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Sexo depravado, orgí­as y sadismo en Roma: la verdad histórica detrás de San Valentí­n

La versión oficial dice que Valentín celebraba matrimonios clandestinos. Otra versión, que hizo milagros. En todo caso,  oculta una tradición pagana
14/02/2018 - 20:07hs
Sexo depravado, orgí­as y sadismo en Roma: la verdad histórica detrás de San Valentí­n

El dí­a de San Valentí­n poco tiene que ver con la fiesta del amor romántico que cunde en las redes. 

Esta jornada de dicha y felicidad está basada en las Lupercales, un festival de depravación organizado en la Antigua Roma para lograr que los jóvenes se iniciaran en las relaciones sexuales.

La vida del religioso al que se rinde culto este 14 de febrero no es menos trágica, pues era un médico que terminó ajusticiado por oficiar matrimonios clandestinos en contra de las órdenes del emperador Claudio II.

La Iglesia Católica decidió honrar a este religioso el 14 de febrero desde el año 498 por el papa Gelasio I, probablemente en un intento de eliminar la efeméride pagana de las Lupercales, que se celebraban el 15 de febrero. Un festejo relacionado con el amor y la reproducción».

San Valentí­n
Valentí­n era obispo en Terni (Italia) cuando Claudio II Gótico (214-270 d.C.) prohibió a sus combatientes contraer matrimonio. para que los soldados que estaban casados fueran menos conservadores en el campo de batalla en unos momentos en los que las fronteras se veí­an acosadas por alamanes y vándalos.

La medida pareció sumamente excesiva al religioso, que se avino a celebrar en secreto las bodas de aquellos soldados que no querí­an cumplir esa orden del emperador.

Como era de esperar, cuando fue descubierto fue apresado por Claudio II, quien no tuvo piedad y le decapitó el 14 de febrero del año 269. Se cree que fue enterrado en la Ví­a Flaminia, a las afueras de Roma, lo que hizo que durante la Edad Media la Puerta Flamina fuese conocida como Puerta de San Valentí­n.

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Esta es la versión oficial. Sin embargo, las dudas sobre la veracidad de esta historia hizo que la Iglesia Católica acabara con esta festividad en el año 1969.

Existe otra versión sobre esta historia. Según se explica en el informe "El dí­a de San Valentí­n" (editado por la Consejerí­a de educación en el Reino Unido e Irlanda), Valentino era un cristiano del siglo III que continuó practicando su religión a pesar de la prohibición romana.

Sus actos le llevaron a la cárcel, donde uno de los guardias le pidió que diese clases a su hija ciega.

Tras varios dí­as, la chica recuperó la vista y se convirtió al cristianismo. «La ví­spera de la ejecución, Valentino envió una última nota a la niña pidiéndole que se mantuviera en la fe [...] Al dí­a siguiente, 14 de febrero, Valentino fue ejecutado. Sus restos se conservan en la Basí­lica de su mismo nombre, en Terni, donde cada año, el 14 de febrero, las parejas que van a casarse celebran un acto en honor del Santo", desvela el dossier.

Lupercales
Fuera cual fuese la historia de Valentí­n, la realidad es que fue usada para hacer olvidar las Lupercales, unas fiestas cuyo origen, según explica el autor Jean-Noí«l Robert se consideraba ya entonces mitológico. "Se trataba de una de las ceremonias más arcaicas, ya que numerosos especialistas coinciden en decir que se remontaba a los tiempos del caos, mucho antes de la fundación de Roma, en la que sin duda se hací­an sacrificios humanos", señala.

Oficialmente, la fiesta se celebraba en la misma cueva (la Lupercal) en la que se creí­a que una loba habí­a amamantado a los fundadores de Roma (Rómulo y Remo).

Desde aquella gruta se iniciaban las Lupercales de manos de un sacerdote que comenzaba la fiesta sacrificando un carnero en honor a Fauno (el dios de la naturaleza). Posteriormente, y con el mismo cuchillo, el religioso untaba la cara de dos «lupercos» o «luperci» (los jóvenes que debí­an pasar por el ritual) con la sangre del animal. A continuación, y tras ser limpiados, los chicos debí­an reí­rse para emular la victoria de la vida sobre la muerte de los mismos Rómulo y Remo.

Una vez que habí­an sido ungidos por el sacerdote, estos dos jóvenes (que casi siempre iban desnudos, o ataviados únicamente con taparrabos fabricados con la piel de los animales sacrificados) salí­an de la gruta.

El ritual no acababa en este punto, sino que iniciaban una carrera depravada a través de Roma por un itinerario previamente planeado. Un trayecto que llevaban a cabo gritando obscenidades. Mientras corrí­an, los «lupercos» iban dando latigazos -con una correa fabricada también con los restos del carnero- a todo aquel que, voluntariamente, se ubicaba frente a ellos.

El principal objetivo eran, no obstante, las mujeres en edad de ser madres. "La opinión en que estaban las mujeres era que estos latigazos contribuí­an a su fecundidad, o a su feliz libertad", se explica en el «Diccionario Universal de Mitologí­a».

Para las chicas jóvenes era todo un privilegio recibir un correazo, pues entendí­a que, con él, los dioses no tardarí­an en bendecirlas con un hijo. Otro tanto pasaba con los hombres golpeados, quienes consideraban que les purificaba y les daba buena suerte.

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A pesar de todo, los autores le atribuyen varios significados a esta fiesta. Robert señala, por ejemplo, que mediante aquella carrera la «ciudad reviví­a sus primeros momentos, aquellos en que habí­a pasado de la barbarie y el caos a la civilización, a una nueva vida».

Otros tantos son partidarios, por el contrario, de que la ceremonia era principalmente un rito de iniciación entre los más jóvenes. El autor Pierre Jacomet es uno de ellos. El escritor afirma en una de sus obras que aquellas eran "ceremonias destinadas a alejar el miedo a la sexualidad, el temor de ser incapaz, el terror a no poder cumplir con el ritual de la fertilidad, que es la cópula, a perder la calidad de ciudadano del mundo".

¿Qué sucedí­a después de la carrera? Las teorí­as son varias. Algunos autores como Jon Juaristi explican que las Lupercales podrí­an incluir ritos orgiásticos como la prostitución propiciatoria de las pastoras. Robert, por su parte, añade que ese dí­a también se celebraban otros tantos rituales como«el sacrificio de un perro, una invocación a Juno, o un banquete».

Con todo, esta es solo una de las teorí­as existentes sobre el origen de San Valentí­n. Algunas fuentes creen que también se basa en otra fiesta pagana que se querí­a «cristianizar»: la que se hací­a en honor de Juno Februata.

El autor John M. Flader  señala que, en la Antigua Roma, existí­a la costumbre de honrar a esta deidad introduciendo los nombres de las jóvenes de la ciudad en una caja. Cada uno de ellos era extraí­do por un chico y la pareja resultante quedaba unida a nivel sexual.

Nuevamente, lo pecaminoso de la celebración hizo que fuera modificada. "Al final, se sustituyeron los nombres de las chicas por los de los santos", afirma el autor.