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El verdadero test de Moyano: demostrar que no perdió su capacidad de "parar el paí­s" e irritar a la clase media

El verdadero test de Moyano: demostrar que no perdió su capacidad de "parar el paí­s" e irritar a la clase media
18/02/2018 - 23:02hs
El verdadero test de Moyano: demostrar que no perdió su capacidad de "parar el paí­s" e irritar a la clase media

El ámbito político ya entendió que lo que está en juego en los próximos días es mucho más que el éxito o el fracaso de una marcha sindical de protesta contra la política económica del Gobierno. Y que el tema no se agota en un round político entre el presidente Mauricio Macri y el líder sindical Hugo Moyano.

Más bien, lo que ocurrirá será un test sobre qué tan vigente continúa la letra del cantito que en la última década ocupó el top en el ranking sindical, ese que, con la música de "siga el baile", advierte que "si lo tocan a Moyano/les paramos el país".

Y, sobre todo, se comprobará qué tan sensible sigue siendo la clase media argentina ante el poder del líder sindical para congelar toda la logística.

Por lo pronto, ya se notó el nerviosismo de cuatro días sin bancos, gracias a la medida de protesta convocada por Sergio Palazzo, líder del gremio bancario y a esta altura su principal aliado.

La prolongada falta de atención en sucursales no sólo afecta la operatoria comercial sino también el cobro de jubilaciones y, además, complica la reposición de los cajeros automáticos.

Es una de las situaciones que típicamente exasperan a la clase media, que en los últimos días se abalanzó sobre las terminales bancarias para hacerse de dinero cash.

Además, el viernes empezó una medida de "trabajo a reglamento", lo que en definitiva significa un servicio reducido, en otra área sensible, como la recolección de residuos urbanos, que suele tener mayor impacto en épocas de altas temperaturas.

Para completar el cuadro del "poder de fuego" de Moyano, otros dos gremios que le responden directamente están bordeando el conflicto, con el argumento de reclamos salariales. Se trata de los transportistas de caudales y los camioneros del sector combustible.

Es decir, la "paralización del país" podría llegar a ser literal si las estaciones de servicio se quedan sin nafta, al tiempo que el malhumor social podría crecer si se agravaran los problemas de abastecimiento de efectivo en los cajeros.

Restos de un poder absoluto

Hay que remontarse a 2012, en los días en que Moyano estaba enfrentado políticamente con la entonces presidenta Cristina Kirchner, para recordar una acción combinada de tal magnitud por parte del líder camionero.

Hay algunas similitudes entre aquella época y la actual: sobre todo, que en ambas sentía el acoso judicial por sospechas de enriquecimiento ilícito y lavado de dinero; y que en ambas, el sindicalista creía ver una instigación por parte del Gobierno para que avanzaran esas investigaciones.

Pero ahí terminan los parecidos. Porque el resto del escenario es diferente, empezando por el propio Moyano, cuyos nuevos gestos agresivos no parecen tanto una demostración de poder sino de debilidad.

La marcha de protesta contra la política económica prevista para el miércoles sufrió una serie de sucesiones en cadena que ya hasta es motivo de burlas en las redes sociales.

En esa marcha acotada al gremio camionero y algunos aliados circunstanciales de organizaciones piqueteras y de la central sindical de izquierda -la CTA-, el desafío que tiene es convencer a la opinión pública de que, efectivamente, lo que lo mueve es la oposición a la política económica y no el cuidado de su propia situación judicial.

Todo un contraste con los días en que ostentaba el liderazgo indiscutido del movimiento sindical, de la mano de su alianza con el fallecido presidente Néstor Kirchner. Era un acuerdo que, con ojos de hoy, puede parecer raro, pero que en su momento tenía lógica.

El presidente recién asumido con apenas 23 por ciento de los votos se garantizaba un fuerte respaldo político y el alineamiento de la fuerza social con mayor capacidad de movilización.

Y, por su parte, la CGT obtenía cada vez más espacios de poder, en todos los sentidos: lograba colocar más representantes en el aparato estatal, recibir mayores recursos financieros bajo su administración y obtener un tácito acuerdo de permisividad ante los métodos de presión sindical contra las empresas.

Cuando la inflación empezó a ser un problema, Kirchner negociaba con él cuál sería el tope para los ajustes salariales, de manera de que no hubiera desbordes que provocaran la temida espiralización de precios y salarios.

Así, el sindicalista cumplía el rol de contención frente a los sindicatos más díscolos al establecer el "techo Moyano" en cada paritaria.

El camionero, por su parte, lograba para su gremio una acumulación de poder, afiliando a miles trabajadores de otras ramas, como los repositores de supermercados y los obreros de descarga en los puertos.

Mientras la Argentina recibía de lleno las ventajas del boom global de la demanda agrícola, el sistema de transporte pasó a depender más que nunca de los camiones y menos de otros medios de transporte tradicionales, como los ferrocarriles.

Fue así que en menos de una década la carga transportada por rutas aumentó 50%, debido a la suba en la exportación agrícola y también la mayor producción industrial. Y quien participaba en toda esa cadena logística que va desde los campos sojeros y las plantas fabriles hasta los puertos se convertía en alguien poderoso.

En los viejos tiempos, el gremio de los camioneros lograba aumentos salariales bien por encima del resto de los trabajadores. Pasaba incluso al nivel de ingreso de profesionales y empleados públicos.

Atraídas por esas conquistas, varias ramas de actividad cayeron en la tentación de pasar a ser representadas por el gremio transportista, lo cual le valió a Moyano el enojo de los dirigentes rivales de la CGT.

Pero no solamente los trabajadores se beneficiaron con sus gestiones, sino que muchos empresarios del transporte lograron exoneraciones fiscales.

Y, en uno de los episodios más resonantes, el líder sindical consiguió hasta que las grandes empresas industriales pagaran los aportes de seguridad social a los camioneros de empresas contratadas.

Fue en esos días de acumulación de poder que en el ámbito político se empezó a atribuir a Moyano la participación societaria en empresas de recolección de residuos, logística, correos y proveedoras de sanatorios dependientes de los sindicatos.

También fue allí que su ambición política le ganó enemistades. Moyano solía compararse en público con Lula, entonces presidente de Brasil, y no ocultaba su aspiración de que algún día "un trabajador" llegara a lo más alto del poder político.

Un conflicto funcional a Macri

Hoy, aquel Moyano con el que Kirchner no se animaba a confrontar suena a cosa del pasado.

El macrismo no sólo no cree que siga vigente la capacidad desestabilizadora del sindicalista sino que hay un sector del Gobierno que argumenta que la pelea resulta funcional en términos electorales.

No siempre fue así, por cierto. El nuevo discurso "duro" del macrismo en contra de las "mafias", que se renovó en el reciente "retiro espiritual" de Macri y su gabinete, contrasta con la actitud que el Presidente propugnaba al inicio de su mandato.

Hoy nadie parece recordar que en 2016 Moyano era invitado a la Casa Rosada, casi como en un acto de desagravio luego del destrato que el sindicalista había recibido por parte de Cristina Kirchner. Y que, en retribución, el camionero adoptaba una actitud prudente y comprensiva cuando otros sectores sindicales le reclamaban medidas de protesta.

En una de las tantas paradojas de la política argentina, hoy el líder gremial aparece en los medios de comunicación pidiendo públicamente "un café" con Cristina, mientras amenaza con develar secretos sobre Franco Macri, el padre del Presidente.

Y, en la vereda de enfrente, se consolida la idea de que, involuntariamente, Moyano le puede estar haciendo un favor al Gobierno. El enfrentamiento con un sindicalismo desprestigiado llega justo en el momento en el que empieza a ser cuestionado por su propia base electoral debido a problemas en la economía y por actitudes cuestionables de sus funcionarios.

De manera que el malhumor de la clase media ante los paros en bancos, recolección de residuos y varias ramas de logística terminan sirviendo como recordatorio de por qué los macristas votaron a Macri: no tanto por amor a su plan sino por espanto al peronismo.

De hecho, hace un año, en una situación parecida a la actual, cuando también se verificaba una escalada de conflictividad sindical y arreciaban las alusiones al "helicóptero" por parte de sectores afines al kirchnerismo, fue que surgió el espontáneo acto masivo de apoyo que revitalizó al macrismo.

Es posible que el propio Moyano perciba la situación, pero actúa con la lógica de quien no tiene alternativa. Su única arma es mostrar los restos de su poder de fuego, en un intento de que del otro lado se lea el mensaje entrelíneas y se le asegure un ya improbable blindaje judicial.

De momento, el choque parece inevitable: el macrismo evaluó la situación y da señales de haber llegado a una conclusión lapidaria: pelearse con su ex aliado le trae, en este momento, más beneficios que problemas.

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