Se desploma el plazo fijo: un banco paga 36% y otro apenas 24% (la diferencia es un sueldo entero)
No fue un anuncio dirigido a los plazos fijos, pero tuvo un efecto inmediato sobre ellos. El Banco Central redujo recientemente la tasa de interés de las ruedas simultáneas de BYMA del 25% al 22% TNA, lo que abarató el costo del dinero mayorista y alteró por completo el comportamiento del sistema financiero. Esa decisión, aunque técnica, determina cuánto necesitan —o no— los bancos pagar para captar depósitos.
La reacción de las entidades fue prácticamente instantánea. Apenas se confirmó el recorte, las tasas de los plazos fijos comenzaron a ajustarse a la baja y, en cuestión de horas, el mercado mostró un nuevo equilibrio: ningún banco del país ofrece hoy un rendimiento superior al 36%. Para ponerlo en perspectiva, hace apenas semanas algunas entidades bancarias superaban el 40%.
Para los ahorristas, esto implica un cambio profundo en la dinámica de los depósitos a 30 días. El plazo fijo sigue siendo seguro, sigue siendo simple y sigue siendo previsible, pero ya no compite contra la inflación ni ofrece rendimientos atractivos. Hoy es, más que nada, un refugio para mantener liquidez en pesos sin asumir riesgos mayores.
En este escenario de tasas descendentes, donde cada banco ajusta a su ritmo y los recortes son frecuentes, elegir dónde constituir el plazo fijo ya no es una formalidad. Es una diferencia concreta de dinero al final del mes, con brechas que pueden superar los $5.000 por cada $500.000 invertidos.
El nuevo mapa del BCRA: así quedaron las tasas banco por banco
Los datos oficiales del Banco Central al 17 de noviembre revelan una foto nítida: el sistema entero bajó las tasas, pero la dispersión entre entidades sigue siendo enorme. En la cima aparece Reba, con 36% TNA, convertida en la mejor opción del país para depósitos a 30 días. Muy cerca se posiciona Crédito Regional (34%), seguida por Voii (33,5%) y Meridian (33,5%). En esa zona alta también figuran el Banco de Corrientes, CMF y BiBank, todos con 33%.
Detrás aparece un bloque intermedio donde predominan las tasas del 30% al 32%. Allí se ubican Banco del Sol, Bancor, BICA, el Banco de Tierra del Fuego y Banco Mariva, todos con 32%. Más abajo, aunque aún dentro del segmento medio, figuran Banco Macro, Banco del Chubut, Banco de Comercio, Masventas y Banco Julio, todos con 30%.
El segmento más bajo, donde predominan los grandes bancos tradicionales, muestra el impacto más profundo del recorte. Banco Dino queda en 29%, mientras que el Hipotecario paga 28,5%. Más atrás aparecen Provincia, Credicoop e ICBC, todos con 28%, mientras que Comafi ofrece 27,5% y Nación y Formosa bajan a 27%. Finalmente, en el piso del ranking quedan Ciudad y BBVA con 26%, Santander con 25% y Galicia, que cierra con apenas 24%.
La diferencia entre un banco que paga 36% y otro que paga 24% supera los 12 puntos nominales. En un plazo fijo de apenas 30 días, esa brecha implica ganar o perder miles de pesos por el simple hecho de elegir una entidad u otra.
Cuánto ganás hoy con $500.000 en el banco que mejor paga
La matemática del plazo fijo es sencilla, pero su resultado es contundente. Con una tasa del 36% como la que ofrece Reba, el rendimiento mensual se calcula multiplicando el capital invertido por la TNA y prorrateando por los días del mes. Así, un depósito de $500.000 deja una ganancia aproximada de $14.795 al cabo de 30 días. Ese es el número real: ni redondeos ni promesas. Solo matemática pura.
Al vencimiento, el ahorrista recibiría $514.795 entre capital e intereses. Esta cifra se convierte en la referencia para medir todas las demás opciones del sistema. Cualquier tasa superior o inferior ajusta ese resultado de forma inmediata y lo hace en una proporción que se vuelve significativa cuando las tasas están tan comprimidas como ahora.
Si en lugar del banco que más paga se elige una entidad del segmento medio con una tasa del 30%, el rendimiento baja a $12.329. No parece una caída dramática, pero implica casi $2.500 menos por exactamente el mismo monto y exactamente el mismo plazo. Para quien renueva mes a mes, esa diferencia se multiplica.
Y si el dinero se coloca en una entidad del rango más bajo —por ejemplo, un banco que hoy paga 24%— la ganancia mensual se reduce a $9.863. En ese caso, la diferencia respecto del mejor banco supera los $4.900 por mes. Traducido a un año de renovaciones, el costo de elegir mal equivale a un sueldo completo.
Qué significa esta baja para el bolsillo del ahorrista
La reducción de la tasa de BYMA al 22% envió un mensaje claro: el Banco Central busca abaratar el crédito, aflojar el costo financiero y acompañar la desaceleración de la inflación. Aunque el BCRA no establece las tasas de los plazos fijos, su intervención en el mercado mayorista define el piso del sistema. Cuando el dinero para los bancos se vuelve más barato, el incentivo para ofrecer tasas altas desaparece.
Ese cambio de escenario repercute directamente en el bolsillo del ahorrista. Los rendimientos mensuales efectivos de los plazos fijos se ubican hoy entre 1,9% y 2,8%, muy por debajo de una inflación que todavía opera por encima del 5%. Esto significa que, en términos reales, el plazo fijo pierde poder de compra. El dinero crece en pesos, pero no compensa el avance de los precios.
Aun así, el plazo fijo mantiene ciertos atributos que lo sostienen. Para quienes priorizan estabilidad, previsibilidad y ausencia de riesgo, sigue siendo una herramienta valiosa. Está cubierto por el seguro de depósitos, asegura un retorno fijo y permite planificar sin sobresaltos. Esa combinación, para muchos, pesa más que el rendimiento real.
Pero el desafío actual ya no es decidir si conviene o no conviene. Es optimizar el rendimiento dentro de un contexto adverso. Con tasas tan bajas y una inflación todavía alta, la diferencia entre bancos adquiere una relevancia que no tenía hace unos meses. Y esa diferencia, hoy más que nunca, se traduce directamente en dinero.
En tiempos de tasas bajas, comparar ya no es opcional
El mundo de tasas del 40% quedó atrás y difícilmente vuelva pronto. Con el descenso de las tasas mayoristas y la respuesta coordinada de los bancos, el sistema financiero se acomodó a una nueva normalidad: rendimientos comprimidos y competencia basada en matices. En ese contexto, el ahorrista deja de ser un espectador y se convierte en protagonista.
La primera regla de este nuevo entorno es simple: comparar. No hacerlo equivale a perder dinero. Los bancos digitales suelen pagar más porque necesitan captar depósitos, mientras que los tradicionales ajustan más rápido porque cuentan con una base de clientes estable. Esta lógica define el mapa de oportunidades.
La segunda regla es la flexibilidad. En un contexto tan dinámico, escalonar los plazos fijos —en lugar de concentrarlo todo en un solo vencimiento mensual— permite reaccionar con rapidez ante cualquier cambio. Renovar cada quince días o combinar plazos puede marcar una diferencia a fin de mes.
La tercera regla es entender que las tasas bajas llegaron para quedarse. Con una inflación que baja lentamente y un sistema financiero que busca normalidad, es improbable que los rendimientos vuelvan a niveles previos. En este escenario, el ahorrista que sabe moverse puede ganar más que quien se queda quieto.
Conclusión: el plazo fijo sigue en pie, pero la rentabilidad se evapora
Las tasas bajan, los rendimientos se achican y el plazo fijo pierde atractivo como inversión. Sin embargo, continúa cumpliendo un rol: es un resguardo de corto plazo en una economía que intenta estabilizarse. Ese lugar, lejos de desaparecer, se refuerza porque muchos argentinos prefieren seguridad antes que volatilidad.
Pero incluso dentro de esa lógica, hay una diferencia clave. El rendimiento ya no depende del instrumento, sino del banco elegido. Con los datos del BCRA, el mejor paga $14.795 por cada $500.000 invertidos, mientras que el peor no llega a $10.000. Esa brecha, en tiempos de tasas bajas, es demasiado grande para ignorarla.
En última instancia, la tasa ya no define la ganancia: lo hace la elección del banco. Quien compara gana. Quien se queda en su entidad de siempre, pierde. Y en un contexto como el actual, esa diferencia puede valer un sueldo.