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La Copa América Centenario arranca en Estados Unidos, lejos en el tiempo y el espacio de aquel torneo de pioneros que ganó Uruguay 
29/05/2016 - 11:47hs

Tome al fútbol 2016 y comience a quitarle las capas contemporáneas: difusión por Internet, contratos millonarios, televisión vía satélite, estrellas que llegan de clubes europeos, patrocinadores, también denuncias de corrupción. Y algunas más antiguas: directores técnicos, transmisiones radiales, cambio de jugadores, números en las camisetas. El resultado es: fútbol 1916.

Pero ya entonces había cracks, promesas y decepciones, polémicas y hasta desmanes de los hinchas. La Copa América festeja su centenario con un torneo de 16 equipos en Estados Unidos, lejos en la forma, el tiempo y el espacio de la competencia inaugural, que se realizó en Buenos Aires en julio de 1916.

Aquella vez, la convocatoria no la realizó la Confederación Sudamericana de Fútbol, que se fundó durante el certamen. Tampoco hubo trofeo para el ganador (se puso en juego para la edición de 1917 en Montevideo). Pero representó el comienzo de todo lo que vino después. También para Uruguay, que logró su primer título internacional e inició sin darse cuenta pero tampoco sin pausas el camino hacia sus cuatro conquistas mundiales.

El llamado lo realizó la Asociación Argentina de Football, en el marco de los festejos por el centenario de la declaratoria de la independencia argentina. Uruguay, Brasil y Chile aceptaron la invitación.

Las distancias en América del Sur parecían entonces todavía más grandes, por lo cual el fixture se armó recién cuando se supo que las delegaciones estaban arribando. Brasil, por ejemplo, puso seis días en tren para llegar a Montevideo y desde aquí tomó el vapor rumbo a Buenos Aires.

El escenario del Campeonato Sud Americano, como se lo llamó, fue el estadio de madera del club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, en Palermo.

El escenario, conocido como Estadio GEBA, se mantiene en su lugar, aunque con tribunas de cemento, y se usa sobre todo para espectáculos musicales. Por donde en 1916 corrieron las figuras del incipiente fútbol sudamericano, en el siglo XXI actuaron Peter Gabriel, Luis Miguel o Alejandro Sanz. 

El oficio de director técnico no se había inventado aún. Una Comisión de Selección uruguaya, formada por dirigentes, eligió a los jugadores, que se prepararon jugando entre ellos dos veces por semana. Un par de días antes del debut, previsto para el 2 de julio ante Chile, la Comisión —en sesión secreta— designó a los 11 titulares y a cuatro suplentes, ninguno de estos arquero. ¿Qué hubiera pasado si el golero se mareaba durante el viaje en barco y no podía jugar?

Los once elegidos por Uruguay eran Cayetano Saporiti (Wanderers) para el arco; Francisco Castellino y Alfredo Foglino (ambos de Nacional) en la zaga; Jorge Pacheco (Peñarol), Juan Delgado (Central) y Manuel Varela (Peñarol) para la entonces llamada línea media; Pascual Somma (Nacional), Ángel Romano (Nacional), José Piendibene (Peñarol), Isabelino Gradín (Peñarol) y José Brachi (Nacional) en la delantera.

Uruguay goleó sin problemas a los chilenos por 4 a 0 en el estreno del torneo. Dos goles fueron de Piendibene, apodado El Maestro, el futbolista más famoso del país entonces (su caricatura aparece a la izquierda), y otros dos de Gradín, tan veloz que era recordman sudamericano de 200 y 400 metros.

Los diarios chilenos denunciaron que Uruguay había alineado a "dos profesionales africanos", por los criollísimos morenos Delgado y Gradín. El delegado trasandino Héctor Arancibia se presentó de inmediato en el diario La Nación para aclarar que ignoraba el origen de esa acusación y que no tenían nada que protestar. De hecho, al otro día del partido, hubo un singular amistoso de práctica entre los dos seleccionados, en el cual algunos uruguayos jugaron del lado chileno.

El Sudamericano siguió con otros encuentros (Argentina 6-Chile 1; Chile 1-Brasil 1; Argentina 1-Brasil 1) hasta que el 12 de julio le tocó a los celestes enfrentar a los brasileños, vestidos con una curiosa camiseta verde y amarilla a rayas.

El partido empezó con ventaja de Brasil por medio de Arthur Friedenreich, un mulato hijo de alemán que en su carrera hizo más goles que Pelé. Pero luego los brasileños sufrieron una baja por lesión y como no había cambios, quedaron con 10 hombres. Uruguay pudo entonces darlo vuelta en el segundo tiempo a través de Gradín y Tognola. Así, le sacó un punto a Argentina en la tabla, por lo cual el empate en el partido entre ambos, último del torneo, le daba el título. El encuentro se fijó para el domingo 16 de julio, una fecha que adquiriría resonancia propia a partir de Maracaná.

La expectativa por el clásico rioplatense fue tan grande que viajaron hinchas uruguayos a Buenos Aires, aunque la prensa de entonces no especificó la cantidad. El estadio de Palermo se llenó pronto pero la gente siguió ingresando. A la hora del partido, había público hasta el borde de la cancha. La Policía, incapaz de desalojar a los invasores, se limitó a formar un cerco alrededor del campo. El juego empezó, pero resultó imposible contener a la multitud, estimada en 40.000 personas, por lo cual el árbitro chileno Carlos Fanta lo suspendió cuando iban apenas cinco minutos.

La decisión enfureció a los aficionados, que terminaron de ocupar la cancha y lanzaron insultos, además de botellas, piedras y bastones, contra el palco de dirigentes. Desde allí respondieron arrojando sillas. El escándalo tomó temperatura, literalmente: algunos exaltados le prendieron fuego a las tribunas.

El incendio destruyó parte de las instalaciones y una casa vecina. Hubo varios heridos, entre ellos dos hinchas uruguayos: Federico Bouret se rompió la clavícula e Isidoro Alegressi, de apenas 18 años, una pierna. Un reservista argentino de nombre Juan Pallas fue aclamado como un héroe cuando se trepó el techo del estadio para rescatar la bandera uruguaya antes de que se quemara, aunque enseguida tuvo que ser internado, semiasfixiado.

Las primeras versiones del desastre llegaron incompletas a Montevideo, a través del único sistema de comunicación a distancia de aquellos días, el telégrafo. Como se pensó que los futbolistas uruguayos habían sido agredidos, cientos de manifestantes fueron a protestar ante la AUF, reclamando cortar los vínculos deportivos con Argentina. Los dirigentes, con noticias más frescas, aclararon a la gente que los jugadores estaban a salvo.

El partido se completó al otro día, lunes 17, en la antigua cancha de madera de Racing, en Avellaneda. Uruguay logró mantener el empate y se consagró campeón sudamericano. Saporiti fue figura, salvando su arco cuando arreciaron los ataques albicelestes.

Esa vez el telégrafo emitió la noticia exacta. El público uruguayo, que se acercaba a las redacciones de los diarios para enterarse, se fue después a la Plaza Independencia para festejar. E, iniciando un rito cuya vigencia llega hasta el triunfo en la Copa América 2011, siguió en manifestación por 18 de Julio. Al final, la multitud se reunió frente a la vieja sede de la AUF sobre esa avenida y cantó el Himno Nacional.

Los dirigentes uruguayos, en tanto, decidieron otorgar una medalla al reservista argentino que había salvado el pabellón y patrocinar dos funciones teatrales en honor de los campeones, que como futbolistas amateurs no podían recibir retribuciones en metálico. Eso no impidió que tuvieran homenajes, agasajos y regalos, ya desde el día 18, cuando el vapor Viena trajo a la delegación celeste hasta el Puerto. Apenas el buque tocó el muelle, los hinchas uruguayos aclamaron a los jugadores y se los llevaron en andas, señala El País de Uruguay.

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