza de las instituciones republicanas, el médico/periodista ha terminado por erigirse en una espada mediática tal vez más filosa que los videos de las bóvedas santacruceñas.

Tiene su lógica, después de todo. Como saben largamente los políticos, los encuestadores y los analistas de opinión pública, la opinión pública argentina puede ser indulgente con las denuncias de corrupción -sin ir más lejos, Cristina Kirchner fue reelecta con 54 por ciento de los votos en pleno escándalo Shocklender-, pero en cambio no tolera la debilidad.

Esta máxima se aplica todavía con más rigor en el peronismo, que en el imaginario colectivo es el partido que garantiza la gobernabilidad, detrás de un liderazgo fuerte, sea por obra del carisma o de la billetera.

Ya lo advirtió Duhalde en plena crisis política del 2002 cuando se lanzó a una red de alianzas, bajo la consigna de que "los pueblos pueden tolerar cualquier cosa menos la anarquía".

Por eso, que a un presidente peronista lo cuestionen por su fortaleza física y anímica para ocupar el cargo es quizás más grave que achacarle errores de gestión o que se lo denuncie por manejos oscuros.

Las denuncias son molestas, pero pueden ser contestadas. "¿Sabés las cosas que decían de Perón y de Evita?", preguntó Cristina en un reciente discurso de campaña, en intento de minimizar las acusaciones de enriquecimiento ilícito como una fábula pergeñada por opositores sin argumentos.

En cambio, responder ante "acusaciones" sobre la salud física y mental puede ser más complicado. Así quedó demostrado por la reacción presidencial a lo largo de la década kirchnerista. Primero, en el caso de Néstor Kirchner, hubo un intento de minimizar el grave cuadro de hemorragia intestinal que casi le cuesta la vida al mandatario a los pocos meses de haber asumido el cargo.

Luego, los diversos episodios de su salud cardíaca demostraron que Kirchner no seguía las recomendaciones médicas en el sentido de moderar su acelerado ritmo de actividad política. Como botón de muestra, pocas semanas antes de morir, y con un "stent" recién colocado en la carótida, el ex presidenta viajó a Nueva York para acompañar a Cristina a la asamblea de las Naciones Unidas. 

El ex presidente no podía o no quería parar. Su personalidad se lo impedía, pero también la lógica política argentina le exigía mostrarse fuerte.

¿La "táctica Bucaram"?

En lo que respecta a Cristina, le irrita particularmente las versiones que han circulado sobre su presunta condición de bipolar; también por el estado público que tomó -cuando estalló el escándalo "wikileaks"- el pedido de información que hizo el gobierno estadounidense sobre el estado mental de la presidenta; luego por la polémica generada en torno a cómo se había manejado la comunicación y el tratamiento de su "falso positivo" por un tumor en la glándula tiroides. Y, más recientemente, por la campaña que lideró Nelson Castro sobre el "síndrome de Hubris".

El tema dividió al periodismo y a los analistas políticos. De un lado, se alinearon aquellos que creen que lo de Castro fue una advertencia sobre la gravedad de concentrar todo el poder en una única persona a la que sus subordinados temen contradecir. Es decir, el diagnóstico que suele hacerse sobre el estilo de gestión del kirchnerismo.

Para muchos otros, en cambio, lo de Castro fue un golpe bajo para plantear, tras el camuflaje de la jerga psiquiátrica, un mero ataque político, desde un ángulo distinto al que intentó el multimedios Clarín con las acusaciones de corrupción. No faltó quienes hablaran de un intento de "golpe médico" como nueva modalidad de desestabilización.

Y algunos hasta recordaron el caso de Abdalá Bucaram, el excéntrico presidente de Ecuador, a quien se comparaba con Carlos Menem, no sólo por sus extravagancias sino porque contrató a Domingo Cavallo como asesor. Bucaram no duró más de seis meses en el cargo: en febrero de 1997 el congreso lo declaró con "incapacidad mental" para ejercer la presidencia y se fue al exilio. Es cierto que Bucaram tenía un estilo frívolo y era sospechado de corrupción, pero lo cierto es que muchas de sus conductas no iban en zaga a las de Menem. Y quedarían reducidas a la mera anécdota en comparación con la conducta que, más tarde, adoptaría el venezolano Hugo Chávez. De manera que siempre sobrevoló la sospecha de que se había encontrado una forma novedosa de golpe de Estado por la vía del diagnóstico médico.

¿Podría en la Argentina darse una situación de ese tipo? En principio, no parecía probable. Si bien las acusaciones de locura forman parte habitual de las chicanas entre políticos, nunca se ha tomado en serio la posibilidad de una declaración de insanía. A lo sumo, quedan para el anecdotario las frase de Aníbal Fernández sobre Elisa Carrió -"no tiene todos los patitos en fila"- o las acusaciones de "psicópata" de Sergio Massa sobre Néstor Kirchner.

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Sin embargo, la insistencia de Castro y su sorprendente repercusión han generado algo de escozor, como quedó evidenciado por la referencia personal que Cristina hizo durante la entrevista televisada con Jorge Rial.

Sin embargo, no está allí la mayor preocupación del kirchnerismo, sino en los comentarios sobre la salud física. La debilidad sigue siendo un tabú, y como varios han recordado en las últimas horas, la historia argentina tiene una larga tradición al respecto, empezando por el presunto infarto sufrido por Juan Domingo Perón en 1973, disfrazado como una gripe por el entorno presidencial de entonces.

Castro y varios periodistas críticos han disparado contra el "secretismo" de los partes médicos presidenciales, y han puesto en duda que Cristina tenga solamente el hematoma que se informó en el escueto comunicado oficial.

El "efecto Indec" sobre el parte médico

¿Gana algo la Presidenta disimulando una debilidad física? No queda claro que sea así, e incluso podría argumentarse que, más bien al contrario, estos episodios suelen generar una corriente de simpatía hacia el mandatario, que queda "blindado" de críticas por parte de sus adversarios.

Fue el caso de Carlos Menem, quien en 1993, en plena euforia económica por el plan de convertibilidad, debió ser operado de urgencia por una obstrucción en la carótida. El episodio no altero un milímetro la popularidad del riojano, sino que podría afirmarse que le jugó a favor, mostrándolo en una faceta humana.

Claro que también abundan los ejemplos en sentido contrario. En la Argentina, el antecedente más claro al respecto es el de Isabel Perón, quien sobrepasada por las responsabilidades de su cargo en un contexto de crisis y violencia, debió pedir licencia médica a finales de 1975. En un clima de convulsión, esa actitud fue interpretada como un signo de debilidad cercano al vacío de poder y aceleró la consumación del golpe militar.

El debate, en todo caso, pasa por el hecho de si la salud de los presidentes pertenece al ámbito privado o si es cuestión de Estado.

Hay argumentos para afirmar que sí. Tanto que la vida de un país ha cambiado drásticamente por los eventos de salud de los mandatarios. Fue el caso de Hugo Chávez, sobre cuyo diagnóstico de cáncer se libró una batalla comunicacional entre el gobierno y los opositores.

Por cierto, estas situaciones llaman la atención sobre la importancia de los vicepresidentes. En Brasil, en 1985, el electo Tancredo Neves, primer presidente democrático luego de 20 años de dictadura, nunca llegó a asumir pues debió ser internado de urgencia la noche anterior.

En la Argentina hubo temores de algo similar cuando, a las pocas semanas de haber sido electo, Fernando de la Rúa -cuyo vice electo era "Chacho" Alvarez- fue operado por una obstrucción en la carótida.

En defensa de los mandatarios argentinos, puede decirse que el secretismo sobre la salud presidencial no es exclusivo de estas pampas. Es legendario el esfuerzo de John Kennedy por ocultar sus problemas de columna y su dependencia de los calmantes, algo que no podía trascender por desmentir la imagen juvenil que la Casa Blanca buscaba proyectar sobre él.

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