• 19/12/2025
ALERTA

El pastelero que venció el bullying y sueña con recorrer el país vendiendo tortas

Facundo Juárez Down es pastelero de Hurlingham con discapacidad, construyó una clientela fiel, pero pide que lo dejen trabajar sin trabas
Por L.A.
02/09/2025 - 20:10hs
Un Rogel contra la adversidad, la increíble vida de Facundo, el pastelero de Hurlingham que solo quiere que lo dejen trabajar

En Hurlingham todos lo conocen como "Facu de las tortas". Con su canasta cargada de porciones de ricota, brownies o la clásica tarta de coco con dulce de leche, Facundo Juárez Downes (43) recorre las calles desde hace veinte años. Su historia está atravesada por operaciones de corazón, una discapacidad que lo obliga a tratamientos permanentes, dificultades para conseguir empleo formal, momentos de bullying en la infancia y hasta una pandemia que lo dejó sin ingresos ni cobertura médica. Pero también está marcada por la resiliencia, los afectos y la convicción de que trabajar dignifica.

"Yo aprendí un oficio, tengo mis clientes. No necesito otra cosa: solo quiero que me permitan cumplir con mis pedidos", le contó a iProfesional.

Facundo empezó a cocinar casi por casualidad, después de dejar el colegio en 2002 y ante la presión de conseguir un empleo. Pinky, una amiga del barrio, dueña de una casa de comidas, lo empleó como ayudante. "Yo entré sin saber nada. Me enseñó a hacer piononos, crema pastelera, lo básico. Fue mi primera maestra", recordó. El gran salto llegó cuando su tía le encargó tres tortas para un cumpleaños familiar. "Yo estaba nervioso, temblando, y de repente todos aplaudiéndome. Ese día dije: tengo que cocinar, tengo que salir a la calle, tengo que trabajar".

Desde entonces, Facundo hizo cursos de pastelería para perfeccionarse y de a poco fue construyendo una clientela fiel con sus tartas de coco, ricota, brownies y rogel. Durante la pandemia, incluso, una heladería local lo ayudó a vender sus tortas para que pudiera sostenerse. Su Rogel se volvió un clásico: "En un año vendí más de cien", recuerda orgulloso.

Su clientela lo conoce, lo busca y lo espera. "Un vendedor ambulante busca clientes al azar. Yo no: mis clientes son los que me llaman al celular y me dicen ‘Facu, ¿podés traerme algo hoy?’", explica. Sin embargo, en los últimos meses los controles municipales lo frenaron. "Me dicen que no puedo salir, que está prohibida la venta ambulante. Yo trato de explicar que no hago venta en la esquina, que solo reparto lo que me encargan. Pero es una lucha constante", aclara.

La salud, además, le juega sus propias batallas. Su infancia estuvo marcada por problemas cardíacos congénitos: a los 12 años lo operaron por primera vez, y en 2019 recibió una válvula mecánica que lo obliga a tomar anticoagulantes de por vida. También padece la enfermedad de Dupuytren en las manos, inflamación de ganglios y dificultades auditivas.

"Tengo un 42% de incapacidad y no tengo obra social. Necesito medicación de por vida y a veces no consigo médicos que me hagan los estudios. Es un círculo del que cuesta salir", explica Facundo, que está tramitando su certificado de discapacidad. "El CUD me daría acceso a una pensión y a controles médicos, pero es un proceso muy lento, te piden estudios que no consigo porque no tengo cobertura", lamenta.

Sin embargo, nunca se quedó quieto. Participó de programas de televisión, conoció a chefs reconocidos y hasta logró que los periodistas Karin Cohen y David Kavlin le regalaran una heladera para seguir produciendo. También encontró inspiración en sus sobrinos, quienes teniendo siete años se ofrecieron a salir con la canasta cuando él recién se recuperaba de una de sus operaciones de corazón. "Me dijeron: ‘Tío, vos no podés, te vamos a ayudar nosotros’. Fue de lo más lindo que me pasó", recordó emocionado.

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Facundo Juárez Downes se formó en pastelería profesional antes de iniciar su propio emprendimiento

Sueños y desafíos de un pastelero que no se rinde

Su cocina, improvisada en la casa familiar, funciona con lo justo: un horno, algunos moldes, y la heladera que le regalaron. Con esos recursos, mantiene un repertorio de unas diez variedades de tortas, que rondan entre $3.500 y $4.500 por porción, y unos $31.000 la unidad entera. Sus tortas le permiten cubrir lo justo: la medicación, algunos gastos personales e invertir en insumos. "Nunca se está tranquilo, porque todo sube y yo uso productos de calidad. Pero la gente me sigue eligiendo y eso me da fuerza", afirmó.

A pesar de las dificultades, Facundo no abandona sus sueños. Sueña con viajar por el país y vender sus tortas en cada rincón. "Tengo amigos en la costa, en el sur, que me invitan a cocinar allá. Imagino agarrar la canasta y recorrer la Argentina", contó. Su deseo mayor es combinar dos pasiones: la pastelería y los viajes.

Ya tuvo su primer vuelo en avión rumbo a El Calafate, experiencia que lo marcó profundamente. En aquel vuelo, un amigo le regaló un libro sobre una familia que viajó hasta Alaska en un auto de 1928. "Decía que todos los sueños se cumplen si uno se anima a llevarlos al máximo", recuerda. Cerró el libro, escribió una carta a los pilotos y terminó en la cabina, cumpliendo otro de sus sueños. "Ese día entendí que tenía que animarme a más", resume.

El próximo paso que imagina es tener un motorhome. "Nunca aprendí a manejar, pero me gustaría recorrer el país vendiendo mis tortas. Me dijeron que si aprendí a hacer tortas, también puedo aprender a manejar. Nunca es tarde", asegura.

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Su clientela consolidada permite que Facundo se vea en la calle con su canasta realizando entregas

Mientras tanto, sigue horneando. En cada porción entrega también una parte de su historia: la del chico tímido que sufrió bullying, el adolescente que abandonó la escuela por sus problemas de salud y el presente de un hombre que convirtió la pastelería en un modo de vida y hasta se anima a encarar a los chefs más famosos: le llevó una porción de su torta Rogel, la preferida de sus clientes, a Damián Betular. A ciencia cierta no sabe si llegó a probarla, pero sí lo felicitó y le dijo que tenía buena pinta. Para Facundo, eso alcanzó: "Me fui feliz", dice con una sonrisa de oreja a oreja.

Hoy Facundo enfrenta un dilema: sin certificado de discapacidad no logra acceder a los medicamentos que necesita, y sin la autorización municipal choca con trabas cada vez que intenta hacer su reparto de tortas con su canasta. Sin embargo, se aferra a la esperanza, a su poder de resiliencia y a la solidaridad de quienes lo rodean. "Siempre encontré gente que me dio una mano. Lo único que pido es que me dejen trabajar. No quiero nada más", repite.

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