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Lo que viene: un libreto "bilardista" conducido por un Sturzenegger que recuperó margen de acción

Lo que viene: un libreto económico "bilardista", conducido por un Sturzenegger que ahora recuperó margen de acción
06/05/2018 - 00:04hs
Lo que viene: un libreto "bilardista" conducido por un Sturzenegger que recuperó margen de acción

A exactos 127 días desde su pomposo anuncio, el Gobierno finalmente dio oficialmente por desarmado el plan presentado el 28-D.

Aquella vez, en un acto encabezado por el jefe de Gabinete, Marcos Peña, y rodeado por el equipo económico en pleno -incluido el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger-, se anunció un relajamiento de la meta inflacionaria para dejarla en 15%. En la práctica, redundó en una baja de la tasa de interés y una suba del dólar.

Si se tratara de fútbol, los anuncios de la mañana del viernes fueron lo más parecido al planteo de una estrategia "bilardista". El Gobierno fue 100% resultadista, sin "jogo bonito". Se terminó el "lirismo" de las tasas bajas y el incentivo a la reactivación económica.

En términos de la "interna" que juegan los funcionarios, todas las miradas en la City coincidían en que la virtual intervención que se había impuesto sobre el Banco Central llegó a su fin, y esta vez la que vio su poder recortado fue la "mesa chica" del macrismo que dirige Marcos Peña. Así, Sturzenegger tiene ahora manos libres para aplicar munición gruesa.

En el terreno de las finanzas, el viernes lo único buscado fue calma en la plaza cambiaria después de una semana de corrida, que llevó la cotización del dólar a $23 y que terminó la jornada en $22,20, sin necesidad de una intervención vendedora de divisas por parte del Banco Central.

Para la mirada "bilardista", lo del viernes fue un éxito. Por primera vez desde que se precipitó la crisis cambiaria, el Gobierno se puso por delante de los acontecimientos. De ahora en más, habrá que evaluar las consecuencias de la corrida y los costos de las medidas anunciadas.

¿Un marco estable?

Por lo pronto, el set de anuncios -coordinados entre Hacienda, Finanzas y el Banco Central- paró la histeria. Ya no se notó la presión compradora de dólares de parte de inversores actuando en manada. Pero -cierto es también- tampoco reapareció una oferta de divisas que permita pensar que la situación de crisis ya pasó.

Incluso, para asegurarse una oferta de entre u$s1.800 y u$s2.000 millones, el BCRA les tuvo que imponer a los bancos una disminución en su posición patrimonial en dólares.

Esta iniciativa (que en otros momentos habría sido impensable para un gobierno macrista y más bien vista como algo propio del kirchnerismo) provocó una abrupta caída, de hasta 10%, de las acciones bancarias en la Bolsa de Comercio.

Tras el shock de los anuncios, en la City porteña quedó flotando la pregunta de si la súbita alza de la tasa de interés de referencia, al 40% anual, y el resto de las iniciativas conseguirían estabilizar el escenario de manera permanente.

No porque ese rendimiento no fuera tentador para los codiciosos inversores sino, más bien, por una cuestión más de fondo: el sentimiento generalizado, entre analistas e inversores, de que el Gobierno quedó muy expuesto en esta crisis

En otras palabras, que no fue capaz de garantizar un marco estable frente a las turbulencias externas -algo que sí pudieron lograr los demás países en desarrollo- y que también falló en sus diagnósticos.

Todo este combo de desaciertos se engloba en un término: credibilidad. O, más bien, en la fuerte pérdida de ella, que es lo que hoy por hoy sufre el Gobierno.

Los mismos funcionarios que en los últimos meses repitieron -como axiomas- que la Argentina se encaminaba hacia un ajuste de sus cuentas públicas pero con crecimiento económico y que ese tipo de ajustes "no se anuncian sino que se hacen", también falló en cumplir con esos preceptos.

El colapsoA fin de 2017, una fecha que hoy parece lejana aunque apenas transcurrieron cuatro meses, el diagnóstico de la Jefatura de Gabinete era bien claro: el objetivo principal era reasegurar el crecimiento económico.

Para lograrlo debía cortar la lógica de elevadas tasas, que proponía Sturzenegger desde el Banco Central, para lo cual flexibilizó la meta de inflación 2018: de una banda de entre 10% y el 12% se pasó a un 15% puntual.

Esa modificación habilitó a una automática baja del tipo de interés. Como correlación, el tipo de cambio se ajustó a la nueva meta. El dólar saltó rápidamente de $17,50 a $20.

La ganancia de competitividad lograda en un momento en el que ningún otro mercado ajustaba y con una menor tasa de referencia debía empujar la actividad.

Todo cerraba: créditos hipotecarios indexados fluyendo hacia ilusionados inquilinos; las líneas prendarias sumándose al boom automotor y los otros préstamos bancarios abasteciendo a un amplio abanico de consumidores servían para lubricar la economía. Sin importar que esa expansión monetaria pudiera volverse en contra en medio de una corrida cambiaria.

Todo ese esquema es el que tembló durante las últimas semanas y se desmoronó en las últimas horas.

Sin ninguna muestra de que haya habido una mirada introspectiva y mucho menos una autocrítica pública por el mal paso, la Casa Rosada se enfocó en dejar atrás la emergencia antes del fin de semana.

Echaron mano a la caja de primeros auxilios: alza de las tasas de interés y regulaciones al sector privado que tenga dólares en la mano. Se arrancó con los bancos. Por ahora, sin tocar a los dueños de la soja y otros exportadores.

El viernes por la noche, cuando unos pocos ocupaban sus oficinas en la City, algunos se preguntaban si harían falta medidas adicionales para corregir el rumbo. Y si la determinación política de devolverle el margen de acción a Sturzenegger alcanzaría para aquietar las agitadas aguas.

Superado el momento de la emergencia habrá tiempo para sacar más cuentas y volver a enfocar la visión. Por caso, a cuánto ascenderá finalmente el crecimiento del PBI de este año. Algunas consultoras, en análisis preliminares, lo estrechaban a una banda que va del 0% a tan solo el 1%. Con una inflación que, para los más conservadores, treparía al menos al 25% en 2018.

Todo dependería, finalmente, de la manera y el momento en que el Gobierno logre sacar al paciente de la terapia intensiva. Y auscultando en dónde quedarán para entonces las expectativas del público, que ya venían resentidas por el tarifazo y la inflación. Recién en ese momento podrá hacerse una lectura definitiva del nuevo escenario.

Lo que, sin medias tintas, y también desde la política y la economía se denomina "barajar y dar de nuevo".