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Existen cualidades naturales y herramientas que permiten asumir grandes responsabilidades laborales sin morir en el intento    
30/11/2017 - 16:09hs

El estrés es una de las mayores enfermedades que sufren los ciudadanos de nuestro tiempo. Esta patología envejece, mata y aniquila cualquier atisbo de felicidad.

Concierne a todos, pero sobre todo a personas que ocupan cargos de una enorme responsabilidad, el ser capaces de manejar este estrés de una manera adecuada.

"Es fundamental en un mundo en que la confusión emocional y la falta de empatía se han convertido en una epidemia y el tiempo es limitado. La gestión de las emociones, de la presión y, como consecuencia, de este maldito estrés, es justamente una de las áreas de mejora que más trabajo con directivos de primera fila y políticos", escribió Euprepio Padula, Presidente Padula&Partners, para Expansión.

No hay recetas mágicas, pero es cierto que, a pesar de lo que tradicionalmente se cree, existen cualidades naturales y herramientas que permiten asumir grandes responsabilidades sin morir en el intento. El experto listó las siguientes

Un nocivo compañero al que hay que acostumbrarseEl estrés forma parte de nuestras vidas. Nadie está inmune porque es la forma natural que tenemos para enfrentarnos a las exigencias de la vida.

Todo lo que hacemos a diario puede generar estrés: trabajar, madrugar, conducir, ir de compras, viajar, los miedos que a diario sentimos por lo que pueda pasarle a nuestros seres queridos y a nosotros mismos. Somos deudores de nuestras prisas, de nuestros miedos y de una sociedad que desde niños nos exige retos, sueños materiales, pero que no nos enseña a gestionar todo el peso de las emociones.

El problema no radica de por sí en el estrés, que en cierta medida es bueno, como lo es la adrenalina y el vivir apasionadamente, sino con qué frecuencia se experimenta y qué habilidades hay que desarrollar para enfrentarse a él sin que nuestra salud se vea afectada.

La política, la actividad que más envejece

De entre todas las actividades posibles, sin duda en la que el ser humano experimenta mayores niveles de estrés es en la política, especialmente la primera línea. Es una vida sin descanso -a menudo sin fines de semana- siempre rodeados de una pléyade de seguidores, amigos, enemigos o arribistas de toda laya. 

El problema de la mayoría de los políticos es que su propia actividad profesional es un proyecto infinito en el cual normalmente, en lugar de reconocer los éxitos conseguidos y disfrutarlos, siempre se atiende ya al siguiente reto.

"A menudo he trabajado con candidatos electorales que, incluso en el momento de la victoria, son incapaces de disfrutarlo con sus seguidores y su propia familia, y de forma inmediata vuelven a ser rehenes de su responsabilidad. Sienten que nunca han hecho lo suficiente y se enfrentan a un flujo interminable de exigencias continuas, reales o ficticias", escribió Padula.

Es verdad que la política es vocacional y tiene su sentido en estar al servicio, pero tener vocación de servicio no debe ser nunca una esclavitud: es pasión, generosidad, valentía, resistencia y resiliencia.

Los políticos duermen pocas horas, se levantan temprano, evitan divertirse y hacen esperar a sus seres queridos. Casi toda su vida social rueda también alrededor de sus retos, ambiciones y sueños de gloria. En puridad, podríamos decir que no son felices. O si lo son, es a costa de ejercer lo que más les gusta: el poder. Aunque esto suponga un costo personal y familiar tremendo, que buena parte del común de los mortales, no estaría dispuesta a asumir como precio.

La diferencia entre los políticos y otros poderososEn general, suele decirse que los políticos llevan peor vida -y envejecen mucho antes- que los máximos responsables, por ejemplo, de grandes multinacionales.

Las razones son más que evidentes: la responsabilidad de un individuo que ostenta la jefatura de un Gobierno es infinitamente superior; no es igual que tus decisiones afecten a decenas de millones de ciudadanos que a miles de accionistas, por poderosos que estos sean.

Y en cuanto a la remuneración, y por tanto al nivel de vida, no resiste comparación. El CEO de un gran conglomerado empresarial o un gestor de un 'Hedge Fund' londinense que mueve miles de millones, puede permitirse el lujo de vez en cuando de disfrutar de una 'semana sabática' esquiando o jugando al golf en alguno de los lugares más exclusivos del planeta. Un jefe de Gobierno, no.

Claves para no envejecerParecen obvias, sí, pero hay que llevarlas a la práctica: cuidar el cuerpo, hacer ejercicio físico, practicar mucho sexo, y cuidar la dieta, son las principales.

Los políticos y, en general, la gente que ostenta poder, cuida poco y mal su alimentación. Come mucho y no de forma equilibrada. Cobra importancia cada vez más la figura de un experto nutricionista que acompañe diariamente a estas personalidades. Igual que la de un preparador físico, que les ayude a mantenerse en forma.

Es también clave mantener un nivel óptimo de otro tipo de ejercicio: el mental: una cabeza activa y despierta. Y, para ello, desarrollar actividades que demanden una exigencia intelectual, pero no solo las ligadas al ejercicio de sus responsabilidades. Tener hobbies es importante.

No debe olvidarse, por último, la vida social. Cuidar a la familia y a los amigos. Mantener relaciones sociales fuera del contexto profesional para no obsesionarse con lo que constituye la actividad principal.

Los políticos en particular, y los poderosos en general, suelen convivir al cien por cien solo con otros políticos y con asesores, casi siempre muy serviles y poco críticos. Son tremendamente endogámicos, algo muy nocivo. Hay que destacar también el control de la salud más básica y la detección precoz de enfermedades.

Ayuda mucho trabajar con un coach especializado en la gestión de las emociones. Mantener la serenidad en los momentos conflictivos y de mayor adversidad es fundamental. Igual que controlar los impulsos y aprender a conocernos mejor.

Cuanta más seguridad en nosotros mismos podamos conseguir mejor estaremos preparados para soportar largos períodos de estrés.