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Un 18F y dos sintoní­as diferentes: una multitud reclamó por justicia, Cristina agitó los fantasmas del golpismo

La marcha para homenajear al fiscal Nisman cumplió su objetivo político, al congregar 400.000. El kirchnerismo respondió fiel a su naturaleza confrontativa
19/02/2015 - 10:05hs
Un 18F y dos sintoní­as diferentes: una multitud reclamó por justicia, Cristina agitó los fantasmas del golpismo

De un lado, acusaciones de golpismo en marcha; del otro, reclamos de calidad republicana.

Al mediodía, una Presidenta que alega que nada la apartará de su política de afirmación de la soberanía nacional. A la tarde, una manifestación que la critica con banderas en la mano y al grito de "¡Argentina, Argentina!".

La jornada del 18F sintetizó de la manera más elocuente posible la polarización en la que se encuentra el país: a la multitud que se manifiesta en reclamo de justicia por la muerte del fiscal Alberto Nisman, se opuso un Gobierno que responde con un acto en el cual afirma que no cejará ante sus adversarios que se incomodan por sus políticas populares.

La falta de sintonía entre "las dos Argentinas", la desconexión entre ambos discursos nunca fue tan evidente. Los que coparon la calle, ignorando que toda manifestación es política por definición, hicieron hincapié en que no había símbolos partidarios. Hacían esa afirmación como si ello se tratara necesariamente de una virtud, como si la situación de apolíticos de los convocados fuera un "sello de calidad". Los ocasionales entrevistados se jactaban de la ausencia de "colectivos y choripanes".

Mientras que, al mismo tiempo, el Gobierno -que reivindica haber recuperado la discusión y participación ciudadana-, fustigó la convocatoria a la marcha justamente por considerar que tenía una motivación proselitista.

Como afirma el analista Fernando Iglesias, la postura kirchnerista implica "la descalificación de la protesta por ser ‘política', curiosamente esgrimida como disvalor por quienes hace pocas semanas atronaban con ‘volvió la política', uno de los grandes hits de la década ganada". La marcha cumplió su objetivo

Si hubiera que sacar una conclusión apurada, la primera lectura parece clara: ganaron los organizadores y perdió Cristina Kirchner.

La concurrencia fue masiva -la policía metropolitana estimó 400.000 personas, si bien a esta altura es irrelevante cuánta gente hubo-, al punto que se mostró durante horas una multitud compacta desde la Plaza del Congreso hasta la Plaza de Mayo.

La lluvia le dio el toque dramático y épico, con las imágenes de paraguas avanzando lentamente y caras de gestos adustos que no aflojaban aunque el agua les chorreara.

"En un momento así, bajo una tormenta cinematográfica, al lado de un anciano empapado y sonriente, me siento orgulloso de ser argentino", escribía en twitter Juan José Campanella, el cineasta ganador del Oscar y acérrimo crítico del kirchnerismo.No faltaron siquiera las comparaciones históricas con la jornada lluviosa del 25 de mayo de 1810. Del mismo modo, en las redes sociales circularon las imágenes de la marcha de 1994 en el Congreso, realizada tras el atentado terrorista a la AMIA.

Podría afirmarse que la de ayer fue una jornada comparable a las más preciadas por el "relato" kirchnerista. Sólo que esta vez la producción televisiva corrió por cuenta de TN y no de Javier Grosman, el gran escenógrafo de los festejos del Bicentenario y del décimo aniversario de la asunción de Néstor Kirchner.

La dimensión de la marcha fue tal que ni siquiera los medios oficialistas, que al comienzo parecieron dispuestos a minimizar el hecho, terminaron sumándose a la cobertura.

Pero, más allá de la participación masiva, los organizadores se anotaron otros motivos de triunfo.

Primero, la presencia de la familia de Nisman, algo que sumó emotividad. También, el prestigio y el respaldo internacional que supuso la llegada de fiscales desde naciones vecinas, así como las expresiones de solidaridad desde varios países.

Acaso el hecho que simboliza el cambio de clima político es el recibimiento popular que tuvieron los fiscales que habían convocado. Personajes que hasta hace pocos días eran anónimos, fueron ayer recibidos bajo aplausos y vítores.

Más aun, muchos que hasta hace pocos meses eran sospechados de ser funcionales al kirchnerismo y de no actuar con la dureza necesaria ante las acusaciones de corrupción, pasaron a ser caracterizados como los garantes de las instituciones republicanas y de la justicia independiente.

Las frases de los concurrentes, ocasionalmente entrevistados por la televisión, tenían un tono coincidente. "Este debe ser un momento bisagra en el que todos digamos ‘no a la impunidad'", afirmaba un joven que confesaba que asistía a una marcha política por primera vez en su vida.

Ese tono fue el mayor logro de la convocatoria. No pudo ocultar su carácter netamente opositor, pero consiguió separarse del clima reinante en los cacerolazos de 2012, en los que flotaba la sensación de que se trataban de manifestaciones egoístas por parte de una clase media enojada por el "cepo" cambiario, que sólo se movilizaba cuando se tocaban sus intereses económicos.Kirchnerismo químicamente puro

La estrategia kirchnerista ante el 18F dejó en claro que Cristina no puede renunciar a su naturaleza confrontativa.

Tal como había ocurrido en otras manifestaciones, tomó la marcha como un desafío a su autoridad y como un cuestionamiento global a su gestión de Gobierno.

En consecuencia, su respuesta implicó una exhibición de fortaleza y liderazgo -incluyendo la promesa de mantener el control hasta el último día de su período de gestión- y una reivindicación de sus políticas.

Hubo una primera decisión "pacificadora": el acto -con cadena nacional incluida- de inauguración de la central nuclear Atucha, que originalmente estaba programado a las 18 horas, fue adelantado para que no coincidiera con la marcha.

Pero allí se terminaron los gestos de conciliación. A la hora del discurso, Cristina retomó su línea argumental clásica: las críticas no son por los errores del Gobierno, sino por sus aciertos.

Esos convocantes a la marcha no tienen en realidad la intención de pedir justicia sino de generar un clima contrario a un Gobierno que, en su afán de favorecer a los humildes, ha tocado intereses de los privilegiados.

Es una estrategia que le había dado un resultado relativamente bueno a la Presidenta tras los cacerolazos, dado que le proveía a su base militante una respuesta política ante los cuestionamientos.

Ayer, en Atucha, exhibió su faceta preferida, la de abanderada de la reindustrialización y defensora del trabajo argentino. Pero el "timing" ya no le juega a favor.

Hablar de inversión en infraestructura y de renovación de la matriz energética suena casi como una ironía después del colapso eléctrico que, desde hace tres veranos, viene dejando a miles de familias iluminadas con la luz de las velas.Su argumento de que los problemas son por el gran aumento de la demanda por parte de hogares que "ahora tienen muchas más cosas que enchufar" tampoco suena coherente en el contexto de una recesión que ya ingresa en su segundo año. Otro argumento fuerte esgrimido por la Presidenta es que toda la situación actual -incluída la acusación de encubrimiento por la AMIA- es una represalia por la voluntad argentina de querer avanzar en la generación de energía nuclear.

De todas formas, la retórica "antiimperialista" que diera resultado en el caso de los "fondos buitres" no parece ahora tener el mismo eco.

"Altiva y desafiante La Doctora impulsa para legitimar el tramo final un antiamericanismo redituable pero infantil e inconvincente. La toma de distancia con Estados Unidos es preventiva. Justifica el propio fracaso en nombre de la desestabilización", apunta el analista Jorge Asís.

Pero, sobre todo, el argumento más erosionado es el del clima destituyente y golpista. Es un apelativo devaluado tras haber sido estirado por el propio kirchnerismo hasta extremos ridículos, como cuando se lo usó para justificar la escasez de tampones.

Lo cierto es que es difícil encontrar quien tome en serio estas hipótesis. A seis meses de las elecciones internas, ni siquiera un golpista vocacional querría tomarse la molestia de desestabilizar a un Gobierno en su etapa final.

Pero el tópico del golpismo ha sido la consigna entre los representantes del "kichnerismo duro". Como Luis D'Elía, quien comparó la marcha por Nisman con la vieja Unión Democrática que se oponía a Perón en los '50.

Y, como para dejar en claro que el ánimo militante no se verá afectado, pronosticó que el kirchnerismo "hará muchas marchas como ésta y más grandes que ésta".

O como el diputado oficilista Edgardo Depetri, quien tras el acto de Cristina comentó: "Este 18 muestra dos países: el nuestro con la puesta en marcha de una obra como la Central Atucha II, que nos pone en el camino de la soberanía energética, y por el otro lado, el de la especulación y el oportunismo electoral, resultado de la alianza entre jueces, fiscales, los medios hegemónicos y una oposición decadente y sin ideas".

El sedimento del 18F

El debate del día después, como siempre, es sobre la influencia a futuro que tendrá la marcha y la posibilidad de que haya nacido una corriente de opinión capaz de cambiar el panorama político.

Hay, en este sentido, quienes creen que el 18F fue un clímax a partir del cual la indignación por el caso Nisman se irá diluyendo. Así lo considera el influyente Asís, para quien "la Marcha del Silencio se agota en la realización".Desde el propio kirchnerismo, el analista Horacio Verbitsky también cree que el movimiento se irá disipando, siempre que el Gobierno no caiga en la tentación de confrontar con él: "Si no corre a modificar sus políticas como con las leyes Blumberg, si mantiene la calma, como hizo en los últimos cacerolazos y paros sindicales, al apogeo que se alcance el miércoles le seguirá el ocaso que siempre sucede en ausencia de una organización capaz de capitalizar esa energía en una opción política".En el extremo opuesto, opositores se esperanzan con que la marcha de ayer haya significado el comienzo del fin del kirchnerismo.Lo más probable es que, como siempre, ambos extremos sean equivocados. Es raro que una manifestación callejera tenga una fuerza tal como para influir en un resultado electoral. Pero tampoco es probable que sea irrelevante.

De hecho, incluso los cacerolazos de los que hoy el kirchnerismo se mofa tuvieron su influencia acumulativa, que terminó por reflejarse en el revés oficialista de las legislativas 2013.Es cierto que esos movimientos no pudieron ser capitalizados por una corriente política opositora que aglutinara a todos los descontentos. Pero, como suelen repetir los organizadores de estas marchas, el objetivo real no era ese, sino el de fijar límites al Gobierno en su avance sobre derechos civiles o sobre otros poderes de la república.

Así lo resumió el analista político Alejandro Katz, para quien "el sentido principal de la marcha no es la confrontación sino la reivindicación de valores, la gente quiere ponerle límites al poder".

Es temprano para saberlo, pero si ese es el parámetro para juzgar el 18F, las primeras señales indican que la movilización cumplió su cometido.

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