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El teletrabajo puede condenarnos a un futuro distópico de jornadas interminables

Sin normas claras sobre cómo debe ser el comportamiento fuera de la oficina y cuáles son las expectativas, los trabajadores terminan dedicando más horas
15/10/2021 - 07:47hs
El teletrabajo puede condenarnos a un futuro distópico de jornadas interminables

En los últimos 19 meses, millones de personas en el mundo descubrieron los beneficios de trabajar desde casa, como mandar al cajón de los recuerdos los tediosos desplazamientos al trabajo, tener menos distracciones, o un mobiliario más cómodo.

El aspecto que más gente destaca de esta nueva forma de entender el trabajo, no obstante, es el control del propio tiempo que el teletrabajo les permitió.

Ir al gimnasio a mitad de día, cuando está vacío, sentarse a almorzar con los niños, visitar a los padres sin pedir tiempo libre, son algunas ventajas expuestas.

El mundo empresarial, además, pretende ahora que los empleados mantengan después de la pandemia gran parte de esta nueva autonomía. Como declaró el CEO de Google, Sundar Pichai, en mayo: "El futuro del trabajo es la flexibilidad".

Parece a todas luces una gran victoria para un sector social de trabajadores con estudios universitarios, pero a pesar de lo mucho que atrae la libertad de este modelo, hay una creciente preocupación sobre el costo que va a tener en las personas.

Décadas de investigación resaltaron los peligros de ofrecer a las personas este esquema. En vez de marcar sus propias fronteras y límites, los terminan trabajando más horas y más intensamente que antes. De hecho, las personas hicieron eso mismo una vez el COVID-19 paralizó el mundo.

"Todos esos peligros, los veo reflejados en mi propia experiencia. Nadie me ha dicho que trabaje más para compensar por estar trabajando desde casa, pero es lo que hago. Después de hacer unos recados o ir a correr en mitad del día, me sorprendo trabajando hasta más tarde para "compensar el tiempo perdido". O hago eso, o nado en mi ansiedad preguntándome si debería haberlo hecho", escribió el periodista Aki Ito de Business Insider.

"Y lo que es peor, al echar más horas que antes, a todas horas, estoy reforzando una cultura que supone más trabajo para mis compañeros, dando un vuelco a las normas sobre cuándo decir basta, añadió.

"Adoro la flexibilidad, pero la flexibilidad también es una carga", afirma Melissa Mazmanian, profesora de informática en la Universidad de California y coautora del libro Dreams of the Overworked. "La presión está en tu campo a la hora de navegar y estructurar tu propia vida", afirmó.

"No existe guía clara sobre cómo deberíamos estar interactuando unos con otros. Esto puede crear expectativas altas en cuanto a comunicación, accesibilidad y disponibilidad", asegura Mazmanian.

Un ciclo de expectativas al alza

Los profesionales ambiciosos siempre trabajaron muchas horas, es la naturaleza de su propia ambición, pero el acto de ir a una oficina imponía un límite físico sobre cuántas horas podía estarse en esos espacios.

De repente, trabajadores de oficina podían llevar su trabajo a cualquier parte a la que fueran, y una de esas primeras tecnologías fue la BlackBerry.

En 2004, Mazmanian, que por aquel entonces era estudiante de doctorado en el MIT, se dispuso a comprender qué pensaban de sus BlackBerrys personas ambiciosas de alto potencial como banqueros inversores o abogados de grandes corporaciones. El dispositivo tenía tan solo 5 años, pero ya había transformado en que la gente trabajaba, y "les encantaba".

"Es la libertad", sostenía un abogado. "Puedes conectarte cuando quieras sin tener en cuenta dónde estás o qué estás haciendo", le dijo. Un profesional del capital privado enfatizaba que el dispositivo "ayuda a elegir cuándo trabajar y cuándo hacer otras cosas". Según el punto de vista de los profesionales, la BlackBerry les daba más control sobre sus vidas.

Algunos de estos profesionales confirmaron que chequeaban su BlackBerry cada 5 o 10 minutos por la mañana, y en intervalos de 10 a 60 minutos durante las tardes, además de cada 10 minutos o una hora durante las noches y los fines de semana.

Con todo el mundo "eligiendo" estar disponible constantemente, se formó una nueva norma que forzaba a los profesionales a estar en guardia todo el tiempo. "Es un ciclo de expectativas al alza", indica Mazmanian.

Un sujeto del estudio detallaba: "Si no respondo a un email en una hora, la gente empieza a atosigarme, se preguntan si algo va mal, en serio, es terrible". Otro se preguntaba: "¿En qué momento del día acaba tu trabajo?"

La misma tecnología que se supone que iba a dar libertad a todo el mundo ha acabado robando esa libertad, la de disfrutar la vida más allá del trabajo.

Mazmanian y los coautores de su libro llaman a este efecto "la paradoja de la autonomía". Una sucesión de nuevas tecnologías la "turboalimentaron". Hoy la gente llenó sus iPhones con herramientas como Slack, que los tan aún más a sus trabajos. Al mismo tiempo, los documentos compartidos, Internet de alta velocidad y los portátiles de alta gama permitieron que las personas se lleven su trabajo a casa para acabarlo durante las noches y fines de semana.

"Las empresas estuvieron aprovechándose de la flexibilidad para pedir a sus empleados que trabajen por la noche y los fines de semana, gratis", argumenta Jennifer Glass, profesora de sociología en la Universidad de Texas. Glass estudia el fenómeno de las horas extras en casa, y declara: "Las empresas dijeron, aquí está tu trabajo, si no puedes hacerlo en 40 horas, puedes acabarlo desde casa".

Con todo este caldo de cultivo en ebullición, la pandemia golpeó con fuerza al sistema, forzando a un número sin precedentes de profesionales a trabajar desde casa. Si todas las tecnologías de teletrabajo de las dos últimas décadas habían difuminado la frontera entre el trabajo y el hogar, el trabajo en remoto a tiempo completo desde casa —posibilitado por estas mismas tecnologías— terminó por borrar esa línea.

Cuando el gigante del software Salesforce anunció su transición hacia un modelo de trabajo híbrido el pasado febrero, su director de personal declaró que "el trabajo de 9 a 5 está muerto". Seguramente el enunciado era una celebración de los beneficios de disponer de mayor autonomía, pero también podía interpretarse como el anuncio de un futuro distópico.

El trabajo se está propagando como un virus por cada minuto libre de las personas, desde el minuto en que se levantan hasta el segundo en que apagan la luz para irse a dormir. No es solo el número de horas que se trabaja, lo que está atrapando a las personas es la naturaleza infinita de este nuevo modelo de trabajo.

Trabajo y espacio personal

Se borraron las fronteras entre espacio personal y profesional
Se borraron las fronteras entre espacio personal y profesional

Según un estudio de Harvard, la media de extensión de la jornada laboral es de unos 48 o 49 minutos al día.

Utilizando un método similar, un estudio de más de 60.000 empleados de Microsoft concluyó que la jornada laboral media se había extendido un 10%, mientras que un proveedor de VPN indicó que sus usuarios se han conectado 3 horas más al día para teletrabajar desde el inicio de la pandemia.

Esos estudios no tienen en cuenta, sin embargo, la naturaleza de conexión y desconexión del trabajo que se sigue en casa.

¿Qué pasa si un empleado ha ido a comprar en mitad del día? Podría pasar que la gente esté trabajando el mismo número de horas, pero las reparta equitativamente a lo largo del día. En la encuesta anual de uso del tiempo del instituto americano de estadísticas laborales, trabajadores en sectores que hicieron un cambio radical al teletrabajo, aseguraron trabajar más horas durante el día.

Pero cuando se amplía ese espectro para incluir a colegas de otros sectores similares, no ha habido un incremento visible en Estados Unidos, donde la gente trabajó de media 7,42 horas al día, por 7,43 horas de 2020.

Los sociólogos, de hecho, midieron cuánto se han deshecho estas barreras preguntando a sus participantes si mezclan tareas del hogar y del trabajo, un fenómeno que clasifican como un "borrado de roles".

"Pese al experimento, mi conclusión es que no necesito un registro de mis horas para confirmar algo que ya sé: Realmente nunca estoy desconectada del trabajo. No es solo que mi cerebro siempre esté a un paso de abrir las puertas de una cascada de pensamientos sobre mi próxima frase, párrafo, o historia. Eso ocurre desde que soy periodista", indicó la corresponsal de Business Insider.

"Es que ahora siento confusión y culpabilidad a cada momento, ya sea porque no estoy trabajando suficiente, o porque me parece que estoy trabajando demasiado. Trabajar desde casa quiere decir que nunca dejo la oficina, y que nunca llego realmente a casa", añadió. 

En una encuesta publicada por Indeed a principios de este año, los trabajadores remotos eran más propensos que los trabajadores que acuden a la oficina a decir que la pandemia empeoraba sus niveles de agotamiento.

Glint, un proveedor de encuestas sobre el compromiso de los empleados propiedad de LinkedIn, descubrió algo similar. Las personas que trabajaban en empresas que facilitaban el trabajo a distancia tenían un 32% más de probabilidades de decir que tenían problemas con el equilibrio entre el trabajo y la vida privada, en comparación con los que trabajaban en empresas con pocos puestos de trabajo a distancia.

Es importante señalar que hay una gran desigualdad en este acto de equilibrio. Mazmanian, en colaboración con investigadores de la Universidad de Siracusa, estudió a personas como los autónomos y los propietarios de pequeñas empresas, que gozan de más libertad para organizar sus días que los empleados a tiempo completo. Descubrió que el reto de encontrar un equilibrio entre lo personal y lo profesional se ve profundamente afectado por una sola variable: tener hijos pequeños.

Los que no son padres luchan por evitar que el trabajo colonice la vida doméstica. Pero los padres luchan por evitar que su vida familiar colonice su trabajo. Eso hace que nuestro futuro flexible sea especialmente preocupante para las madres trabajadoras.

Sin un interruptor de apagado para las horas que trabajamos, todos llegaremos a un punto en el que nos quedaremos sin horas libres, y las mujeres con tareas de cuidado de niños llegarán a ese punto mucho antes que el resto de nosotros.

"Si no hay nada que detenga la carrera de ratas, quien más trabaje va a ascender en la jerarquía", detalla Glass, socióloga de la Universidad de Texas. "Y si no te unes a esa carrera de ratas, nunca ascenderás. Esa es la esencia de la desventaja de las mujeres que tienen hijos. Si no puedes dedicar esas horas de trabajo extremas, estás fuera de la carrera de la rata. Simplemente no puedes competir", reflexionó.

Esa es la mayor ironía de todas: Trabajar desde casa, con la flexibilidad que ofrece para cuidar a los niños, amenaza con dejar fuera a las mismas personas a las que se supone que debe ayudar más.

El punto débil de "fijar límites saludables"

El rápido aumento del trabajo desde casa plantea una cuestión importante: ¿Cómo se pueden crear límites en torno al trabajo cuando se hace desde la habitación y todo el mundo lleva su oficina en el teléfono?

El método estadounidense, por ejemplo, consiste en hacer recaer la carga de la fijación de límites en el individuo. En muchos trabajos, limitar las horas de trabajo o negarse a estar disponible cuando se te pide, puede tener graves consecuencias.

Se pueden perder asignaciones y oportunidades de promoción, e incluso perder el trabajo. En este punto es donde todos los consejos de autoayuda sobre "establecer límites saludables" se equivocan.

Los lugares de trabajo —incluso los remotos— desarrollan normas. Si unos pocos ambiciosos deciden estar de guardia desde el amanecer hasta la medianoche, esa ventaja competitiva obligará a todos los demás a permanecer conectados sólo para mantener el ritmo. Son los empresarios, y no los empleados, quienes tienen la responsabilidad principal de establecer y hacer cumplir una norma de comportamiento para el trabajo a distancia.

Los departamentos de recursos humanos de todo el mundo están alarmados por los niveles de agotamiento que observan. Pero al preguntar a Mazmanian por algunas intervenciones sencillas que las empresas habían empezado a adoptar, se muestra escéptica.

Las normas generales y superficiales, como la prohibición de enviar correos electrónicos después de las 5 o hacer que los viernes sean libres de Zoom, se han puesto de moda. Pero si la verdadera cultura del lugar de trabajo no cambia, la gente encontrará la manera de eludir las normas para salir adelante. Y como recuerda Glass, al igual que los empleados están en una carrera de ratas entre sí, las empresas están en su propia carrera de ratas contra otras empresas.

Persuadir a los empleados para que trabajen menos podría significar perder negocios frente a los rivales, al menos a corto plazo. Por eso Glass cree que el único cambio realmente significativo puede venir de una ley que limite la duración de la semana laboral.

En Estados Unidos, la Ley de Normas Laborales Justas, aprobada a raíz de la Gran Depresión del año 29, obliga a los empresarios a pagar salarios más altos a los empleados que trabajan más de 40 horas semanales.

Pero la ley exime a muchos trabajadores asalariados, que son los más propensos ahora a trabajar desde casa. Y a diferencia de otros países industrializados, que establecen límites máximos al número de horas que un empresario puede esperar que la gente trabaje, Estados Unidos no hace nada para limitar la semana laboral.

Como resultado, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, el 11% de los estadounidenses trabajan 50 horas semanales o más, en comparación con menos del 3% de los trabajadores de Noruega y Dinamarca.

"Mientras haya gente dispuesta a trabajar cien horas a la semana, tendremos este problema", matiza Glass."Si podemos crear una cultura como la que tienen los escandinavos —en la que está deslegitimado comportarse así, como no llevar una máscara en el metro—, entonces sí que se puede considerar esta mayor autonomía como algo que realmente beneficiará a los trabajadores y a sus familias."