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El actor se está reencontrando con el público a través de Kóblic, una película de acción que tiene como disparador el tema del terrorismo de Estado
01/05/2016 - 11:19hs

El reconocido actor Ricardo Darín se está reencontrando con el público a través del cine, con Kóblic, una película de acción, muy bien hecha, un policial con elementos de western, y que tiene como disparador el tema del terrorismo de Estado.

El País  de Uruguay conversó con el carismático actor de cine y teatro, para recorrer parte de su carrera y hablar sobre cómo vive su enorme fama.

—¿A veces la fama se te hace un poco pesada?

—¿A veces? ¿Por qué a veces? Es insoportable. Es una de las peores cosas que le puede pasar a una persona de bien. Bueno, famoso se puede ser por muchos motivos, buenos o malos, o dudosos. El reconocimiento es lindo, es una recarga de energía permanente.

Lo que ocurre es que a veces, cuando se desmadra un poco por el número de participantes, se puede volver un poco tedioso. Y es muy difícil que desde el otro lado se entienda. Hay como una pulsión interna del ser humano a intentar salir del anonimato permanentemente, y destacarse, cosa que es entendible.

Pero lo que no se sabe, desde ese punto de vista, es lo que se puede llegar a perder cuando se consigue el reconocimiento, que es una de las cosas más valiosas que tenemos como ciudadanos, que es el anonimato. Caminar por la calle y que nadie sepa quién sos. Y hay un desbalance, una desproporción en que uno no conozca la vida de los demás, y todos los demás conocen bastante de la vida de uno. Se pone un poco incómodo a veces.

—¿Qué significó para ti el premio Goya?

—Es uno de los premios más importantes con que me han mimado, si no el más. Había sido nominado varias veces, y nunca se había dado. Fue muy satisfactorio porque cuando un reconocimiento es compartido con la película, con el guión, con el director, con tus compañeros de camino, es como un combo completo que lo hace más disfrutable. Se eliminan las vanidades, las mezquindades, los egoísmos: es el reconocimiento de un trabajo conjunto.

—¿Dónde tenés la estatuilla?

—En Madrid, por dos motivos: primero, porque me pareció que ahí era donde se tenía que quedar. Y segundo, porque es muy pesado para trasladarlo.

—¿Fue muy difícil componer el Julián, de Truman, un personaje que va camino a morir?

—Mentiría si diría que tuve que hacer un trabajo de investigación: tristemente, todos tenemos demasiada información al respecto, por familiares, amigos.

Pero además, hay personajes que cuando uno llega a ellos (o ellos a uno) se produce una simbiosis: alcanza con la sensibilidad en la piel. Yo adherí a cada comentario que el personaje hace, ya la primera vez que lo leí. Me pareció muy respetuoso el planteo de Cesc Gay, sobre la libertad que cada ciudadano del mundo debería tener, para decidir sobre su propia vida.

—Javier Cámara parece un tipo muy amigable...

—Hoy en día es como si fuera mi hermano. Esa historia nos hizo tocar fibras tan profundas, que hoy tengo la sensación de que es un amigo al que conozco hace 25 años. Y eso no es una cosa muy frecuente. Con Javier estamos permanentemente conectados, mandándonos mensajes: lo adoro. No sólo es un actor inmenso, que trabaja con el corazón en la mano. Él también estaba a cargo de la energía general del grupo, siempre dispuesto a dar una mano.

—¿Te gustaría trabajar con Almodóvar?

—Bueno, yo lo conozco, no te digo que somos amigos, pero tenemos una buena relación. Él me ofreció en una oportunidad formar parte de un equipo y yo no pude aceptar, lo que fue una lástima, porque tenía mi palabra dada para otro proyecto. Yo supongo que en algún momento se nos dará.

Valoro mucho algunas de sus películas: es como una asignatura pendiente que tengo ahí, pero creo que tanto él como yo lo estamos tomando en forma muy relajada. Vamos a esperar que el camino decida por nosotros.

—Cuando tenés que componer un personaje, ¿lo llevás a tu casa, como hacen algunos actores, o lo trabajás solamente en los ensayos?

—No, yo del trabajo trato de no llevar nada a mi casa. Ya demasiado intoxicado está mi círculo íntimo de tener que lidiar con el fulanito Ricardo Darín, como para que además lleve cosas de mi trabajo a casa. Además, me declaro decididamente en contra de esa metodología. El trabajo es el trabajo, y en la casa hay cosas mucho más importantes que el trabajo de esa figura que nos invade.

—Y en el caso de esta nueva película, Kóblic, ¿qué pautas se plantearon con el director?

—Tuvimos premisas muy claras, muy concretas: la primera, el peso que este hombre tenía sobre su conciencia, por haber formado parte de un grupo de personas con ese tipo de actividades.

La segunda gran premisa fue que pese a los vaivenes a los que se ve sometido, básicamente porque se va encontrando con obstáculos inesperados, podría existir la posibilidad de que alguien interprete eso como actitudes heroicas, y estábamos claramente enfocados en que no queríamos construir del personaje un héroe, sino alguien reprobable.

—¿Cómo es el método de trabajo que tienen con Sebastián Borensztein?

—Quizá yo no sea el más indicado para detallar su método de trabajo, porque somos muy amigos, nos conocemos desde hace mucho tiempo, coincidimos y combinamos bastante. Y cuando abordamos el trabajo en el rodaje, ya tenemos todo bastante predigerido.

Claro que nos podemos encontrar sorpresas que aparecen sobre la marcha, pero todo el trabajo previo de escritorio nos allanan el camino. En Kóblic, siempre estuvimos muy enfocados con la historia. El personaje lo teníamos claro desde un principio, pero lo que se llevaba todo nuestro enfoque siempre fue la historia. Y la interrelación entre los personajes, que van apareciendo y generando nuevas situaciones.

—¿Sentís que el cine argentino está ayudando a mirar hacia la dictadura y reflexionar sobre ella?

—Después del período nefasto de la dictadura en la Argentina, cinematográficamente lo que ocurrió es que apareció la imperiosa necesidad de tener que revisar ese período, desde todos los ángulos posibles.

En el caso de Kóblic, yo valoro mucho el coraje de Sebastián y el coguionista Alejandro Ocón: si bien es cierto que esta no es una película que trata únicamente sobre la dictadura, haber tenido el valor de que el disparador fuera justamente los "vuelos de la muerte", le otorga un plus de valentía. Pero más en general, creo que los distintos enfoques del cine sobre la dictadura, no sólo hacen que no se olviden: aportan una mirada complementaria para tratar de entender.

—¿Las escenas con aviones son todas con dobles?

—Los que están en el aire, volando, son con pilotos profesionales, por múltiples razones. En tierra, todo lo que hubo que hacer, sí, lo pude hacer. Primero porque estaba muy bien asesorado. Y segundo que tampoco les tengo miedo: yo me crié entre aviones, porque mi padre era aviador, instructor de vuelo. O sea que de alguna forma me reencontré con algo que tiene que ver con mi infancia.

—¿Qué personaje tenés en el debe en materia de teatro?

—Hay dos, uno es El enemigo del pueblo, de Ibsen, que nunca perderá vigencia. Y Arthur Miller es un autor que me provoca conmociones internas muy profundas: hay una pieza de él que algún día espero poder dirigir. No quiero decir cuál es, es algo que tengo en carpeta.

—¿En qué te sentís porteño?

—No son muchas las cosas que me hacen porteño: tengo mis críticas al porteñismo, a pesar de que hay algunas cosas que sí, con las que comulgo, como la relación con el barrio. Pero me alejan ciertas actitudes desconsideradas para con el prójimo, que se dan no sólo en Buenos Aires sino en las grandes ciudades.

Me voy a sentir mucho mejor con el porteñismo el día que aprendamos en Buenos Aires a respetar a los peatones, que son la prioridad número uno. Lógicamente, soy porteño, eso no lo puedo evitar: hay algunas cosas que me encantan, y en otras soy muy crítico.

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