Los perros cada vez son más feos, y la ciencia explica por qué eso nos encanta
En 1989, la periodista Margo Kaufman relataba en Los Angeles Times cómo un desconocido gritó "¡Eh, feos!" al ver a sus dos carlinos paseando por la calle. No era un caso aislado, en su crónica comentaba que los comentarios despectivos se acumulaban día tras día. En aquel momento, estos perros eran vistos como anomalías cómicas, muy alejados del prestigio que tenían el pastor alemán o el labrador.
Tres décadas después, el mundo ha dado la vuelta. Lo que antes provocaba una burla, hoy genera fascinación. Las redes se han llenado de chihuahuas sin pelo, crestados chinos desdentados, bulldogs que resoplan como locomotoras y grifón de Bruselas idénticos a un Ewok. El fenómeno es tan visible como innegable: nos estamos enamorando de los perros feos.
El dato más contundente lo aporta The Wall Street Journal: desde 2022, el bulldog francés es la raza más registrada en Estados Unidos, desbancando al labrador retriever tras 31 años de reinado absoluto. Y no es un caso aislado: los carlinos, grifón de Bruselas, crestados chinos y chihuahuas peculiares acumulan búsquedas, seguidores y adopciones.
Por otro lado, en España, según explicó Elias Weiss Friedman, creador de la cuenta The Dogist, la gente busca perros que destaquen, animales cuyo aspecto llame la atención y diga algo del dueño.
Las redes sociales como amplificador
La estética ugly-cute (traducido como mono, pero feo o gracioso) es una moda impulsada por influencers y celebrities, que presumen en Instagram de sus carlinos (o pugs) o bulldog francés (o frenchies), contribuyendo a normalizar —y popularizar— su aspecto extremo.
Y los concursos también ayudan: en 2025, la ganadora del histórico World’s Ugliest Dog Contest fue Petunia, una bulldog francés sin pelo, rescatada en Oregón. El concurso puede sonar burlesco, pero su función es visibilizar perros procedentes de refugios y criaderos ilegales y facilitar su adopción. Lo feo vende y enternece.
No obstante, esta moda no se sostiene solo por la viralidad. Hay mecanismos psicológicos profundos.
Pero, ¿por qué? La psicóloga general sanitaria Alejandra de Pedro González explica a Xataka que la fascinación por los perros más "raros" responde a un instinto muy humano: cuidar a los vulnerables. "Asociamos ciertos rasgos —cojeras, falta de pelo, deformidades— con necesidad de protección. Eso activa nuestro instinto prosocial más básico", señala.
Este impulso no es exclusivo de nuestra especie. El científico Konrad Lorenz definió en 1943 el baby schema: un conjunto de rasgos infantiles (ojos grandes, cara redonda, nariz pequeña) que despiertan conductas de cuidado. Muchos "animales feos" comparten estos rasgos exagerados: bulldogs y carlinos de hocico aplastado, crestados chinos de ojos prominentes, chihuahuas con cabezas desproporcionadas. La investigadora Marta Borgi, en un estudio publicado por la revista científica Frontiers in Psychology, explica que estos rasgos aumentan la disposición a proteger y reducen la agresividad hacia el individuo.
Más allá de la ternura
Según De Pedro, los perros inusuales permiten proyectarles una personalidad casi humana: "Con un perro raro puedes inventarte casi una personalidad", detalla. Esto encaja con lo que recoge The Wall Street Journal: dueños que describen a sus perros como duendes, bebés, personajes literarios o incluso almas trágicas. Las caras torcidas, los ojos prominentes o los cuerpos desproporcionados se vuelven lienzos emocionales.
Además, estas razas requieren cuidados especiales —limpieza de pliegues, medicación respiratoria, revisiones constantes—, lo cual fortalece el vínculo. Para la psicóloga, esta inversión emocional es una forma de parentalización: "En una sociedad individualista, la gente busca a quién cuidar. Un perro feo es la máxima expresión de amor incondicional, ni siquiera tiene que ser mono para que lo quieras".
El lado oscuro de la tendencia
Las razas braquicéfalas —carlinos, bulldogs franceses e ingleses, boston terriers— sufren problemas respiratorios severos, dificultades para regular la temperatura, enfermedades oculares y pliegues infectados. Veterinarios citados por The Wall Street Journal califican estos casos extremos como "pesadillas médicas".
Países como Holanda y Noruega han prohibido la cría de algunas razas por vulnerar la ley de bienestar animal, al perpetuar características que condenan al perro a una vida de dolor. De hecho, estudios del Royal Veterinary College demuestran que los bulldogs ingleses tienen más del doble de probabilidad de sufrir enfermedades frente a otras razas y una esperanza de vida drásticamente menor. Aun así, dueños y criadores resisten a los cambios: algunas personas consideran "gracioso" el ronquido o la respiración ruidosa de los carlinos, sin entender que son signos clínicos de sufrimiento.
La belleza (im)perfecta. Petunia, la bulldog sin pelo coronada en California, no sabe que ha sido portada de periódicos. Ni que ha alimentado un debate global sobre estética, vulnerabilidad o bienestar animal. Solo mueve la cola cuando alguien se le acerca.
Y quizá ahí esté la verdadera explicación de esta obsesión contemporánea. En una época que exige perfección -rostros simétricos, vidas ordenadas, cuerpos pulidos-, los perros feos nos ofrecen lo contrario: una ternura sin condiciones. Da igual que tengan un colmillo torcido, un ojo lechoso o un hocico que resopla. Su forma de querer no cambia. Quizá por eso buscamos tanto a estos animales improbables: porque, al mirarlos, reconocemos que la ternura sigue siendo una necesidad humana básica que no entiende de simetrías.