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Escenas de neo-cavallismo

Con Axel Kicillof, vuelve un superministro ansioso por cambiar la historia. Y suma coincidencias involuntarias con el creador del "uno a uno".
27/11/2013 - 06:00hs
Escenas de neo-cavallismo

Quienes fueron sus alumnos en la facultad hablan de Axel Kicillof con admiración indisimulable. Lo describen como uno de esos profesores que hechizan a la audiencia. De esos que logran el milagro de captar completamente la atención de los estudiantes, sin que haya bostezos ni distracciones ni miradas de soslayo al reloj.

No sólo transmitía erudición, sino también una apasionada toma de posición no exenta de ironía para quienes planteaban ideas opuestas a las suyas. Fue esa mezcla de carisma, elocuencia y autoridad intelectual le daban cierta aureola de gurú, adornada con modos de adolescente rebelde.

Su debut en el Congreso no causó el mismo embelesamiento que en los pasillos de la facultad, pero los opositores debieron reconocer cierta dificultad para estar a tono de su capacidad argumentativa. "Es tremendo cómo habla y habla, me hace acordar a Cavallo", dijo la senadora Liliana Negre de Alonso, tras una reunión de comisión en la que el recién nombrado funcionario agotó a los legisladores con una exposición kilométrica.

También Elisa Carrió, en pleno debate por la reestatización de YPF, vio un parecido: "Sentí que Kicillof era Cavallo en el 2001", diagnosticó ácidamente.

En ese momento surgió un piropo inesperado: Domingo Cavallo se dio cuenta que había llegado alguien diferente. "Parece tener ideas y saber exponerlas. Yo no coincido con ellas, pero es la primera vez que uno ve que explican qué es lo que entienden que pasa en el país", dijo el ex ministro, por primera vez elogiando a alguien del equipo económico de Cristina. ¿Y percibiendo acaso cualidades que él mismo tenía años atrás?

¿VUELVE EL SUPERMINISTRO?

Dos años después de su irrupción en la política, y luego de haber superado con éxito peleas internas, podría decirse que Kicillof finalmente venció a quienes se mofaban de su exceso de teoría y falta de "calle". 

Hoy da la sensación no sólo de que tiene luz verde para manejar la economía sino además de que logró una suma de poder como nadie había tenido en la era kirchnerista: sus amigos que lo acompañan desde hace años en la consultora Cenda pasaron a manejar resortes en varias áreas de gobierno, y amenaza con seguir expandiéndose.

Toda una rareza para un gobierno que siempre ha rechazado la idea de los "superministros" al viejo estilo. Para los que dicen que Cristina no cambia, hay ahí un tema para observar con atención.

Lo cierto es que Kicillof es hoy un ministro "como los de antes". Tanto, que la gente sabe su nombre y reconoce su cara en la televisión, algo que no ocurría desde los tiempos de Roberto Lavagna y su incómodo matrimonio por conveniencia con Néstor Kirchner.

Pero Kicillof no se parece a Lavagna, que en el fondo es un político. Por el contrario, con quien muestra más puntos en común es con Domingo Cavallo.

Son coincidencias involuntarias, claro. Si alguien le planteara esa comparación a Kicillof, tal vez respondería con un insulto, aunque quizás, allá en lo más recóndito, le pueda llegar a provocar una inconfesable sensación de halago.

Como Cavallo, Kicillof llega a la política sin haber hecho la tradicional carrera de militancia partidaria -en rigor, no era siquiera un afiliado a La Cámpora- sino que llegó precedido por su fama de "joven maravilla" en el campo académico.

Y, como Cavallo en los '80, impresionó por su locuacidad, su apasionamiento, su capacidad argumentativa, su inocultable gusto por la polémica. Pero lo que más los emparenta es esa cualidad que se adivina en cierto brillo de la mirada: esa dosis de convicción fanática de que su llegada será un punto de inflexión que cambiará al país.

Escuchar a Cavallo no era lo mismo que escuchar a un economista explicando cómo había que ajustarse el cinturón porque el Estado había incurrido en una borrachera de gasto. Cavallo transmitía el mensaje de que "ahora sí", la Argentina se encontraría con su destino de potencia.

Imposible no recordarlo cuando se escucha a Kicillof haciendo sus particulares repasos históricos en los cuales explica por qué fue el país se frustró repetidamente en su deseo de desarrollo y cómo ahora la cosa será diferente.

Kicillof tuvo, en los últimos dos años, tanto en su estilo como en el contenido, sus momentos de "cavallismo" inconsciente. Empezando por la extraña argumentación del dólar barato como elemento idóneo para industrializar al país.

Varias veces, en el Congreso y en otros foros, desestimó de plano la posibilidad de que el país debiera recuperar competitividad atenuando el retraso cambiario. Cualquier devaluación sería, desde su punto de vista, la puerta a una recesión.

Idéntico argumento repetía Cavallo en los 90 cuando se le echaba en cara el desmesurado aumento de las importaciones y las crecientes dificultades de las empresas argentinas para exportar. Las importaciones, decía el ministro, eran porque las empresas compraban maquinaria. Y los exportadores no iban a mejorar con un dólar más alto sino, posiblemente, a sufrir.

La realidad se encargó de desmentir rotundamente a ambos. Cavallo terminó como todos sabemos. Y Kicillof, a pesar de su esfuerzo retórico, no puede ocultar que con su dólar barato aumentó cuatro veces más la compra de autos que la de maquinaria (mientras se producía una caída récord de las reservas del Banco Central)

El cargo sobre los automotores recientemente anunciado es un reconocimiento parcial de ese error.LA INCONFESABLE NOSTALGIA POR LA CONVERTIBILIDAD

Hubo más "cavallismos" de Kicillof. El más evidente fue el plan Cedin, donde más allá del escandaloso blanqueo a los evasores, lo que se puso en evidencia fue el apego por la convertibilidad.

Igual que Cavallo, que teorizaba sobre cómo en países como la Argentina, que cargaban con el trauma de la inflación, la gente sólo confiaría en la moneda si ésta tuviera el respaldo de otra más fuerte, Kicillof pensó que esa era la solución. Es decir, admitir que la gente no quiere recibir pesos a cambio de sus inmuebles, como en los '90 la gente no quería australes, y darle un nuevo billete que tendría cotización "uno a uno" con dólares custodiados por el Banco Central, que no podría usarlos para ningún otro fin que no pueda respaldar esos Cedines.

El plan fracasó por su mal diseño, su mala oportunidad política y -la gran diferencia entre Kicillof y Cavallo- porque ahora la Argentina es un país sin crédito.

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A fin de cuentas, tampoco puede considerarse que Cavallo fuera un austero: como le recordaban sus críticos, durante su gestión hubo una gran expansión del gasto público en la que se hacía funcionar a full "la maquinita". Sólo que, en el esquema de la convertibilidad, los pesos "sobrantes" no generaban inflación sino que iban a la demanda de dólares subsidiados por el Estado.

Lo cual prueba que Cavallo, un dirigista al que todo el mundo se empeña en calificar como liberal, en el fondo tampoco se tomaba tan a pecho la creencia de que la emisión monetaria fuera en sí un causante de la inflación. Con convertibilidad y cambio de expectativas, sentía vía libre para emitir sin riesgo.

Una situación que envidiaría Kicillof, que daría cualquier cosa con tal de poder generar un boom de consumo.

"Para los que piensan que la emisión es la causa exclusiva del incremento de precios, les recuerdo que vivimos en un laboratorio de expansión monetaria. Estados Unidos cuadruplicó su base monetaria, la Unión Europea la duplicó y el Banco de Inglaterra la cuadruplicó. ¿Y en esos países hay riesgo de inflación? No, hay riesgo de deflación", provocó Kicillof en una visita al Congreso.

Obvió decir, claro, que en esos países hay una fuerte demanda por atesorar los billetes, porque son vistos como reserva de valor. Algo que no ocurre precisamente en la Argentina, donde el boom consumista es generado por la aversión de la gente a retener pesos en el bolsillo.

Pero qué son esas nimiedades comparadas con la gran ventaja de defender el planteo "keynesiano": emitir dinero no es inflacionario y, por el contrario, restringir la cantidad de dinero circulante traería grandes males. Siempre y cuando, claro, el dólar siga siendo barato, porque ahí sí, cualquier intento devaluatorio dispararía la inflación.

Un reciente artículo de Domingo Cavallo parece hasta suscribir esta postura de Kicillof. Al elogiar los primeros pasos del nuevo gabinete, aprovecha para criticar al equipo económico de Sergio Massa, formado por todos los defensores del dólar alto como herramienta industrializadora. Y sostiene que, si se llevaran a cabo sus propuestas, esto equivaldría a un ajuste."Una devaluación, sin una política monetaria fuertemente restrictiva, terminaría en hiper-inflación. Esto es lo que saben, pero no dicen, porque no les conviene políticamente decirlo, los economistas que fueron ideólogos o ejecutores de la política de tipo de cambio real alto", sostiene el ex ministro.

Ironías de la Argentina, Kicillof y Cavallo se muestran igualmente críticos sobre la devaluación de 2002, al que califican como un mega ajuste, y un intento de reactivar la economía sobre la base de una pauperización del salario. Kicillof no aclaró qué hubiera hecho él de haber estado en ese momento, pero se infiere de sus palabras que habría mantenido el "uno a uno" que fue la marca de fábrica de la "fiesta menemista". Habría sido, tal vez, una "convertibilidad estatista".

La historia recién comienza, y el tiempo dirá si las coincidencias involuntarias se acentúan. Por lo pronto, no es descabellado pensar que esto pueda ocurrir. Al fin y al cabo, los extremos suelen unirse, y las diferencias de formación ideológica nunca son suficientes como para contrarrestar los parecidos entre dos almas gemelas.

Por lo pronto, Cavallo le pone unas fichitas, sin disimular tal vez cierta admiración por el joven estrella. No en vano le dedicó esta frase: "Kicillof me hacer acordar a Vargas Llosa. Cuando yo era estudiante en los 60, Vargas Llosa era un convencido marxista, vamos a ver cómo piensa Kicillof dentro de 10 o 15 años". 

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