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Guerra de dos mundos: Cristina en la disyuntiva entre el "modelo Fábrega" y el "modelo Kicillof"

Uno quiere controlar al dólar, brecha cambiaria y reservas, subiendo tasas y a costa enfriar la economía. Otro apunta a expandir el consumo 
20/05/2014 - 07:02hs
Guerra de dos mundos: Cristina en la disyuntiva entre el "modelo Fábrega" y el "modelo Kicillof"

Hay una forma segura de hacer enojar a Axel Kicillof: decirle que el programa "Precios Cuidados" es irrelevante y que el único factor que hizo caer la inflación en los últimos meses fue la contracción monetaria lograda tras la "aspiradora" que pusiera en marcha Juan Carlos Fábrega al frente del Banco Central.

Y si no, que lo diga Javier González Fraga, quien sufrió la ira del ministro por una declaración en la cual había asegurado: "Acá hay una sola política anti inflacionaria que es el enfriamiento de la economía. Lo de ‘Precios Cuidados' es para la gilada, obviamente no funciona".Kicillof calificó de "lamentable" ese análisis, justo en una conferencia de prensa en la cual exaltaba los éxitos del plan del control de precios, su aceptación a nivel popular y su rol protagónico en la desaceleración inflacionaria.

El verdadero mensaje que el ministro intenta transmitir, en el fondo, es que lo peor ya pasó.

Que una vez asimilado el golpe de la devaluación de enero y desinfladas las expectativas de descontrol económico, volvió el momento de pensar en una expansión de la economía.

Es, también, la idea que se lee entrelíneas en el elocuente diálogo que reveló Mauricio Macri luego de una conversación telefónica mantenida con Cristina Kirchner:

-Macri: Me preocupa la inflación, Presidenta. Creo que hay que combatirla.

-Cristina: Ingeniero, la inflación ya está controlada.

Tal vez suene exagerado decir que el problema está solucionado cuando, según las propias estadísticas oficiales, el primer cuatrimestre del año acumula un alza del índice de precios del 12% y cuando, aun haciendo la proyección anualizada de abril, se está por encima del 25% anual.

Pero lo que acaso esté generando más motivo de alivio en el Gobierno no es tanto la cifra de la inflación sino más bien la sensación de que ya no hay un riesgo de descontrol económico o de crisis social inminente, manifestada en saqueos a supermercados. Y que, en consecuencia, se pueden volver a plantear medidas de reactivación de la economía.

Hay cierta urgencia por cambiar el tono de las noticias económicas: ningún funcionario -menos uno peronista y mucho menos uno kirchnerista- puede tolerar mucho tiempo leer que el consumo masivo cayó en abril un 7,5%.

O que los mercados de autos y motos se desplomaron, con variaciones negativas de 35% en términos interanuales o que la compraventa de viviendas en la Ciudad volvió a derrumbarse otro 18%.

Al mismo tiempo, empieza a corporizarse la mayor preocupación de los argentinos: la vuelta del desempleo: unos 12.000 operarios de la industria automotriz están suspendidos y el efecto amenaza con derramarse sobre otros sectores.

En este contexto, las presiones por reactivar la actividad económica se multiplican en la interna del Gobierno.

En términos concretos, esto empieza a reflejarse en un intento por revitalizar el crédito. Por lo pronto, hubo una leve baja en las licitaciones del Banco Central, que a su vez llevó a los intereses de los plazos fijos al entorno de 26 por ciento.

Además, Jorge Capitanich dejó entrever que si los bancos no bajan voluntariamente los actuales niveles de tasas activas -a los que calificó como "usurarios"- se intervendría por la vía regulatoria. Y, para completar, se anunció una canalización de crédito al sector productivo, mediante un programa de tasas subsidiadas.¿Empezó el relajamiento?

Estas señales no son, todavía, lo suficientemente contundentes como para pensar que el panorama recesivo pueda revertirse. De manera que se ha generado una expectativa en el sentido de políticas oficiales más decididas a favor de una reactivación de la actividad y el consumo.En contraste, desde el Banco Central se toman medidas que parecen ir en el sentido absolutamente opuesto.

La "aspiradora" de Fábrega ha tenido el objetivo de revertir la alarmante caída de las reservas, pero al costo de un inevitable enfriamiento de la economía.

Desde un punto mínimo de u$s26.700 millones tocado hace un mes, las reservas ya se aproximan al nivel de u$s28.400 millones. Lo cual, ciertamente, no termina de alejar fantasmas, porque la Argentina debe pagar al menos u$s6.000 millones sobre finales de año por vencimientos de bonos.Fábrega logró esta "pax cambiaria" con mano dura: retiró una enorme cantidad de pesos del mercado, que ha llevado a que la base monetaria tenga ahora una expansión anualizada de 20%, en una economía con una inflación del 35 por ciento.

El titular del Central ha recibido elogios por parte de los economistas, que le asignan el mérito de haber impedido una crisis cambiaria-inflacionaria de consecuencias profundas.

No obstante, advierten que la estabilidad lograda será sólo pasajera si finalmente se impone la visión de que "lo peor ya pasó" y que llegó el momento de volver a relajar la disciplina, un escenario que algunos ya empiezan a percibir."Fábrega comenzó a ceder a estas presiones: pese a la fragilidad de la calma financiera, redujo en un par de puntos porcentuales las tasas de interés de las Lebacs", observa el economista Federico Muñoz.

Y agrega: "La jugada entraña su riesgo. No casualmente, desde el inicio de esta fase de relajación monetaria, el dólar blue se despertó de su letargo".

Choque de visiones

En definitiva, lo que queda en evidencia en estos días es que dentro del propio Gobierno existe una "guerra de modelos".

El representado por Kicillof pugna por incentivar el consumo y favorecer una reactivación a corto plazo, mientras que el de Fábrega pone el foco en la estabilidad y reclama un esfuerzo de ajuste fiscal.

Para el Gobierno, la decisión es un dilema de hierro, porque las dos opciones tienen su parte desagradable.

Si se opta por el "modelo Kicillof", el peligro es incurrir nuevamente en el ancla cambiaria como arma anti-inflacionaria y recrear, en pocos meses, las mismas tensiones que llevaron a la devaluación de enero pasado.

En cambio, si se impone el "modelo Fábrega", puede profundizarse más aun el escenario recesivo, incluyendo el temido regreso del desempleo.

Además, supone el riesgo de recrear un viejo fantasma de los años 80: el "déficit cuasi fiscal", como se llama a la deuda del Banco Central por los títulos que emite para retirar pesos del mercado.

El escenario que pocos consideran deseable es la continuidad actual, con la ambivalencia de una fuerza "pro ajuste" y otra "pro expansiva".

"Estamos frente a un laberinto monetario con estímulos cruzados que inducen una contracción en el sector privado y a una expansión en el público. Exactamente al revés de lo que se necesita", afirma Jorge Todesca, titular de la consultora Finsoport.

De manera que, en este momento, la madre de todas las batallas es cuál de ambas visiones terminará prevaleciendo.

Por ahora, la mayoría de los economistas cree que será Kicillof quien terminará imponiéndose, porque el Gobierno no está dispuesto a pagar el costo de un plan recesivo.

"Han hecho un ajuste monetario muy fuerte, que es poco creíble", apunta José Luis Espert, quien no tiene dudas sobre lo que puede ocurrir: "Cuando el Gobierno se asuste de la recesión y empiece a aflojar, vamos a tener otra vez el dólar caliente".

En parte, Federico Muñoz destaca la parte de los "deberes no hechos" para que ese ajuste pueda tener resultados sostenibles: "No han habido progresos en la contención del déficit fiscal; el gasto público sigue creciendo a tasas bien superiores a la de los ingresos y el rojo creciente se financia con mayor emisión. Más preocupante aun, tampoco se ha avanzado en el proceso de reapertura del crédito externo".

Mientras que el influyente Miguel Bein destaca lo que muchos están temiendo: que la política económica no busca una estabilización de largo plazo, sino que es apenas una forma de ganar tiempo.

"Parecería un intento de ‘tomar aire' para volver a atrasar el tipo de cambio de cara a 2015. Intento, que en medio del ‘colchón' que brinda la sobreoferta de dólares del segundo trimestre, después del pánico de principios de año, podría estar ya en vigencia con el dólar clavado en $8", sostiene.

De todas formas, los analistas apuestan a que el titular del Banco Central no claudicará fácilmente.

"Creo que Fábrega no se va a bajar de su postura, porque él sabe que si desciende la tasa y no hay medidas paralelas por parte del Ministerio de Economía, es imposible evitar una crisis", sostiene Aldo Pignanelli.

Para este ex titular del Banco Central -que asegura no envidiarle el cargo a su colega Fábrega- el segundo semestre será el momento del gran desafío: deberá emitir $120.000 millones para financiar al Tesoro.

Y cree que no quedará otra opción que sostener las tasas de interés altas y volver a un esquema de mini devaluaciones mensuales, como forma de absorber parte de esa liquidez y evitar una corrida. De hecho, el movimiento que empezó a verse la semana pasada en el mercado cambiario parece abonar esta tesitura.Nueva fórmula se busca

En el segundo semestre, cuando la bendición de los sojadólares ya empiece a ser un recuerdo y otra vez afloren con toda su crudeza las necesidades de caja, se instalará con fuerza la nueva disyuntiva: qué hacer con el dólar.

Y es en ese terreno donde los analistas creen que se terminará jugando la suerte de esta "confrontación de modelos".

Si se inicia ya un deslizamiento suave del tipo de cambio, entonces las posibilidades de una transición económica hasta el final del 2015 tienen probabilidades de éxito. De no ser así, se acumularán tensiones que harán inevitables en algún momento un nuevo ajuste brusco.

A juzgar por lo que está ocurriendo en estos días, parecería que Fábrega tuvo que ceder en el tema de las tasas, pero que impuso su visión en cuanto a la política devaluatoria, dado que volvió el escalonamiento de las subas del dólar.

Lo que se percibe, en definitiva, es que Cristina Kirchner se debate entre sus convicciones ideológicas -esas que la llevaron a forzar la marcha de la economía hasta ponerla al borde de la explosión- y su pragmatismo, ese que la llevó a convalidar medidas ortodoxas para evitar esa explosión.

La actitud del Gobierno indica cierta creencia de que es posible quedarse con las "partes buenas" de ambos modelos: la estabilidad que logró Fábrega y la reactivación que propicia Kicillof.

Pero, claro, también está el riesgo de que ocurra lo opuesto: que la economía profundice su recesión y, además, que se pierda la relativa estabilidad financiera.

Tal vez nadie lo sintetizó con tanta elocuencia como González Fraga: "Si reactivan, explota. Si bajan la tasa y pretenden volcar dinero al mercado, intentando generar un boom de consumo, el dólar vuelve a saltar y se complica todo".