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¿Remedio peor que la enfermedad?: devaluación y "dólar serrucho" para bajar la fiebre cambiaria

Tras tocar un máximo de $8,50, el Central gastó u$s100 millones para bajar la cotización a los $7,75. Fin a la suba de a cuentagotas y temor de analistas
24/01/2014 - 07:05hs
¿Remedio peor que la enfermedad?: devaluación y "dólar serrucho" para bajar la fiebre cambiaria

Los críticos de Jorge Capitanich podrán reprocharle muchas cosas, pero si hay algo de lo que no se lo puede acusar es de haber cambiado su discurso a lo largo del tiempo.

Por el contrario, el jefe de Gabinete, al explicar la brusca suba del dólar, repitió ayer el argumento del gobierno de Eduardo Duhalde, del cual también fue jefe de Gabinete, en pleno terremoto del 2002: "Nosotros no devaluamos, devaluó el mercado".

Algo que, en rigor, es absolutamente cierto, ya que siempre son hechas por el mercado. Sólo que a veces son fomentadas por los gobiernos y otras veces ocurren a su pesar.

Quedará para el debate cuál es el caso actual, pero lo que no podrá decir Capitanich es que la "revaluación" que tuvo el peso al final de la jornada -al cerrar la cotización a $7,75 luego de haber tocado los $8,50- fue también obra del libre juego de oferta y demanda, sin que haya sido "inducida por el Estado".

Por el contrario, se notó la decisión política de bajar la cotización al cierre y, por cierto, no se trató de una decisión "barata": fue necesario volcar al mercado u$s100 millones para que el dólar oficial quebrase su tendencia ascendente y cayera por debajo de los $8.

Entre las pocas cosas que van quedando claras, en este verano agitado en el que reina la incertidumbre, es que la política cambiaria inicial -aquella que se había instalado con la llegada del nuevo equipo económico- ha sido oficialmente considerada un fracaso.

Como dijo Capitanich, "no intervenir también es hacer tipo de cambio administrado". Y eso deja a las claras que el Gobierno consideró que su estrategia gradualista derivaba en que aquellos que tenían dólares no los quisieran vender, mientras que los que tenían que comprar apuraban sus pedidos.

En este contexto, empieza a esbozarse una nueva política, conocida en la jerga financiera como "serrucho", que implica dejar subir a la divisa estadounidense para luego -sin aviso previo- bajarla y tenerla estacionada un tiempo, hasta que se avance en una nueva alza, y así indefinidamente.

"Es probable que lo suban pero que después lo bajen, como una señal clara a los exportadores que venían especulando con que el tiempo les jugaba a favor, porque la cotización siempre iba a ir en ascenso", analiza Francisco Gismondi, ex ejecutivo del Central.

Los economistas están viendo que la volatilidad de las últimas horas va en esa tendencia.

Al decir del consultor Pablo Rojo, el precio al que llegó ayer el dólar en su "pico" de $8,50 no estaría justificado si se tomase como referencia un tipo de cambio "de equilibrio" en su sentido tradicional.

Pero agrega que este fenómeno -overshooting en la jerga económica- es típico de cuando se libera de golpe un mercado que venía sufriendo años de atraso cambiario.

De manera que, librado al arbitrio de dicho mercado, el dólar no parece tener techo... hasta que Juan Carlos Fábrega decide que la mesa de dinero del Banco Central intervenga y gaste dinero para bajar la cotización.

La ventaja que, en teoría, tiene esta política cambiaria es que el Banco Central deja de ser previsible. Entonces se corta esa especie de "neo-tablita" que se había instaurado.

La esperanza del Gobierno es que quien tenga dólares -o productos exportables, como la soja que descansa en silobolsas- ya no sienta que guardarlos es negocio porque mañana estarán más caros.

Al pasar a una política de "serrucho", aparece un aliciente para que, tras un día de una gran suba, esos productores vendan porque saben que probablemente a ese repunte le siga una caída.

Una estrategia con abundancia de dudas
Los días que vienen por delante serán agitados, porque el mercado pondrá un test a la estrategia del Central.

Porque aplicar un "serrucho" a la cotización implica que la autoridad monetaria juega una especie de pulseada con los operadores, que prueban hasta dónde el Central efectivamente tiene fuerza como para imponer un precio el día que decide que el dólar tiene que bajar.

Esa fuerza depende de la cantidad de reservas y, sobre todo, de la decisión política para seguir sacrificando divisas.

Todavía no está claro qué tan costosa puede resultar una estrategia de este tipo. Pero si lo que convenció al Gobierno de dejar subir al billete verde fue la necesidad de cortar la continua caída de las reservas, no da la sensación de que haya aval político para seguir perdiéndolas.

Por lo pronto, bajar 75 centavos la cotización en la jornada de ayer le costó a Fábrega u$s100 millones, es decir mucho más del promedio que venía vendiendo en las últimas semanas.

De manera que el primer test será si al Central "le dará la nafta" para pulsear con el mercado cuando tiene u$s29.000 millones en sus arcas.

Hay una segunda duda, que también hace al fondo de la nueva estrategia. Y es si, efectivamente, quienes tienen dólares o mercadería de exportación se van a ver tentados de vender. Y la percepción de los expertos es que eso no ocurrirá.

"Esta estrategia puede dar resultado un par de días, pero si pretenden que esta sea la forma de conseguir dólares, están en problemas. Lo que decide a los productores a vender no es la volatilidad de corto plazo, sino que miran si los números cuadran o no", advierte Daniel Artana, economista jefe de la fundación FIEL.

Y completa: "Mientras la tendencia sea que la devaluación es mayor a la tasa de interés, liquidarán sólo lo indispensable".

En tanto, para Ernesto Ambrosetti, economista jefe de la Sociedad Rural, puede haber casos aislados de productores que hayan sentido que pudieron hacer una ganancia, pero no se trata de la generalidad.

Por el contrario, plantea que la volatilidad del mercado -sumado al hecho de que los insumos del agro tienen un fuerte componente dolarizado- hará que algunos hasta posterguen lo más posible sus liquidaciones.

Remedio, ¿peor que la enfermedad? 
Pero la mayor duda de todas, la que le quita el sueño a los economistas y operadores de la city porteña es si -además de haberse adoptado la decisión de devaluar y "hacer un serrucho" en la política cambiaria- la medida forma parte de un plan integral.

De hecho, este es el tema en el que más énfasis ponen los expertos.

Con la autoridad que le da el hecho de haber conducido uno de los momentos más delicados en la historia del país, el ex ministro Jorge Remes Lenicov advierte cuál es el riesgo del momento: "Siempre que uno devalúa, tiene que haber coordinación con la política monetaria, la política fiscal y la política de ingresos".

"Pero si uno devalúa porque el tipo de cambio estaba atrasado y no hace nada con el déficit fiscal -que después va a emisión monetaria- corre el riesgo de que la devaluación vaya directamente a precios", afirma el ex ministro de Economía.

Ese es el mayor temor. A fin de cuentas, para que una devaluación pueda considerarse "exitosa" -como decía Roberto Lavagna hace ya una década- el único precio que tiene que subir es el del dólar. Porque si todos los demás lo siguen, entonces el efecto se neutraliza.

Por lo pronto, la devaluación de los últimos dos días no logró achicar sustancialmente la brecha con el blue, lo cual ya es un mal síntoma. Y los economistas temen que pueda haber un repunte inflacionario.

Remes plantea una conclusión sombría: "Estamos en una devaluación sin plan". Lo cierto es que, si el plan existe, todavía no se lo ve con claridad.

Por el contrario, muchos temen que en este momento se esté jugando una pelea interna en el equipo económico, que ubica de un lado a Fábrega -en una postura tendiente a atacar la inflación por la vía de moderar la inyección de dinero en el mercado- y por otro a Kicillof -que teme que la suba de tasas de interés y la retracción monetaria traiga un efecto recesivo.

"A Fábrega se lo ve peleando solo. Para que tenga éxito en su estrategia va a precisar de ayuda y parecería que no la está teniendo", observa el economista Federico Muñoz.

Su visión es que el Gobierno sólo tendrá éxito en estabilizar el plano cambiario -y recuperar algo de la competitividad- si, al mismo tiempo, adopta medidas vinculadas con la emisión y el déficit fiscal.

En otras palabras, que deben retirarse pesos del mercado, para que no presionen tanto sobre el dólar. Y que, además, las tasas de interés suban hasta un punto en el cual dejen de ser negativas en términos reales.

Los problemas de fondo continúan
Está claro que no son medidas fáciles de tomar: después de haber volcado al mercado $40.000 millones en diciembre pasado, se necesitan altas dosis de esterilización monetaria para que se note un impacto.

Es, además, un cambio complicado desde el punto de vista político: después de todas las inyecciones de dinero de las que se jactó el Gobierno en plena campaña electoral -con el argumento de que eran reactivantes de la economía- pasar a una política monetaria restrictiva implicaría un giro muy difícil de justificar para el núcleo duro del kirchnerismo.

Pero todas esas medidas son remedios de corto plazo. Porque aun cuando existiera una fuerte voluntad política para generar este verdadero "shock" al estilo de los años '80, falta un punto central en toda esta polémica: el ataque al gasto público.

"Si deciden retirar pesos del mercado apelando únicamente a la suba de tasas, sin hacer recortes reales del gasto, entonces lo que están haciendo realmente es sustituir emisión monetaria por colocación de deuda del Banco Central. Puede dar resultado en el corto plazo pero no resuelve el problema", advierte Artana, de FIEL.

Y hace un pronóstico sombrío: "Esto va a ser un ajuste. No sé si vendrá por el lado de las tarifas o por otro rubro del gasto, pero no va a ser indoloro".

Otros analistas creen que la variable de ajuste puede ser el salario, en la medida en que la inflación se espiralice, ya que a esta altura cualquier mejora inferior al 30% -como intenta imponer el Gobierno para los empleados estatales- empieza a lucir insuficiente para empardar la suba de precios.

En todo caso, los anuncios políticos no parecen ser tranquilizadores en cuanto a la voluntad de que haya otras alternativas de racionalizar el gasto.

Sin ir más lejos, el lanzamiento del plan Progresar, dirigido a los jóvenes "ni-ni", anunciado por Cristina Kirchner el mismo día en que el dólar se disparaba, es una demostración.

El plan va a implicar un costo fiscal anual de $11.000 millones y Cristina hizo hincapié en remarcar que no se financiaba con el fondo jubilatorio de la Anses sino con el Tesoro.

Pero lo que no dijo, claro, es que en una situación como la actual, financiarse con el Tesoro implica pedirle al Banco Central que fuerce aun más la maquinita de hacer dinero y le pase los billetes.

Y, salvo para Kicillof, todos los economistas concuerdan en que eso es echarle más nafta a la hoguera de la inflación.

Los próximos días pueden ser memorables. Comenzará a quedar claro si la década ganada termina como empezó, es decir con una "devaluación exitosa".

O si, por el contrario, se produce un efecto contagio que haga subir los precios en una carrera contra el dólar.