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El logro oculto de Macri tras la gira asiática: confirmó que tendrá la foto más importante de su vida polí­tica
21/05/2017 - 19:16hs

Habrá que reconocerle a China un mérito impensado: cerró la "grieta" argentina. Como tuvieron que reconocer todos, fue tal vez el único punto en el que hubo una continuidad total entre el kirchnerismo y el macrismo.

Muchas de las inversiones en infraestructura -que totalizarán u$s17.000 millones- firmadas por el presidente Mauricio Macri con su colega Xi Xinping, habían sido iniciadas por el gobierno anterior.

Y, más allá de alguna revisión en cuanto a los proyectos hidroeléctricos en Santa Cruz, se ratificó el sostenimiento de la misma estrategia a la hora de negociar.

En un país donde suele reprocharse la falta de "políticas de Estado" que trasciendan a los cambios de gobernantes, el de China aparece como una excepción notable.

Desde un punto de vista optimista, algunos argumentarán que finalmente se está ante una coincidencia respecto del rol a jugar por la Argentina en el mundo.

Claro que, desde una óptica más realista, se podría argumentar que China es la excepción y no la norma. Porque en el resto de la agenda, las diferencias son radicales.

De hecho, la política exterior de Macri significó un quiebre radical respecto de la diplomacia K: ni siquiera había asumido en el cargo que ya anunciaba su intención de suspender a Venezuela del Mercosur por sus violaciones a los derechos humanos.

Su estrategia fue la de continuar dando señales de un profundo realineamiento internacional, que tuvo su punto cúlmine en el acuerdo con los "fondos buitre".

Por lo tanto, lo que revelan los acuerdos de Macri y su continuidad con la diplomacia cristinista es, más bien, la aceptación de una cruda realidad: China está llamada a ocupar un rol central en el futuro argentino.

Por capacidad industrial, poderío económico y financiero, pero sobre todo por vocación estratégica en su política exterior, es la única gran potencia que puede asumir la modernización de la infraestructura argentina.

Mientras en otros rubros, como el petrolero, quedan dudas sobre si las promesas de inversión de Estados Unidos pasarán a convertirse en proyectos concretos, en el caso de China no hay dudas.

Está en su interés estratégico mejorar la infraestructura de trenes en la Argentina, explotar el litio, financiar y construir represas hidroeléctricas y centrales nucleares e invertir en un rubro en el que el país es altamente competitivo, como es la producción de alimentos

A diferencia de lo que ocurre con otras potencias, la relación con China ofrece a simple vista una posibilidad de roles complementarios y no competitivos.

No por casualidad, Macri machacó, en presencia de los funcionarios asiáticos, con su frase sobre que la Argentina quiere ser el "supermercado del mundo", pero se cuida de no repetirla ante auditorios europeos, de larga tradición de proteccionismo agrícola.

La inevitable alianza con la "nueva Inglaterra"

A los presidentes les gusta utilizar el calificativo de "histórico" para cualquier encuentro o acuerdo con otros países.

La mayoría de las veces se trata de exageraciones, pero en el caso de este viaje, el adjetivo estaría bien aplicado.

En principio, todo indica que el salto de infraestructura que implicarán las nuevas represas de Santa Cruz, las dos nuevas centrales nucleares, la renovación a nuevo de los trenes de carga, el parque fotovoltaico de Jujuy, las inversiones viales, la incursión minera en el litio y la explotación en petróleo y gas no tendrán comparación con otras oleadas inversoras.

Para muchos, hay que remontarse a fines del siglo 19 y comienzos del 20, cuando la relación argentina con Gran Bretaña alcanzó su punto máximo, para ver una alianza estratégica similar.

Esa analogía histórica es de por sí expresiva: fruto de esa relación, los ingleses trajeron la tecnología frigorífica, tendieron las primeras líneas de ferrocarriles y mejoraron la infraestructura portuaria, contribuyendo así al despegue de la Argentina como potencia exportadora.

Como queda claro en retrospectiva histórica, la alianza británica no sólo superó largamente el simple intercambio comercial, sino que incluso redefinió al país culturalmente: desde el rol central que pasó a ocupar la industria cárnica, hasta el invalorable aporte del fútbol por parte de aquellos obreros ferroviarios ingleses, ya nada fue igual en la Argentina.

Ante la perspectiva de que China pueda ser una "nueva Gran Bretaña", algunos se entusiasman y otros se resignan a aceptarla como inevitable, pero todos entienden que no puede ser revertida.

Ya no se escucha, por ejemplo, a Elisa Carrió quejarse airadamente -como hacía en ocasión de las visitas de Cristina Kirchner a Beijing- de que hay una reedición del "tratado Roca-Runciman" de 1933.

Aquel acuerdo, hoy considerado por el revisionismo histórico como humillante, "entreguista" y ruinoso para los intereses nacionales, fue la forma en que el gobierno de la época se aseguró que Gran Bretaña siguiera reservando un cupo de importación de carne argentina a pesar de que el gobierno de Londres había prometido dar prioridad a sus ex colonias.

Tampoco ocupan la primera plana de los medios las denuncias sobre el posible uso militar de la central de observación espacial que los chinos instalaron en la Patagonia.

Lo cierto es que el pragmatismo y la necesidad financiera matan cualquier "relato". Ni el kirchnerismo antes -desesperado por divisas que oxigenaran el Banco Central-, ni el macrismo hoy -ansioso por inversiones externas que se demoran más de la cuenta- están en condiciones de rechazar un acuerdo con China.

Exultante por los anuncios de inversión y por los elogios a su gobierno, Macri transmite el mensaje de que los logros son frutos de su realineamiento internacional.

Lo cierto es que el interés chino en la Argentina se está manifestando con intensidad desde hace más de una década y obedece a un plan estratégico del gigante asiático. La foto más valiosa

Hay, en cambio, otro resultado de las recientes giras de Macri que sí es consecuencia directa de su llegada al poder y de la salida del kirchnerismo: la confirmación de la Argentina como sede de la próxima reunión del Grupo de los 20 (G20).

Es un dato que pasó algo inadvertido, detrás de todo el ruido político sobre si Macri tuvo mérito en la reapertura del mercado de limones en Estados Unidos o en la confirmación de las represas chinas.

Sin embargo, es uno de los datos de mayor fuerza política que ha logrado el Presidente como señal de apoyo internacional.

Hasta ahora, el país estaba vetado para ser anfitrión de los mandatarios más poderosos del mundo. Por más que en el G20 haya jefes de Estado que discutan acaloradamente sobre varias cuestiones geopolíticas, hay ciertas normas que todos respetan, y que la Argentina, bajo la representación de Cristina Kirchner, transgredía rutinariamente.

Para empezar, por la clásica hostilidad de su retórica, habitual para los argentinos pero sorprendente para en ámbito internacional.

La ex mandataria, en cada encuentro del G20, justificaba la persistencia en el default de la deuda y la negativa a acatar el fallo del juez Thomas Griesa, además de machacar sobre sus temas preferidos, como la crítica a la "economía casino" y al rol nocivo del FMI y de las agencias calificadoras de riesgo crediticio.

Pero no todo era el contenido discursivo. Fue famosa la irritación que despertaba la ex presidenta por su tendencia a apartarse del protocolo, así fuera en la extensión en los discursos más allá del tiempo pautado como en las llegadas tarde a las fotos de conjunto.

Si a eso se agrega las relaciones bilaterales tensas con Estados Unidos, España y Gran Bretaña, todo contribuía para que hubiera un mal clima.

En contraste, la política exterior de Macri dio, desde el inicio, señales de un giro de 180 grados.

Todavía no había asumido formalmente el cargo cuando, en su primera conferencia de prensa, abogó por suspender a Venezuela del Mercosur por las violaciones a los derechos humanos. Luego, normalizó su relación con organismos como el FMI y se avino a que los números nacionales fueran auditados por la misión de monitoreo.

Arregló rápidamente el tema de los "fondos buitres" y pagó al contado. Como resultado casi inmediato de ese cambio de actitud se produjo la visita de Barack Obama quien, ya en ese entonces estaba por culminar su mandato, nunca en sus ocho años de gestión había pisado la Argentina. En cambio, sí había estado presente varias veces en los países vecinos.

Una de las primeras definiciones de Obama fue su apoyo a que la Argentina fuera sede del G20. Lo cual no fue alterado por la llegada de Trump. Más bien al contrario, fue uno de los puntos que el nuevo mandatario se encargó de reforzar en la reciente visita de Macri a Washington.

¿Por qué es importante ser sede de una reunión? Es que la política, todos lo saben, está hecha de símbolos, de gestos, de señales. Es el tipo de cosas que permanecen inmutables desde hace siglos y que el avance tecnológico no sólo no ha cambiado sino que ha acentuado.

Si no, que lo diga Angela Merkel, a quien el presidente Trump no le quiso estrechar la mano delante de los fotógrafos cuando lo visitó en Washington.

No hay político en el mundo que no entienda la importancia de una foto. Y la que Macri consiguió para 2018 será la del clásico "grupo familiar", en un entorno porteño, con él en el centro y flanqueado por Trump, Xi Xinping, Merkel, el japonés Shinzo Abe, la británica Theresa May y el francés Emmanuel Macron.

Todos sonrientes, con gestos de familiaridad y afecto hacia el presidente anfitrión. El mensaje a decodificar es claro hacia adentro y hacia afuera: implica que, en una época turbulenta, el mundo tiene interés en que Macri pueda sostenerse en el poder y que recibirá apoyo para que pueda profundizar su línea de apertura económica.

Sí, es probable que en la próxima campaña electoral este tema quede opacado por las discusiones sobre tarifazos y metas de inflación. Pero toda la clase política sabe que, llegado el momento, ser la sede del G20 provocará un impacto.

El viejo dicho de que una imagen vale más que mil palabras se aplica hoy más que nunca a la política. Y Macri decidió apostar fuerte a que la próxima "foto familiar" junto a los poderosos del mundo sea su carta ganadora.

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