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El líder de En Marche apuesta a la conciliación de posturas divergentes, aunque eso lo haga caer en contradicciones. Francia añora una nueva integración
24/04/2017 - 17:25hs

Una conjunción de virtudes. Así podría resumirse la figura de Emannuel Macron, el candidato de En Marche (EM), que el próximo 7 de mayo enfrentará en las urnas a Marine Le Pen en Francia, y que no deja de causar asombro en la vida política y social de ese país.

Este hombre de 39 años, de ojos azules y mirada curiosa, es capaz de llegar hasta el municipio de Avallón, en Borgoña, de sólo 7.000 habitantes para entablar conversación con escolares y comerciantes. Y se lo percibe natural. Pero no es por casualidad, sino porque es en este tipo de espacios donde el Frente Nacional de su rival es donde ha establecido sus raíces.

Para los analistas, este joven que se enamoró de su profesora 24 años mayor y logró establecer una pareja pese a los prejuicios sociales, aún los europeos, representa una nueva oportunidad para Francia en un momento en que parte de la sociedad de ese país ve con temor el liderazgo de Le Pen.

Macron se convirtió en el máximo aspirante a conducir Francia pese a no tener partido y a sumar escasa experiencia política. Un candidato justo, al decir de los expertos, para la era de la política líquida, o gaseosa.

El candidato de EM personifica a la gran coalición que reúne la bandera europea, la reconciliación republicana, todo con buenos modales y oratoria de profesor universitario.

Hace menos de un año que Macron comenzó con EM y seis meses que oficializó su candidatura. En agosto de 2016 renunció a su puesto de ministro de Economía con el presidente Francois Hollande, y sumó las voluntades del ex primer ministro Manuel Valls, Jean-Yves Le Drian (jefe de Denfesa) y otros ex ministros conservadores que ven en EM la chance de concretar el sincretismo ideológico.

Esta habilidad para conciliar posturas distintas también revela las contradicciones del novel político. Defiende el laicismo pero consiente el velo en la universidad y el burkini en la playa. No es socialista pero estuvo en la cartera más importante de Hollande. Dice no ser del stablishment pero trabajó en la banca Rotschild.No le gustan los partidos, pero fundó uno. Y aunque asegura recelar de las ideologías, admite que "si es populismo es hablar a la gente sin pasar por el filtro de los partidos, entonces soy un populista, pero no acepto que se me confunda con un demagogo. Los demagogos halagan los oídos. Y yo no halago a nadie", asevera.

Macron se ha convertido en una pasión política. Quienes lo apoyan ven en él a un conciliador, capaz de trabajar en lo que divide a los franceses. Lo apoyan ciudadanos extranjeros que tienen la camiseta francesa y colaboran en tareas de voluntariado con real impacto social. Sus seguidores trabajan en comités conectados entre sí desde donde impulsan la campaña valiéndose de donaciones y de la difusión que les brindan las redes sociales.

Inspirados en las campañas de Obama, la vocera de Macron, Laurence Haïm, asegura que "Macron y Obama tienen en común que no se quedan en la mera política, sino que promueven un modelo de sociedad". Y EM representa, según esta mujer, "la solución a una sociedad demasiado polarizada. Y propone una política de consenso. Muy avanzado en lo social, pero al mismo tiempo sin complejos en las reformas y en algunas medidas liberales. Macron quiere acabar con la tensión izquierda-derecha. Y es creíble porque es un extraodinario economista y porque quiere despojar a Francia del inmovilismo. Simplivicarnos la vida. Alivar el peso del Estado sobre nosotros. Hacer pocas leyes y buenas, no muchas e inútiles.

La suya es una revolución tranquila. Un modelo pragmático. Y un fenómeno político muy heterogéneo. No tenemos un votante tipo. Macron gusta en todas las clases sociales y en todas las categorías. Y ha logrado convertirse en un estímulo al abstencionismo que parecía consolidado de las zonas deprimidas".

Es en la periferia de Francia donde fracasó la integración, y donde se albergan los discursos yihadistas y de ultraderecha. Por eso Macron enfatiza que trabajará fuerte en la educación y que en los colegios considerados problemáticos prometió que no habría aulas de más de 12 alumnos. Y que los profesores serán contratados en función de su experiencia, además de incentivarlos con una ayuda anual de 3.000 euros.

"Hay que ser intolerantes como la violencia, pero todas las medidas coercitivas tienen que acompañarse de un proyecto de integración", aseguran desde su entorno.

Sucede que si Macron se erige como presidente, luego deberá enfrentar las legislativas. Y allí tendrá que apelar a un Gobierno de unidad nacional. Y es lo que preocupa a intelectuales, como el politólogo Alain Touraine, quien dice: "Participo muy poco de la euforia con que se está recibiendo este fenómeno político tan ambiguo y hueco. La victoria de Macron conducirá a Francia a una suerte de colapso institucional, precisamente porque va a producirse un cortocircuito entre el poder ejecutivo -el presidente- y el poder legislativo -el Parlamento-, de manera que Macron no será sino un presidente de transición. O un placebo momentáneo para atajar el peligro que representa el proyecto radical de Marine Le Pen".

"Emmanuel Macron no encarna en sí mismo un fenómeno positivo ni refleja un proyecto político. Más bien aglutina un ejercicio de equilibrismo y constituye una herramienta de la que se valen los franceses para renegar de la política misma. Votar a Macron significa decir ‘no' a la derecha, decir ‘no' a la izquierda y decir ‘no' al Frente Nacional. Es un voto de castigo polifacético, pero no un movimiento entusiasmante en sí mismo", agrega Touraine.

"El fenómeno Macron se explica por una mezcla de méritos propios y de peculiaridades exógenas. Se han dado todas las circunstancias ajenas para abrirse camino. Porque sus rivales se han ido destruyendo o autodestruyendo. Y porque el contexto de una coyuntura tan favorable ha coincidido con sus habilidades y cualidades políticas. Macron ha lanzado el discurso adecuado en el momento justo. Y reúne características genuinas.

Su historia tiene algo de novelesco. Y su personaje tiene algo de candoroso. Macron no es un producto de laboratorio ni ha sido diseñado. Claro que sabe moverse en las emergencias de la política francesa. Pero ha escogido un camino alejado de toda crispación. Es joven -cumplirá los 40 años en diciembre-, es nuevo, es carismático", asegura la periodista Astrid Mezmorian que forma parte de su equipo de comunicación.

La dimensión providencial que adquiere Macron se debe no sólo a la mirada que sobre él ya tiene una amplia porción de la población francesa sino también por la buena reputación que de él tienen en Bruselas.

Los actores del establishment lo ven como un reformista y aplauden lo flexible de su programa electoral que promete bajar impuestos y reducir el gasto público, disminuir el aparato burocrático, aunque sumando 10.000 nuevos policías. También promueve reducir la semana laboral a 35 horas con revisión y donde las horas extra serán prenda de negociación entre empresas y trabajadores.

A su vez, quiere prohibir el celular en la escuela, y pretende instaurar el servicio militar para jóvenes de 18 a 21 años para sensibilizarlos sobre el patriotismo pero con respeto institucional. Y desterrar cualquier forma de terrorismo.

"Pienso desmantelar todas las asociaciones islamistas que no respeten las leyes de la República. Y pienso ayudar a los franceses de confesión musulmana a estructurar un culto compatible con esas leyes. Empezando por la formación de los imames en Francia. Este es un país de riqueza cultural y de convivencia. Por eso no creo en el comunitarismo, sino en la integración. Tengo una noción abierta de la patria", subraya Macron.

EM se convirtió en el estímulo político de una sociedad desmoralizada, asediada por el terrorismo, siempre escolta de Berlín. El joven Macron logró liberarse de Hollande, quien lo había traido al Gobierno para enfocar reformas que los socialistas rechazaban, y que logró inclusive la adhesión de los conservadores. Tal como ocurrió con la llamada ley Macron, aprobada en diciembre de 2014, que habilitó el coemrco los domingos, liberalizó el transporte y levantó restricciones a profesionales liberales.

Fue tal su crecimiento, que Macron terminó haciéndose más grande que su mentor. Decía De Gaulle que las elecciones francesas representan el encuentro de un hombre con el destino de un país, aunque la accidentalidad que ha convertido a Macron en favorito al Elíseo también evoca aquella escena de Tiempos modernos en la que Chaplin recoge del suelo una baliza roja. Se le ha desprendido a un camión que transporta una gran vitrina. Y la agita Chaplin con vehemencia para hacérselo notar al conductor, pero el movimiento termina convirtiéndolo en el líder de una manifestación multitudinaria. Miles de personas que quieren cambiar las cosas. Y que esperaban la llegada del hombre adecuado en el momento adecuado.

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