Ingresos Brutos: la cucaracha tributaria que no muere ni con una explosión nuclear

La historia de ARBA puede contarse en tres actos. El primero, con Santiago Montoya al mando, fue el del show tributario: Papá Noel en la 9 de Julio, operativos en albergues transitorios y campañas de pago al sol. Marketing puro, que dejó grabado en la memoria colectiva que el "padre" de los sistemas de recaudación anticipada había nacido allí. Pequeño detalle: esos mecanismos técnicos existían mucho antes. Pero, ya se sabe, la historia la escriben los que facturan prensa.

El segundo acto fue más silencioso, aunque no menos agresivo: la consolidación de un modelo donde apretar un botón equivalía a recaudar más. No se trataba de gestión tributaria eficiente, sino de un algoritmo parametrizado que transformaba a los contribuyentes en prestamistas forzosos del Estado. El resultado: saldos a favor acumulados hasta el absurdo de financiar tres meses de Ingresos Brutos con la plata ajena.

Anticipos en Ingresos Brutos: la cucaracha tributaria que no muere ni con una explosión nuclear

El tercer acto es el presente: los saldos bajaron y hoy la provincia muestra un stock en niveles mínimos históricos. Una mejora, sí, pero que no debería hacernos perder de vista dos cosas.

La primera es el nuevo laboratorio tributario: las retenciones en billeteras virtuales. Ojalá la administración tenga los resortes rápidos para desactivar abusos; y que, en lugar de esperar que los contribuyentes hagan catarsis en redes sociales, se limite a mirar un Excel y detectar cuándo las sobre-retenciones se multiplican. Si el control funciona, podría ser un alivio; si no, será otra caja negra con el mismo resultado de siempre.

La segunda es el panorama federal: mientras Buenos Aires ajusta, otras jurisdicciones parecen estar transitando la segunda etapa del modelo ARBA, pero sin la mínima capacidad informática para resolver lo que generan. Allí los saldos a favor no solo son gigantescos, sino imposibles de recuperar. Para muestra, basta un botón: según datos recientes, los fiscos provinciales tienen, en promedio, 1,6 meses de Ingresos Brutos cobrados por adelantado. Neuquén y Chubut apenas exprimen medio mes; Catamarca se queda con 6,3 meses, y Misiones bate todos los récords con 14,1 meses de recaudación adelantada. ¿Resultado? Los contribuyentes directamente no quieren operar en esos territorios, que terminan convertidos en auténticos insecticidas tributarios: el "OFF" de la economía subnacional.

Ahora bien, antes de entonar el clásico "deroguemos Ingresos Brutos", conviene recordar lo que enseñaba Benvenuto Griziotti: el fenómeno tributario es multidireccional, con aristas jurídicas, económicas, sociales y —sí— políticas. Y en la Argentina, donde este impuesto representa la porción más jugosa de la torta provincial, eliminarlo es tan viable como pensar en un "Súper IVA" que ni siquiera existe en la ley de coparticipación. Para cambiar eso, habría que lograr un consenso que, digámoslo sin vueltas, no se vislumbra ni en la más optimista de las sobremesas federales.

En síntesis, Ingresos Brutos es como esos familiares incómodos que todos critican pero a los que nadie se atreve a echar de la mesa: seguirá ahí, con sus deformaciones, su lógica de adelantos confiscatorios y su capacidad de reinventarse en cada ciclo. La única salida razonable es dejar de jugar al reformista heroico y trabajar, de una buena vez, en limar sus aspectos más detestables: los que la doctrina repudia, la jurisprudencia desarma y los contribuyentes padecen desde siempre.

Hasta entonces, cada saldo a favor que aparezca en la cuenta bancaria de un contribuyente no será más que un recordatorio: en Argentina, el Estado siempre cobra primero, devuelve tarde —si es que devuelve—, y ni una explosión nuclear puede con Ingresos Brutos.