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Para el Financial Times, Trump puede convertirse en un Perón estadounidense

Las patillas de Menem, los shows de Chávez y la destitución de Dlma son, para el autor de esta nota, antecedentes de la fanfarroneria del republicano. 
12/08/2016 - 20:25hs
Para el Financial Times, Trump puede convertirse en un Perón estadounidense

"Es irónico que supuestamente América latina está rechazando a los líderes populistas al mismo tiempo que Europa y Estados Unidos están abrazándolos", dice el periodista John Paul Rathbone, en esta nota que publica el periódico de negocios británico Financial Times. Rathbone -hijo de un exiliado cubano y actual editor para América Latina de ese diario- traza un paralelismo entre los populsmos latinoamericanos y la chocante fanfarronería de Donald Trump. 

Ha sido un fantasma persistente en la maquinaria de las elecciones estadounidense: América Latina. Apareciéndose en el rincón rojo están los 11 millones de inmigrantes indocumentados, mayormente hispanos, que Donald Trump quiere deportar; el muro que el candidato republicano construirá; y el injusto "juez mexicano" nacido en Iowa que falló en su contra. Los fantasmas en el rincón azul son la creencia de Hillary Clinton de que "ninguna región es más importante para la prosperidad y la seguridad de Estados Unidos".

Hace mucho tiempo que es una dura verdad que los votantes hispanos que representan 12% del electorado norteamericano tienen grandes probabilidades de definir el resultado electoral. Eso ocurre especialmente este año. Además del tema central de la inmigración, el voto hispano está repleto de millennials, una generación mayormente liberal que alcanzó la mayoría de edad con el inicio de este siglo; y si bien son anti establishment, tienden a rechazar a Trump. Además, para sus padres y abuelos, Trump es el tipo de candidato que bien puede recordar las razones por las que ellos emigraron.

Cuando Trump se pavonea con toda la fanfarroneada parece haber salido de un espantoso pasaje de la historia latinoamericana. Dicen que a veces comparte rasgos de hombres fuertes populistas como el dominicano Rafael Trujillo, o los argentinos Domingo Perón y Carlos Menem.

Está la obsesión por la virilidad y a menudo por el peinado, como las patillas de Menem. Está el narcisismo y el nacionalismo exagerado: el héroe de la independencia mexicana, el general Antonio López de Santa Anna armó un funeral de Estado para su pierna amputada. Hay también autoritarismo: Hugo Chávez de Venezuela, otro astuto showman, despidió ministros a su antojo en su programa de tv.

Es irónico que supuestamente América latina está rechazando a los líderes populistas al mismo tiempo que Europa y Estados Unidos están abrazándolos. La región experimentó un cambio crucial el año pasado. Los argentinos eligieron a un presidente centrista pro negocios Mauricio Macri. Brasil canalizó su enojo popular por la corrupción estatal haciéndole un juicio político a Dilma Rousseff, un proceso que culmina después de los Juegos Olímpicos de Río. La socialista Venezuela está al borde del derrumbe. Los populistas sobreviven únicamente en Nicaragua, Bolivia y Ecuador, donde Rafael Correa es un extraño líder extranjero que respalda a Trump.

Es ahí donde existe una línea directa entre el último cambio que sufrió Latinoamérica en su péndulo político y cómo los hispanos podrían definir el resultado electoral norteamericano. En general, comparten las principales preocupaciones de los otros votantes: la economía, el terrorismo y el cuidado de la salud. También tradicionalmente han votado a los demócratas. Una gran diferencia este año es que los millennials representan el 44% del bloque.

Este grupo se define más por demografía que por la vaga noción de entidad ética compartida (la mayoría dice que no necesita hablar español para ser hispano). Muchos son los hijos de los inmigrantes. Y lo que es más importante, sugiere el profesor Roberto Suro de la Universidad de California del Sur, se ven como norteamericanos, están orgullosos del énfasis que pone el país en el estado de Derecho donde los reclamos y principios, como la ciudadanía, son adjudicados por un estado imparcial y no por un líder errático, como Trump.

Mientras tanto, muchos de sus padres han sufrido antes el show populista. A menudo se atribuye el avance del populismo en Estados Unidos a la creciente inequidad, otro tradicional problema de Latinoamérica. La rabia contra las elites es la segunda razón que explica el ascenso del populismo. Otra vez, acá América latina tiene forma y peso intelectual. Ernesto Laclau, un teórico político argentino que estaba más allá de todo, hasta hizo carrera explicando y defendiendo el populismo.

Laclau, que fue una importante influencia intelectual de partidos izquierdistas como Podemos de España y Syriza en Grecia y murió hace dos años, aseguraba que el populismo era la mejor alternativa pos marxista para los proletariados abandonados por las élites que mantuvieron los privilegios, traicionaron posiciones liberales y, por lo tanto, deformaron las instituciones.

La historia reciente aún nos recuerda que la traición de las promesas es casi una definición del populismo. Básicamente, eso pasa cuando el banco central financia el gasto con emisión monetaria, lo que genera una inflación galopante,–una opinión que necesitaría actualizarse en estos días de flexibilización cuantitativa.

Todo esto puede sonar muy familiar para los votantes norteamericanos, cualquiera sea el lugar donde se paren en el espectro político. También puede ser familiar para Clinton y Trump. Ambos conocen bien América Latina: Clinton desde sus tiempos como secretaria de Estado; Trump por los hoteles y resorts que llevan su nombre en letras doradas. Es definitivamente familiar para los hispanos, quienes en un 70% votan a favor de Clinton, versus el 20% que se inclina por Trump.

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