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Sufrió el corralito y un contrato casi la arruina, pero no se rindió: hoy lidera más de 50 franquicias

Natalia Druziuk enfrentó fracasos y barreras legales. Creó un Instituto de Idiomas y hoy cuenta con más de 50 franquicias en Argentina, Uruguay y Paraguay
Por Gonzalo Otálora
NEGOCIOS - 25 de Septiembre, 2025

Instituto Neone es una red de franquicias de enseñanza de idiomas fundada hace más de 30 años. Actualmente, cuenta con 57 sedes activas en Paraguay, Uruguay y Argentina, con presencia en 20 provincias. Ofrece 17 idiomas, incluida la lengua de señas, y más de 5.000 estudiantes forman parte del sistema, que continúa su expansión en América Latina.

Detrás de este emprendimiento está Natalia Druziuk, su fundadora, una joven cuya historia personal está tan marcada por el esfuerzo como el crecimiento de su proyecto. Todo comenzó en medio de una crisis familiar: cuando Natalia tenía apenas 10 años, su padre –un empresario- quebró, y su familia lo perdió todo, incluso la casa. Se mudaron a vivir con su abuela, que cerró su almacén para hacerles lugar.

Desde entonces, empezó a trabajar limpiando cerámicas con una espátula para aportar dinero al hogar. "Con mi primer sueldo, me compré una lata de Nesquik para mi hermana y dos chicles", recuerda. Esa infancia difícil, marcada por la resiliencia y la responsabilidad temprana, fue el punto de partida de una vida de esfuerzo que, años más tarde, daría lugar al nacimiento de un proyecto educativo que hoy transforma la vida de miles de personas en América Latina.

Durante su adolescencia, Druziuk asumió responsabilidades familiares mientras su madre comenzaba a trabajar fuera del hogar. Su padre no lograba conseguir empleo estable y la rutina diaria se dividía entre tareas domésticas, trabajos esporádicos y el cuidado de su hermana menor. En ese contexto, a los 17 años, la joven decidió abrir su propio instituto de idiomas.

Junto a su madre adquirieron una casa hipotecada y la adaptaron como sede. Durante el día trabajaba en una fábrica, por la noche asistía a la universidad y, en los tiempos libres, daba clases. Así nació Instituto Neone.

La primera dificultad

El primer obstáculo no tardó en llegar, fue la desconfianza por su edad. "Una vez atendí el teléfono y me preguntaron si les podía pasar con mi mamá, por mi voz finita aparentaba menor de edad", recuerda. Cuando los padres llegaban con sus hijos y ella abría la puerta, solían mostrarse sorprendidos. "Hola, yo soy la profesora", les decía. La primera persona en confiar fue una madre que llevó a su hijo de cinco años. "Él eligió venir acá y quiero que estudie con vos", le dijo. A partir de allí, el boca a boca entre las familias permitió que, en menos de un año, el instituto pasara de 0 a 84 alumnos.

Con la ayuda de su padrino, la joven se trasladó a un local más amplio. Allí asumía todas las tareas: dictaba clases, atendía consultas, limpiaba, inscribía alumnos y gestionaba el espacio. A pesar del crecimiento, contratar personal resultaba difícil debido a los prejuicios sobre su edad.

Tiempo después conoció a Melisa, una joven de su misma edad, y la incorporó como secretaria. Con su apoyo, alquiló el local contiguo y amplió la oferta de idiomas y horarios. Sin embargo, no lograba cubrir los nuevos turnos por falta de docentes. "Tenía un nivel de estrés que me estaba matando porque hacía todo yo. Estaba sola", dice Natalia. A pesar de las dificultades, el instituto continuó funcionando y sumando estudiantes.

Ahorros perdidos y una oficina convertida en un espacio de crianza

En 2001, Natalia tenía 84 alumnos, dos alquileres por sostener, el sueldo de una secretaria y una hipoteca compartida con su madre. Guardaba desde chica una suma en dólares, fruto de trabajos esporádicos y esfuerzo personal. Al llegar el llamado "corralito", no pudo retirar los u$s10.000 que había depositado.

La crisis económica dejó a cientos de institutos cerrados. Entonces, decidió llamar uno por uno y ofrecer trabajo a los docentes. Su pitch fue simple pero potente: "Nosotros no cerramos, nos ampliamos". En lugar de bajar la persiana, alquiló un nuevo local, invirtió en cartelería con cinco idiomas y reestructuró su propuesta educativa. Pasó de 84 alumnos a más de 400. Con el tiempo, terminó la universidad, pagó la hipoteca y comenzó un posgrado.

Quince años después, adoptó a su hija Alexia. Parte de su entorno le sugirió que abandonara el instituto y se enfocara en las tareas del hogar. Tomó otra decisión. Adaptó su oficina para continuar con la dirección del espacio educativo mientras criaba a su beba.

"Lo que era mi oficina se convirtió en un espacio para darle la leche y dormir a la niña, mientras tanto, yo seguía contestando mails, coordinando clases y armando programas", cuenta.

Primera franquicia fallida

Luego de una primera etapa de adaptación, la fundadora de Neone decidió expandir su modelo de negocio a través de franquicias. Ante la imposibilidad de contratar una consultora especializada, optó por cursar una diplomatura en gestión de franquicias y desarrollar por su cuenta los manuales necesarios para operar bajo esa modalidad.

La primera experiencia en Jujuy no cumplió con las expectativas y, tras un año y medio, se rescindió el contrato. Este proceso permitió profesionalizar el modelo y sentar las bases para una futura expansión.

Tiempo después, Neone desarrolló una plataforma educativa propia. El proyecto, que implicó una inversión considerable, no logró captar la matrícula esperada en los primeros años, pero se mantuvo el foco en el desarrollo del modelo educativo online.

La pandemia encontró al Instituto en pleno inicio de su primera franquicia operativa. La imposibilidad de funcionar en contexto de confinamiento afectó tanto a la franquiciada como al equipo general. Además, la fundadora enfrentó un fraude financiero tras solicitar un préstamo. Con ingresos interrumpidos y un aumento de deuda, se reactivó el proyecto del campus virtual. Se capacitó al equipo y se migró toda la operación a modalidad online.

"Cuando me di cuenta de que la franquicia no podía abrir, sentí que todo se venía abajo. No tenía ingresos y además me hackearon una cuenta. Me endeudé y no sabía cómo pagar los sueldos. Recordé el proyecto del campus y decidí activarlo. El campus me salvó en la pandemia. Capacité a los profes y migramos todo a la virtualidad. Eso nos permitió seguir", explica.

El cambio permitió sostener la actividad, incrementar la cantidad de estudiantes y sumar nuevas franquicias. Más adelante, Neone lanzó un curso de lengua de señas. La iniciativa generó resistencia inicial, incluso entre los propios franquiciados. Frente a las críticas, se ajustó la estrategia de comunicación y se reforzó el enfoque en el propósito de inclusión. El curso fue bien recibido por la comunidad sorda y se convirtió en uno de los más solicitados.

Fallo en la comunicación en la Feria de Franquicias

Tras la pandemia, el Instituto Neone mantenía un crecimiento constante. Su creadora decidió participar en una feria de franquicias con el objetivo de expandir la marca en todo el país. La participación fue organizada con recursos propios limitados y una propuesta de comunicación inicial que no respondía al público de la feria, ya que estaba dirigida a personas interesadas en cursos.

Durante la preparación, Natalia contactó a un especialista en storytelling y pitch, con quien había trabajado en otras formaciones. En una primera reunión, el profesional rechazó el material producido y propuso rediseñar toda la estrategia. El mensaje fue ajustado para enfocarse en potenciales franquiciados. Se incorporaron datos sobre la comunidad sorda y se diseñó un recorrido específico para ese perfil de visitante. También se sumó una intérprete de lengua de señas en el stand y en otros espacios de la exposición.

El resultado fue una mayor atracción de franquiciados, incluyendo una sede en Bariloche. Además, Natalia mejoró su capacidad para comunicar el propósito del Instituto.

"Antes no sabía cómo explicarlo. Ahora lo cuento cada vez que me preguntan. Me presentaba como Natalia de Neone y no sabía qué decir. Después de esa feria, aprendí a comunicar lo que hacemos. Incorporamos a una intérprete de lengua de señas que ayudó no solo en el stand, sino en toda la Expo. Eso marcó una diferencia. Me animé a hablar frente a cámaras, a dar charlas. Antes no podía. Hoy, sí. Y ahora me gusta vender. Me gusta contar qué hacemos", remarca.

De Argentina a Uruguay: expansión internacional

Durante esa feria, surgió la posibilidad de llevar Instituto Neone a Uruguay. Con el tiempo, se concretó la apertura de una sede en ese país y la marca se incorporó a la Cámara Uruguaya de Franquicias. En paralelo, en Argentina, varios franquiciados que operaban otras marcas de capacitación comenzaron a sumar Neone a sus espacios, gracias a la política de no exclusividad territorial.

El crecimiento llamó la atención de una empresa del mismo rubro, que detectó la presencia de la empresa en varias de sus propias sedes. El director de esa compañía se contactó con Natalia y propuso una alianza. A pesar de las advertencias de su entorno, ella firmó el acuerdo. La integración comenzó, pero las condiciones fueron difíciles de sostener. La exclusividad bloqueó nuevas franquicias, afectó las ventas y complicó la relación con los franquiciados. Las regalías no cubrían ni un salario y se habían realizado inversiones en personal, infraestructura y tecnología.

Frente a la falta de resultados, se convocaron reuniones con los socios, pero no hubo solución. La directora de la Institución recurrió a abogados para cerrar el acuerdo. El proceso impactó en la operación general del instituto y en su vida personal.

"Sentí que había firmado la tumba de mi negocio"

"Me preparé para recibir 100 sedes y terminé facturando lo mismo que cuando estaba sola. Firmé exclusividad y eso me bloqueó todo el país. No podía abrir nuevas franquicias, no vendía cursos, tenía tres personas contratadas sin tareas concretas. En ese momento sentí que había firmado la tumba de mi negocio. Me costó mucho tiempo recuperar la relación con mis franquiciados, salir de ese lugar y volver a enfocarme también en mi familia. Hoy ya no vivo con esa presión, pero fue un proceso largo", indica la profesora.

Después de cerrar la alianza, Natalia reorganizó sus prioridades, recuperó el control de la marca y retomó el vínculo con su comunidad. Firmó un contrato que no entendió del todo. Se reunió dos veces con los franquiciados. No obtuvo respuestas claras. Inició acciones legales y dio por terminado el vínculo. Volvió a generar confianza en su equipo. Entendió que no necesita crecer sin límites. Sacrificó tiempo con su familia.

"No estoy divorciada, por si hace falta aclararlo. Sigo con Lucas, mi marido, y la nena me sigue queriendo", cierra, sin dejar margen de dudas.

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