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Ahora, las uvas que comprás seguro vienen de Perú: ¿por qué Argentina tiene que importarlas?

La producción local alcanza hasta mayo y luego ingresan cientos de toneladas para abastecer la creciente demanda doméstica. ¿Cómo funciona el negocio?
11/09/2021 - 18:47hs
Ahora, las uvas que comprás seguro vienen de Perú: ¿por qué Argentina tiene que importarlas?

Cuando el calor de la primavera avanza, y la dieta pide menos calorías y más frescura, las verdulerías y las góndolas de los supermercados se llenan de una oferta múltiple de frutas tradicionales y exóticas. Pero la mayoría de las uvas rosadas, blancas o tintas a la venta no son de la región cuyana argentina, tienen su origen en las tierras incaicas de Ica y Piura.

Aunque la producción interna viene cayendo en los últimos años, la Argentina tiene una larga historia en la producción y consumo de uvas de mesa, que provienen de los viñedos de los valles irrigados de San Juan y Mendoza. Pero lo que pocos saben es que, a esta altura del año, los racimos de los canastos y heladeras de los comercios vienen de Perú y en menor medida de Chile, los mayores exportadores sudamericanos.

Pese a que los viñedos y parrales están muy extendidos a lo largo del país, la temporada de cosecha termina en el momento en que arranca fuerte la demanda local. No es igual a lo que ocurre con frutos tropicales como la banana o el ananá, que si bien hay algunas producciones incipientes en el norte argentino, las condiciones agroclimáticas ideales para su cultivo se sitúan más cerca del ecuador.

Las variedades para consumo en fresco, así como las que van a industria o las que se secan, se dan bien a lo largo de todo el territorio nacional, e incluso todas pueden intercambiar sus usos a conveniencia. Pero tienen su ciclo de cultivo de octubre a febrero (el mes pico de cosecha en Cuyo), y una temporada de ventas que con suerte se estira hasta mayo.

La cosecha termina cuando aumenta la demanda

La Argentina tiene una larga historia en la producción y consumo de uvas de mesa

Por eso hay suficiente para el abastecimiento interno en ese período y exportar el excedente a los mercados que pagan un buen precio en contra estación, sobre todo de variedades sin semilla y patentadas. La uva es la séptima fruta fresca del país con más volumen de ventas al exterior (6.800 toneladas por casi u$s6 millones en 2020), aunque su incidencia global es insignificante, y el principal destino es Brasil, seguido muy lejos por la UE.

Cuando avanza el segundo semestre, el país ya no tiene uvas para consumo en los meses en que los consumidores más las buscan. Entonces, como la oferta local es mínima, de dispar calidad y con alto precio, comienza el ingreso de cientos de toneladas de fruta del pujante proveedor del hemisferio sur, que abastece la ávida demanda interna a un costo razonable por el resto del año. El relevamiento de precios mayoristas del Mercado Central de Buenos Aires informa que el kilo de uva registra en septiembre un valor mínimo de $279,17 y uno máximo de $312,5.

El país importó 2.798 toneladas de uvas frescas por u$s5,3 millones en 2020 e incorporó un producto de alta calidad en contra estación y libre de la plaga más temida del cultivo (la polilla Lobesia botrana). Y de enero a julio de 2021 ingresaron 1.840 toneladas por poco más de u$s3 millones, un 116% más que en igual período del año pasado, según las estadísticas del Ministerio de Agricultura de la Nación.

Desde hace varias temporadas, Perú se transformó en un gran exportador austral de uvas al mundo (400.000 toneladas en la anterior campaña), al mismo tiempo que Chile disminuyó su liderazgo (aunque envía 600.000 tn) y Sudáfrica se mantiene estable (280.000 tn). A fines de 2019 la Argentina anunció la apertura de su mercado para las uvas peruanas, lo que generó un alerta en los productores cuyanos, aunque no les generaba un perjuicio directo y posibilitaba extender la oferta en los meses en que no hay fruta local disponible.

De las 215.169 hectáreas con viñedos de la Argentina, apenas el 5,7% están destinadas al cultivo de uvas para consumo en fresco, según los últimos datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura. Un tercio de esas 12.151 hectáreas tiene la variedad Flame Seedless (rosada con semilla), y le siguen en porcentajes muy inferiores Red Globe, Patricia, Aconcagua, Tinogasteña, Carina y Serna. La mayor parte de esa superficie se halla en San Juan (9.667 ha), una pequeña parte en Mendoza (1.713 ha) y el resto se distribuye entre La Rioja, Catamarca y Río Negro.

El desafío de exportar es cada vez más complejo

Desde hace varias temporadas, Perú se transformó en un gran exportador austral de uvas al mundo

Por reducción de la superficie, poco manejo de cultivos, baja inversión en las viñas o mermas en la cosecha, la producción para consumo en fresco viene cayendo en los últimos años. Gracias al INTA se desarrollaron nuevas variedades y se implantaron primicias y tardías para sumar volumen pero no es suficiente. Desde el sector vitícola confiesan que es difícil cumplir con los protocolos fitosanitarios, alcanzar los estándares de calidad y sumar la escala que requieren los países con mayor demanda, como Estados Unidos, la Unión Europea y el sudeste asiático.

Además, el tipo de cambio y la alta inflación, llevaron a algunos a ajustarse al mercado interno, pasarse a la vinificación y las uvas pasas, o cambiar a otro cultivo más rentable parte de sus tierras. La última devaluación del gobierno de Mauricio Macri les había dado una luz de esperanza a los exportadores, ya que les mejoraba la competitividad, pero se apagó de inmediato al imponerse las nuevas retenciones (los recordados 3 pesos por dólar). Pese a todo, en la temporada 2019/2020 se exportaron 4.350 toneladas de uvas de mesa y Brasil recibió el 45% del total. Y con la firma del decreto 1060, a partir del primer día de 2021 se eliminaron los derechos de exportación para la uva en fresco.

A diferencia de los cultivos intensivos de ciclo corto, como el tomate, el pimiento y la zanahoria, y más en línea con los perennes de frutos de pepita, carozo y cítricos, lograr un buen manejo y alta calidad en cosecha requiere inversiones constantes por varios años. Además, las uvas de mesa precisan muchas más aplicaciones de fitosanitarios que las usadas para elaborar vino y el triple de mano de obra para la poda, desbrote, deshoje, raleo, desenredo, formación de racimos y cosecha escalonada.

Además se le agrega el alto costo de la malla antigranizo en los viñedos ($500.000 por ha instalada), imprescindible en este tipo de producciones: basta saber que en la campaña 2020/21 se produjeron 28 tormentas de granizo sólo en Mendoza. Y encima, Brasil, el principal mercado externo, desde hace años exige en forma intermitente la aplicación de bromuro de metilo en los embarques como preventivo anti plagas, que además de subir el costo final obliga a un despacho inmediato que no beneficia al exportador ni al importador. Este año cambió el sistema y no es obligatorio.

Para el consumidor argentino, la disponibilidad de fruta se extendió en el año y ese incremento no se dio a costa del productor local. En la primavera y verano puede disfrutar de un racimo de esta saludable "golosina natural", como le dicen algunos. Y en el brindis del 31 de diciembre, cuando muchos realizan la tradición española de comer 12 uvas a la medianoche, quizás desconozcan que esas jugosas bayas de color morado y sabor ácido viajaron miles de kilómetros desde tierras incas antes de llegar a su boca.