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Fue uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol de Brasil, pero se lo culpó del gol de Ghiggia que dejó fuera del Mundial a su selección en 1950
11/06/2018 - 12:24hs

Moacir Barbosa era un hombre muy querido en su país y uno de los mejores arqueros de la historia del fútbol de Brasil, pero una mala jugada en un partido de 1950 le valió toda su carrera y el amor de los hinchas.

Murió maltratado, repudiado y a su entierro no acudió ni un futbolista, ni un entrenador, ni un dirigente del fútbol brasileño.

Un día antes de la final del Mundial de Brasil 1950, Moacir Barbosa era un hombre muy querido en su país. Al día siguiente de la final, era fusilado por la prensa. El error que le costó su reputación fue en el «Maracanazo» de 1950, un partido que terminó 1-2 marcado por Ghiggia. Una jugada que dejó afuera del Mundial a los brasileños en su tierra, para gloria de Uruguay, eterno enemigo de esa selección.

El gol del magnífico uruguayo Alcides Ghiggia se dio en el minuto 79 de la final. Amaga un centro y lo que hace es sorprender con un disparo al arco. Moacir reacciona y toca la pelota con los dedos, pero el balón entra. Nadie critica sin embargo a la delantera, que solo marcó un gol ante 190.000 seguidores y no supo rematar el partido.

La vida de Barbosa cambió en unas horas. Lo odiaban. No pudo dormir bien el resto de su vida. Fue también su muerte futbolística.

"Llegué a tocar la pelota y creí que la había desviado a córner, pero escuché el silencio del estadio y me tuve que armar de valor para mirar hacia atrás", rememoraba Moacir.

"Cuando me di cuenta de que la pelota estaba dentro del arco, un frío paralizante recorrió todo mi cuerpo y sentí de inmediato la mirada de todo el estadio sobre mí". Lo sintió para siempre. A partir de ese día la vida no fue la misma para Moacir.

En la calle, en los bares, la gente se alejaba de él y escuchaba comentarios hirientes: "Mira hijo, este hombre fue quien hizo llorar a todo brasil". 

Así fue toda la vida. Se escondió para el mundo, anduvo de incógnito, pero a veces ea reconocido.

Cuando Maracaná renovó sus porterías, Moacir se llevó los postes de la portería del 1-2 y los quemó. Sirvieron de mecha para el clásico asado brasileño. Invitó a sus amigos en el barrio Ramos, en Leopoldina, al norte de Río de Janeiro.

Moacir murió el 7 de abril del año 2000. La prensa tituló: "La segunda muerte de Barbosa". Poco antes de morir, el acusado expuso: "En Brasil la pena mayor por matar a alguien es de treinta años de cárcel. Hace casi cincuenta años que yo pago por un crimen que no cometí, y sigo encarcelado. La gente todavía dice que soy el culpable".

Y eso que aquella final iba bien encaminada para Brasil, que solo necesitaba el empate. Friaça adelantó a Brasil ya en la segunda parte. Pero Schiaffino logró la igualada, y a once minutos del final del partido llegaría el histórico tanto de Ghiggia. Barbosa había realizado un gran Mundial. Ya había sido nombrado mejor portero del Mundial. Antes había conquistado cuatro campeonatos cariocas, un campeonato sudamericano de campeones, todos con Vasco de Gama, más una Copa América con la selección brasileña.

Muchos dicen que le condenaron por ser el portero, la víctima fácil, y también por ser negro. Moacir decía: "En muchas peluquerías de río de Janeiro no me querían atender por mi raza y eso le pasaba también a otros muchos negros". Moacir era el primer cancerbero negro de la historia de la selección.

El guardameta nunca regresó a la selección. Continuó con los títulos bajo la portería del Vasco de Gama, pero nadie quería verle con el equipo nacional. Era un apestado. En los bares le atacaban: "Si no hubiera aprendido a contenerme cada vez que la gente me reprochaba lo del gol, habría terminado en la cárcel o en el cementerio hace mucho tiempo. Me decían que era muy gentil para sobrevivir en un mundo áspero como es el del fútbol, pero yo estoy contento de nunca haber hecho daño a nadie, ni en el campo de fútbol ni fuera. Ha sido el fútbol el que me ha hecho daño a mí".

Trabajó durante años en los despachos del estadio que le condenó. Aquellos postes que quemó se los ofrecieron. En 1993 vivió otro desprecio grave. La selección brasileña se encontraba concentrada para preparar el Mundial de Estados Unidos y se acercó al lugar de la concentración para desear suerte a sus jugadores. Zagallo, el seleccionador, no le dejó ni verlos. Le echó de inmediato y de mala manera, solicitando a los guardias de seguridad que nunca más le dejaran entrar.

Murió el 7 de abril del 2000, a los 79 años. Moacir Barbosa murió sólo y pobre. A su entierro asistieron familiares y amigos. Ningún futbolista. Ni entrenador. Ni dirigente. En 2014, alemania goleó 1-7 a Brasil. y entonces, muchos hablaron. "Todos somos culpables, que nadie culpe a uno, y menos al portero. Ya aprendimos lo que le sucedió a Moacir, lo pagó muy caro".

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