iProfesional

La última batalla cultural del kirchnerismo

La última batalla cultural. El "relato K" escribe el episodio de cómo el gobierno fue víctima de un sabotaje que disparó la inflación. Lo curioso es que ambos bandos creen estar perdiendo. 
06/02/2014 - 16:15hs
La última batalla cultural del kirchnerismo

En el ranking de discusiones y análisis inútiles, figura bien arriba el debate sobre qué tan efectivo puede ser el nuevo control de precios con la muchachada de "La Cámpora" haciendo de policía antiinflacionaria. A fin de cuentas, como afirma un análisis de la consultora Economía & Regiones, "seguimos haciendo lo que hace 4.000 años se sabe que no da resultado".

Y cita el libro "Cómo no combatir la inflación", de Robert L. Schuettinger y Eamonn F. Butler, que afirma: "La recopilación histórica muestra una secuencia uniforme de fracasos reiterados. En realidad no existe un solo caso en la historia en el que el control de precios haya detenido la inflación o superado el problema de la escasez de productos".

Sin embargo, reconocen los autores, la abundante evidencia sobre la falta de resultado de este método no impide que, de vez en cuando, haya países que sigan recurriendo al viejo remedio.

Lo cual plantea la interrogante de cuál será el motivo de fondo para probar un remedio fracasado. ¿Será que, en el fondo, el objetivo final de esa medida no es realmente el freno a la suba de precios, sino ganar una nueva batalla cultural, la de echarle la culpa a otro?

Si hasta la propia Cristina Kirchner ha reconocido públicamente -el año pasado, cuando se lanzó la primera versión del congelamiento- que no le tenía mucha fe a este tipo de metodología para impedir los aumentos.

De hecho, hace mucho tiempo que el gobierno no niega que haya inflación, sino que más bien da la sensación de que su prioridad es imponer la idea de que no sólo no es responsable sino que hasta es víctima de conspiraciones y la ambición de las grandes empresas.

Una vez más, la pelea de fondo pasa por saber quién gana "el relato". Lo cual, por supuesto, no podrá impedir que el precio de la botella de aceite siga su curso ascendente, pero influirá a la hora de que la gente elija hacia quién dirigir su enojo.

Es, todavía, una batalla con final abierto, a la que Cristina Kirchner le asigna una importancia prioritaria. A diferencia de otros episodios donde ganó ampliamente el favor de la opinión pública (como la estatización de YPF, hábilmente ligada a valores afectivos, y que contó con un abrumador 85 por ciento de aprobación), la disputa por los precios está lejos de tener un ganador."SÓLO EN ARGENTINA"

Lo curioso es que, en esta nueva batalla cultural, ambos bandos creen estar perdiendo, y por eso la lucha se hace más encarnizada.

Desde el lado de los economistas, sobre todo los más proclives a la ortodoxia, resulta insólito que en un país con la memoria histórica de décadas de inflación -incluyendo episodios de "hiper"- exista todavía espacio para las teorías conspirativas y que haya gente dispuesta a creer que si la yerba aumenta es por culpa de la ambición desmedida del supermercadista chino de la otra cuadra.

Así, se puede leer artículos que tratan, de manera didáctica, la visión monetarista de la inflación. Como el de Roberto Cachanosky, que explica que lo que hace el Banco Central al aumentar cada año un 40 por ciento más de pesos que el año anterior equivale a pretender implantar las barras de hielo como moneda de un país.

"Si la barra de hielo pesaba cinco kilos, el que la recibe al final tiene una barra de hielo de 1 kilo y puede comprar menos que el que la recibió primero con los cinco kilos", explica Cachanosky. Y en su analogía monetaria explica que, de la misma manera que la gente trataría de sacarse de encima el hielo lo antes posible, lo mismo ocurre con los billetes: "Los primeros en recibir esos pesos todavía no sufrieron el impacto de la inflación, pero a medida que esos pesos van circulando los últimos en recibirlos pierden poder de compra".

En cambio, desde las filas de los ideólogos K, se nota una preocupación por cómo los liberales han logrado imponer la idea de que la inflación es la consecuencia natural y automática de la emisión de moneda, una creencia que consideran en vías de extinción en todos los países del mundo.

Han sido bien expresivos sobre este punto los principales funcionarios, que han llegado a lamentarse por el hecho de que "solamente en Argentina se mantiene esa idea de que la expansión de la cantidad de dinero genera inflación".

Y dejó en claro que la batalla cultural consiste en hacer entender que si hay inflación no es porque el gobierno ponga demasiados pesos en manos de los consumidores (en la jerga económica "exceso de demanda") sino por problemas en la oferta. O sea, que si los precios aumentan es porque la producción de bienes no aumenta al mismo ritmo que la demanda, y eso ocurre porque los empresarios prefieren producir menos y ganar más por cada unidad, antes que aumentar el volumen y tener márgenes bajos.

Desde la visión ortodoxa, el argumento de que no hay una relación directa entre emisión e inflacion es casi como cuestionar la ley de la gravedad. Tanto que se asombran de que la Argentina "solamente en Argentina" un funcionario pueda hacer un planteo de ese tipo.

"Hay tanta evidencia de que el aumento en la cantidad de dinero genera inflación en el largo plazo, que es uno de los hechos estilizados de la economía, como que el aumento del precio de un bien induce a una reducción en la demanda del mismo", escribió en un artículo Martín González Eiras, investigador del Conicet, que no duda en calificar como "ridícula" la definición de la presidenta del Central.

{noticias-relacionadas}

El mismo planteo kirchneristafue luego defendido por Axel Kicillof, en el Congreso. Astutamente, eligió rebatir el argumento "ortodoxo" señalando que en los países del"primer mundo" los gobernantes están dándole a "la maquinita" con entusiasmo, sin que nadie tema que eso puede ser inflacionario.

"Para los que piensan que la emisión es la causa exclusiva del incremento de precios, les recuerdo que vivimos en un laboratorio de expansión monetaria. Estados Unidos cuadruplicó su base monetaria, la Unión Europea la duplicó y el Banco de Inglaterra la cuadruplicó. ¿Y en esos países hay riesgo de inflación? No, hay riesgo de deflación", provocó el viceministro.

Nuevamente, desde la vereda de enfrente se contraatacó con munición gruesa. Como Lucas Llach, docente de la Universidad Di Tella y el más notorio de los bloggers de economía, quien acusó a Kicillof de no entender el concepto de la demanda de dinero. En otras palabras, acusó a Kicillof de no darse cuenta de la diferencia entre emitir un dólar y un peso.

Así, explica que, a diferencia de lo que ocurre en la Argentina, donde la gente no quiere guardar pesos, lo que ocurrió en Estados Unidos fue "un pánico generalizado que hizo que el público y los bancos prefirieran cash más que otros activos. En otras palabras: aumentó mucho la demanda por base monetaria, de modo que abastecerla no fue inflacionario. Bancos y personas estaban ansiosos por recibir esas inyecciones monetarias".

En la misma línea, Nicolás Dujovne, ex economista jefe del Banco Galicia, señaló lo desatinado de comparar la situación de los dos países: "Los americanos emitieron para suavizar el ciclo económico y evitar una depresión. Para los argentinos, aplicar esa receta sería como darle cafeína a un insomne".LA CAJERA Y EL TAXISTA

Todos los días se disputa un nuevo round de esa pelea, y a cada rato surgen evidencias de cómo cada parte cree estar perdiendo.

Así, por ejemplo, el economista Eduardo Levy Yeyati se lamenta en un artículo sobre cómo la cajera del supermercado, al ver militantes con pechera monitoreando precios en las góndolas, expresó: "Ojalá encuentren muchos precios altos y los hagan mierda a esos hijos de puta".

Levy considera esa anécdota como el reflejo de "la victoria cultural (o la derrota cultural, según se mire) de un relato que logró imponer cuentos folclóricos como verdades económicas". Y se pregunta cómo fue que esa creencia de que los comerciantes provocan la inflación terminó por transformarse en el sentido común.

"¿Se trata de una conciencia "ganada" en la década pasada, o de una creencia ancestral y latente que la retórica del gobierno sólo legitimó y liberó de prejuicios? ", interroga Levy, preocupado por cómo esta convicción conlleva a considerar que siempre la culpa es del otro y, por lo tanto, lleva a "una complacencia paralizante".

Tal vez lo consuele el hecho de saber que, en la vereda de enfrente, hay un profundo lamento por cómo "la ortodoxia" ha logrado que la noción que iguala la emisión monetaria con la inflación hay triunfado hasta transformarse en un concepto casi intuitivo

El economista y periodista Alfredo Zaiat, se lamentó en un reciente artículo en Página 12 sobre cómo esas ideas se han "diseminado con notable éxito sobre el sentido común".

"La emisión de dinero es igual a inflación, consigna sencilla para repetir en el supermercado, en un viaje en taxi, en diálogos en el subte, reuniones sociales y en todo medio de comunicación al alcance. No es habitual el desafío a esos postulados presentados como ideas sagradas. Será motivo de descenso al infierno para los diablos que intentan profanarlas", se escandaliza Zaiat.

Este economista ha ganado influencia en los círculos K, al punto que la propia Cristina Kirchner recomendó en un acto público la lectura de su libro "Economía a contramano" y, en alguna ocasión, repitió cifras y conceptos leídas en sus notas, por ejemplo para desmentir que exista retraso cambiario.

Tal vez Zaiat pudiera aprovechar esa influencia para explicarle su argumento a la propia Cristina, quien también en más de una oportunidad ha dado muestras de estar, ella misma, ganada por la idea de que la inflación puede ser causada por la emisión monetaria (ver recuadro).EL PELIGRO DE GANAR

De todas formas, con su reconocida cintura para cambiar de discurso y defender con vehemencia lo que antes cuestionaba, ahora la presidenta elevó a la categoría de prioridad máxima del "relato" la noción de que los precios no son remarcados por el gobierno ni los trabajadores, sino por los empresarios.

Lo cierto es que hay varios elementos que juegan en contra del gobierno para esta nueva batalla cultural. Uno es la situación internacional: era más fácil argumentar que la inflación era culpa de los especuladores en los años '70 y '80, cuando la inflación era un mal presente en todos los países de la región. En cambio ahora, cuando sólo Argentina y Venezuela tienen aumentos de precio por encima del 20 por ciento, el argumento conspirativo se dificulta. ¿Qué es lo que hace que un empresario argentino sea más perverso que un chileno, brasileño o colombiano?

Pero, en todo caso, suponiendo que el gobierno gane su batalla, lo interesante es ver qué ocurrirá después. Después que todos los supermercados son sancionados, después que los empresarios sufran la sanción moral y hasta puedan ver sus compañías intervenidas o estatizadas, pero la inflación siga tan firme como antes... ¿seguirá teniendo validez la visión conspirativa, o el argumento se volverá en contra en un efecto boomerang?

Es el gran riesgo de gobernar para el "relato". Aun las batallas culturales ganadas, a la larga, pueden ser victorias pírricas.

Temas relacionados