• 23/12/2025
ALERTA

Consejos para detectar una burbuja especulativa

Como en 2000, año del apogeo y ocaso de las empresas punto com, en 2005 los inversores se preguntan cómo prever el fin de la suba de precios en el mercado inmobiliario mundial
13/07/2005 - 15:40hs
Consejos para detectar una burbuja especulativa

En la Europa del siglo XVII, algunas personas empeñaron de todo, hasta sus casas, para invertir en bulbos de tulipán. A comienzos del siglo XXI, algunas personas en distintas partes del mundo están empeñándolo todo para invertir en casas. ¿Será el mismo cuento, con distintos detalles?

La pregunta ha llegado a ser tema de un debate largo y movido. Para complicar la discusión, el mundo acaba de pasar por un ciclo de auge y decadencia de acciones del sector informático, de las postrimerí­as de los años noventa al 2002, que muchos han comparado en los anales de las ``burbujas'' financieras a la maní­a con los tulipanes hace casi 400 años.

Por más cautivante que sea, la discusión teórica sobre lo que constituye una burbuja no ayuda mucho a los inversores ordinarios. No importa cuántos digan ahora ``¡Yo te lo advertí­!'', lo cierto es que no hubo un claro consenso de identificar como burbuja a la reciente experiencia con las acciones informáticas hasta después del colapso de estas, conforme a la norma de que a las burbujas solo se las conoce por su reventón.

En materia de decisiones sobre invertir, entre ellas si comprar una casa en Malibu o un fondo de inversión en acciones tecnológicas, la información a posteriori llega muy tarde. Esto supone un problema, porque nadie que tome esas decisiones puede darse el lujo de no hacer caso del asunto.

Luego, ¿qué hacer? A falta de mejores respuestas, los inversores pueden cuando menos grabarse en la mente la idea de que las burbujas conllevan la separación del precio de mercado de un activo del propósito que ese activo tení­a originalmente.

Desprendido
Según la descripción de una autoridad reconocida en el asunto, el extinto economista Charles Kindleberger, los participantes en una burbuja ``suelen ser especuladores interesados en las ganancias procedentes de la negociación del activo en bolsa en vez de la capacidad de rentabilidad de este''. Cuando algo llega a verse como un ``tulipán negociable'' en vez de un botón de flor, entendemos que el precio del activo probablemente se ha desprendido de sus amarras. Esto no quiere decir que el valor fundamental del activo sea siempre fácil de determinar. Nadie puede definir de manera segura el lí­mite superior del valor real de un producto primario que permite a su dueño cultivar flores hermosas, quizá en cantidades cada vez mayores.

Igualmente, nadie puede precisar la rentabilidad futura representada por la acción de una compañí­a de Internet como el minorista Amazon.com Inc. Lo que sí­ puede darse por sentado es que las acciones nunca son meros destellos en una pantalla de computadora, que siempre son una parte de la titularidad de una empresa y que dan a sus tenedores un derecho de reclamación sobre el poder de beneficio de la empresa.

Motivo
Así­ que los inversores pueden empezar una prueba informal sobre si hay una burbuja examinando sus propios motivos para comprar una acción. Si partimos de algún tipo de evaluación razonada de lo que la compañí­a podrí­a ganarse en un plazo de cinco a 10 años, conforme a un estudio del modelo comercial de la empresa, es posible que estemos sobre terreno firme. Si lo hacemos porque ``están hablando de un precio meta de US$500'', es probable que no. Igual sucede con las casas, que son, en su esencia, sitios en que vivir la gente, no vehí­culos de aumento de precio. Hay una certidumbre razonable de que la gente siempre necesitará un techo para cobijarse; el aumento del precio es un deseo, no una necesidad.

Hubo una época, hace apenas un par de generaciones, en que el consejo acostumbrado que se daba a los nuevos propietarios de viviendas era depreciar uno su inversión en, digamos, 3 a 5 por ciento al año al sacar las cuentas de la familia. Al igual que los automóviles y muchos otros bienes duraderos para el consumidor, las casas perdí­an valor según envejecí­an. Mi abuelo me dio ese consejo en 1974 cuando nos hallábamos sentados en el porche trasero de una casita que mi esposa y yo acabábamos de comprar. Qué anticuado, pensé aun en aquel entonces. El tiempo ya habí­a dado a la generación más joven una serie distinta de expectativas sobre el valor de las casas.

Base firme
Ahora bien, también decimos "cuán anticuado'' hoy cuando recordamos las afirmaciones, hechas por muchos hace menos de diez años, de que las acciones en la Economí­a Nueva iban a comportarse de manera diferente a como lo hací­an en la vieja. Resultó que el número de visitantes a un sitio web no era una base tan firme para pronosticar los beneficios de una compañí­a dentro de cinco a 10 años. Hací­a falta algo más próximo a la realidad de cuánto una compañí­a podí­a esperar, razonablemente, que aumentara su poder de rentabilidad. Pese a lo mucho que la usan, la etiqueta de "burbuja'' no nos dice gran cosa. La burbuja de las acciones de Internet, según se ha visto, no fue el fenómeno vací­o que la metáfora de la burbuja sugiere. En su centro habí­a importantes adelantos en tecnologí­a y productividad. Aun así­, los precios que puso a numerosas acciones no podí­an sostenerse. Entre ellos y el valor inherente en su propósito original, habí­a demasiado espacio vací­o.

Fuente: Bloomberg