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La continuidad del sistema corporativista, el verdadero centro de la disputa electoral

El economista de la Fundación Libertad y Progreso analiza el debate de fondo en la campaña:  incentivos para el clientelismo o para el esfuerzo individual
16/11/2023 - 16:55hs
La continuidad del sistema corporativista, el verdadero centro de la disputa electoral

La Argentina de hoy enfrenta la dicotomía entre dos tipos de gobierno completamente distintos. Uno, a fin de cuentas, que representa la continuidad, y otro, el cambio. El primero, peronista, es de naturaleza colectivista, y como tal, apoyado por todos los regímenes alrededor del mundo que comparten esa esencia, desde Irán a Venezuela. El segundo, con atributos conservadores, pero de cualidad liberal, individualista en el sentido humanista de la palabra.

Y mientras el siempre escurridizo peronismo se encausa hoy detrás de la cara viva de la patria corporativa, escudado en los medios hegemónicos y los intereses más viciosos, la fuerza pasional de la libertad, aunque imperfecta, es apoyada por todos quienes reconocen que el actual modelo no solo no ha traído buenos resultados, sino todo lo contrario.

Largos años de mal manejo y anti economía nos traen hoy frente a la peor crisis de nuestra historia, con salarios reales por el piso, una inflación de 140% interanual camino a la hiperinflación y pobreza que supera el 40% en total y ronda el 60% en menores de 14 años. Todos números que deberían empujarnos a cambiar.

El reparto en un sistema clientelar

Pero en la balanza tenemos todas las redes clientelares que se han construido con los años. Beneficios concentrados fuertemente, cuyos costos pagan de manera difusa todos los argentinos; poderes otorgados a diferentes colectivos que procurarán que nada cambie. Y es que si algo define al corporativismo es esa capacidad para diferenciar, distinguir y repartir, pero siempre según su beneficio.

De esta forma, creamos un país donde las paritarias se reparten por distinción, donde tu pensión depende no de tus aportes sino de tu capacidad de presión, donde el progreso está reservado para quienes se les permite acceder a él -ya sea por lobby o condiciones heredadas- y donde no prevalece la meritocracia, sino que rigen sistemas muchas veces estamentales.

Podría mencionarse que todos los trabajadores deben hacer aportes compulsivos a obras sociales que en muchos casos ni si quiera pueden elegir, que el acceso a divisas se distribuye asimétricamente, que las jubilaciones se ajustan discrecionalmente, que las licencias de importación se reparten arbitrariamente, pero todo eso ya lo sabemos.

El analista de Fundación Libertad y Progreso pone el foco sobre las distorsiones de incentivos que supone el sistema clientelar
El analista de Fundación Libertad y Progreso pone el foco en las distorsiones de incentivos que supone el sistema económico clientelar.

Asimismo, que existan cargos heredables, que se proteja a sectores podridos a costa de los consumidores, que para trabajar en el Estado no se requieran superar mínimos criterios de desempeño o que colectivamente debamos financiar aventuras públicas que no reportan externalidad positiva alguna, son hechos ya percibidos como normales sin que a nadie extrañe.

Lo peor de todo seguramente sea la enorme corrupción a la que cada una de estas regulaciones ha dado lugar, y con ella, la sumisión. Porque si algo no está permitido en la Argentina de este modelo es la esperanza: que no se te ocurra ni por un minuto pensar que se puede vivir mejor, que se puede ser independiente y no esclavo. Mientras, los caprichos del amo deben ser tolerados.

El foco en el esfuerzo

Entretanto, si queremos cambiar esta realidad es imperioso llevar a cabo un conjunto de reformas estructurales que traigan más libertad y progreso para todos los argentinos. No sería más que, como dijera el preámbulo de la Constitución, "promover el bienestar general", y ya más no los intereses particulares desde despachos oficiales. También es cierto que, dadas las circunstancias actuales, es urgente que ese cambio, de una vez y para siempre, sea rápido tanto en el ámbito político como el económico, incluso si es difícil al inicio.

Es que si algo destaca a la economía liberal es que es la antítesis del populismo: el liberal, que cree en el trabajo y el ahorro, como nos enseñaron en casa, insiste en esforzarse hoy para tener un mejor futuro; el populista, en cambio, deja pan para hoy y hambre para mañana. Y a cuanto más populismo es expuesta una sociedad, mayor debe ser el esfuerzo posterior para remediarlo, algo que lamentablemente muchos votantes de corto plazo pasan por alto.

Así las cosas, el actual gobierno, incluso con un contexto internacional en términos de liquidez y precios completamente favorable -y cuando no vimos aún todas las consecuencias de su hacer- solo trajo más ruina y miseria, al tiempo que sus caballos de batalla fueron la emisión monetaria descontrolada y los controles de precios extendidos por toda la economía. Sus mecanismos, el Banco Central y los cepos.

Finalmente, frente a todas las dificultades, tenemos la oportunidad de escribir una nueva historia, de abrazar la libertad y la justicia. De dejar atrás el sistema vetusto del corporativismo y avanzar al modelo de la modernidad: capitalismo de reglas claras e iguales para todos, sin privilegios ni resultados preestablecidos. No hacerlo significaría que ganaron el miedo y la desesperanza. Animémonos a cambiar de rumbo, elijamos nosotros también derrumbar la resignación y tirar abajo las paredes del status quo.