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Se acumulan de a miles en la frontera con Colombia. La mayoría está huyendo, pero otros buscan ahí alimentos y remedios para sus familias
11/02/2018 - 11:59hs

El puente que conecta la colombiana Cúcuta con la venezolana San Antonio del Táchira sintetiza desde hace días, agudizándose de un modo dramático, el cuadro de desastre que devora al país bolivariano.

Decenas de miles de personas escapan hora tras hora de la Venezuela de la revolución chavista donde la crisis económica y el desabastecimiento son dominantes.

Y se acumulan en el puente Simón Bolívar que parece un tubo de hormiguero, con la gente apiñada intentando entrar a Colombia, que ha puesto restricciones desde el último viernes para ordenar el aluvión. Ese puente es uno de los tres accesos en esa frontera colombiana y en todos la situación es semejante.

Son 35 mil las personas que desde hace meses cruzan diariamente, según datos de la oficina de migración de Colombia consignados por el diario Tiempo de Bogotá.

Del otro lado del límite, una parte intenta comprar lo que no consigue en su país, desde comida a medicamentos. Pero la gran mayoría se quedan en el país vecino o lo usan como trampolín para seguir al norte del continente o hacia el sur, a Brasil, Chile, Perú o Argentina. Esta es la migración más pobre que no puede comprar un pasaje de avión o marcharse en un automóvil del que carecen.

La enorme hilera que se forma en los cruces la integran familias enteras, cargando cajas con sus pocos enseres, valijas o mochilas, bebes en brazos y también gente en silla de ruedas. Muchos de ellos no quieren mirar hacia atrás, y han habido choques con la policía colombiana que les impedía pasar.

El lugar donde está el puente Simón Bolívar, es una romería. Hay desde vendedores de comida o de billetes de autobus hasta porteadores que cargan el equipaje de los recién llegados. En un extremo grotesco de este drama hay incluso quienes ofrecen dinero a los venezolanos por su cabellera para venderla luego a fabricantes de pelucas, consignó la agencia EFE en un reporte desde Cúcuta.

El cruce hasta ahora los venezolanos lo hacían aprovechando un corredor humanitario creado por el gobierno de Juan Manuel Santos atento a la profundización de la crisis venezolana. Pero ahora esa administración decidió imponer mayores filtros para regular el flujo de migrantes que ha tornado caótico. Se estudia, incluso, la creación de campos de refugiados para contener a esta gente en su incesante huída.

El gobierno colombiano había establecido el acceso a los venezolanos únicamente con el pasaporte o la Tarjeta de Movilidad Fronteriza. Este último es un instrumento que permitía un ingreso más sencillo. En Venezuela se ha tornado muy difícil conseguir el pasaporte y hay un comercio espurio que involucra a parte del funcionariado que vende esos documento a un costo creciente en cientos o miles de dólares. Desde mayo de 2017, cuando se la implementó, se registraron 1.500.000 solicitudes de esa tarjeta. Ahora Colombia decidió suspenderla.

“Hay mucho éxodo”, “Dejen pasar”, “Hay niños, mujeres y ancianos con sed”, decían quienes intentaban abrirse paso entre las multitudes que se embotellaron desde el viernes en los puentes Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander y La Unión, consignaba el diario de Bogotá.

“Los nuevos anuncios de Santos han formado un efecto embudo que también está impidiendo el movimiento hacia Venezuela. Todavía no sabemos cómo va a funcionar la nueva normativa migratoria”, declaró a Tiempo, Juan García, un venezolano, de 32 años, que, al revés de la mayoría, intentaba regresar a su país con maletas llenas de medicinas y alimentos para su familia.

“Yo también vengo a comprar comida, porque en Venezuela no hay nada”, explicó Jorge Hernández, un joven de 24 años también retenido en la frontera. “Cuando me disponía a pasar, me tomó por sorpresa esta fila interminable de gente. Era caótico. El forcejeo de las personas y uno aguantando calor, sed y hambre. No aceptamos esas nuevas medidas, porque nosotros cruzamos por necesidad. Los controles van a impedir el libre paso, como era antes”, señaló.

Entre la abigarrada multitud, bajo el sol canicular que caracteriza a esa ciudad colombiana, la agencia española tomó contacto con Welter Páez, un hombre sencillo que estaba sentado sobre una montaña de maletas junto a sus tres hijos menores. Había cruzado antes de la suspensión decidida por el gobierno colombiano. Allí esperaba que las autoridades le concedieran refugio a él y su familia pero se preguntaba d e qué modo podía conseguir dinero para poder viajar en autobus a Bogotá donde aspira a encontrar un empleo.

“Da nostalgia y tristeza tener que abandonar el país que lo vio nacer, lo vio criar a sus hijos”, lamentaba Páez a EFE con la voz ahogado por el desasosiego y la desesperación que le producía no solo salir de este modo de Venezuela sino la incertidumbre por su porvenir. Páez era albañil en su país pero ya nadie lo contrataba.

Pero el caso más conmovedor es de Angelina Guillen, una chíca de 25 años que cruzó para parir a su hija. “Allá no hay gasa ni siquiera, y los hospitales están llenos de bacterias” y vacíos de médicos, dijo.

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