Cristina conducción: más gasto público, subsidios, Cedines y desincentivo a ahorristas

La Presidenta dijo que, como los empresarios "no la ponen", el dinero debe provenir del Estado. Además, recordó la frase "el que apuesta al dólar, pierde"
ACTUALIDAD - 08 de Agosto, 2014

Más de lo mismo. Como los empresarios "no la ponen", entonces la solución es expandir el gasto público para incentivar la economía.

Como el mundo está en recesión y compra menos productos, entonces la clave pasa por volcar más pesos al mercado interno y recomendarle a la población que gaste en vez de ahorrar.

Como muchos sectores están en serio riesgo de desempleo, la fórmula pasa por un sistema de neo-pasantías financiado con recursos estatales.

Y, como el sector financiero boicoteó el plan Cedin -que era la herramienta con la cual se revertiría el desplome inmobiliario-, entonces la forma de arreglar el problema es ofrecerle una comisión del 1,5% a los bancos que intermedien en las operaciones.

Sí, claro, con plata del Estado.

La presidenta Cristina Kirchner, determinada a transmitir la idea de que el Gobierno no está paralizado por el default, lanzó una batería de medidas tendientes a impulsar la actividad productiva.

Fue un discurso extraño, en el cual justificó algunas de sus iniciativas intervencionistas citando a Adam Smith, el padre del liberalismo económico.

También pareció reivindicar a Guillermo Moreno, al resucitar al ya olvidado Cedin y volvió a "retar" a los argentinos de clase media por su obsesión por el dólar y su negativa a hacer transacciones en pesos.

Por momentos, pisó terreno pantanoso con expresiones que se parecen peligrosamente a otras del pasado reciente, que han quedado en la antología de las frases menos felices.

Así, su sugerencia a los argentinos para que se vuelquen decididamente al consumo, como forma de ayudar al país, hizo recordar a cuando, en 2001, Fernando de la Rúa dijo que la economía estaba bien pero el problema era que la gente necesitaba hacer un "clic" mental y empezar a comprar.

Sin embargo, las encuestas sobre el humor del consumidor, como la que realiza la Universidad Católica, marcan que la sociedad piensa absolutamente al revés de la Presidenta: considera que, desde la recesión de 2009, éste es el peor momento como para adquirir bienes durables.

Y ese indicador coincide con la percepción de riesgo de perder el empleo: un 53% cree que hay muy pocos puestos disponibles -la cifra más alta de los últimos cuatro años-.

Otra expresión de Cristina puede quedar para la antología: "El que crea que va a salvar su trabajo guardando la plata o comprando dólares, lo más probable es que en el mediano plazo lo termine perdiendo".

En las redes sociales, muchos recordaron de inmediato el parecido involuntario con "el que apuesta al dólar pierde", que inmortalizó al ministro Lorenzo Sigaut en 1981, días antes de una mega devaluación.

Lo cierto es que quien guardó dólares, en los últimos meses ha tenido una fuerte renta financiera.

Y los récords diarios que se están batiendo en los pedidos de divisas a la AFIP dan cuenta de que la población no parece haber cambiado de parecer.

Por otra parte, la Presidenta ha vuelto al diagnóstico de que el ahorro es, de por sí, algo malo para la economía, dado que propende a un enfriamiento de la actividad.

Admitiendo la recesión entrelíneas Lo cierto es que los anuncios de la Presidenta -y el diagnóstico sobre la situación económica del país- implican un reconocimiento tácito de que se está en recesión.

Es decir, una admisión indirecta de que son ciertas las advertencias de los economistas privados, esos a los que el ministro Axel Kicillof suele fustigar por pronosticar catástrofes.

Incluso en los pasajes en los que, con números en la mano, la jefa de Estado intentó transmitir calma y atenuar los temores sobre un estancamiento, terminó reconociendo una realidad complicada.

Así, habló de la recaudación impositiva -definida por Cristina como "el verdadero indicador confiable sobre cómo está el consumo"- y remarcó que está en un 33% de crecimiento anual. Es decir, bien por debajo de lo que los privados estiman que es la inflación anualizada, actualmente en un 40 por ciento.

Marcó que el IVA aduanero crece al 21%, es decir, admitió, sin quererlo, una fuerte caída en términos reales. Pero, en un intento por desmentir a quienes hablan sobre una alarmante baja de las importaciones, reivindicó que se había alcanzado "un récord" -lo cual es cierto, naturalmente, pero si se lo mide en términos nominales-.

El uso dudoso de las cifras también se dio cuando hizo referencia al consumo y al poder adquisitivo. La Presidenta habló sobre subas reales de ventas en los supermercados y en los shopping centers.

"De acuerdo al INDEC, el consumo privado viene cayendo desde hace un año. No pasaba desde el 2001. Que alguien se lo comente a Cristina Kirchner", escribió el economista Alfonso Prat Gay en su cuenta de Twitter.

Como muchos de sus colegas que comentaban, "en tiempo real", los conceptos de la Presidenta, apuntaban a una contradicción: el diagnóstico de que la economía está sólida no se condice con las cifras ni con la propia necesidad de anunciar políticas para reactivar la producción y proteger los puestos de trabajo.

Pero, sobre todo, la admisión involuntaria de que la economía ya está en plena recesión se hizo patente cuando se refirió a los problemas del empleo.

Para el desempleo, más subsidios y Cedin "2"

El hecho de que programas que habían sido pensados durante la recesión de 2009 para paliar la situación de empresas con problemas -como el RePro- hayan tenido que ser reforzados, habla a las claras de la gravedad con que la crisis que está afectando a algunos sectores industriales.

La seguidilla de anuncios sobre nuevas inversiones, privadas y públicas, no alcanza a emparejar la contundencia de los últimos datos sobre la actividad en las industrias que, según el propio Indec, se ha contraido un 3,2% en el primer semestre.

Pero, de todas formas, quedó claro que el Gobierno tomó nota de las expresiones de preocupación por los conflictos sindicales en el sector automotor, que vive un alarmante desplome, y en el de la construcción, donde se llevan perdidos 20.000 puestos laborales.

Por eso, uno de los anuncios apuntó a ayudar a las autopartistas mediante un plan de incentivos para la renovación de la flota de colectivos. Un programa que implicará un costo de $2.000 millones para el Estado, además del gasto financiero para el Banco Nación por los subsidios a los créditos.

Respecto de la construcción y el sector inmobiliario, se confirmó el relanzamiento del Cedin, pero con un curioso justificativo: el Gobierno -y, aparentemente, también las cámaras empresariales- consideran que el factor que hizo naufragar a esta iniciativa de la dupla Moreno-Kicillof no fue el hecho de que sólo pueden ingresar aquellos que reconozcan tener dólares "en negro".

Para el Gobierno, el problema era que los bancos no se sentían motivados porque no recibían comisión alguna por estas operaciones.

Y entonces, a instancias de Kicillof -que le explicó a Cristina la máxima de Adam Smith según la cual la persecución de la ganancia individual es lo que hace progresar a toda la sociedad-, se determinó que las entidades recibirán un premio de 1,5% para ayudar a mover los Cedines en operaciones inmobiliarias.

El argumento -además de dejar serias dudas sobre su efectividad- suena contradictorio con otros pasajes del discurso presidencial, en los cuales Cristina se quejaba de la ingratitud y falta de compromiso de los empresarios que no invierten, a pesar de que en otros momentos ganaron mucho dinero.

Esta reticencia del sector privado fue la justificación final de la expansión del gasto público que la Presidenta admitió que vendrá. Lo que se dice, una interpretación extrema de las tesis de Keynes, para quien la expansión del gasto debía aplicarse en momentos de deflación.

La frase de Cristina es elocuente: "El Estado ha sido un gran actor. El gasto público se expandió en 44,3 por ciento. Esto que merece la crítica... querido, y si no la ponen los empresarios, ¿quién querés que la ponga, cómo sostenemos esto? Ahí está obra la pública. Y las transferencias corrientes al sector privado, que crecen al 70 por ciento".

Por cierto que estas consideraciones de la Presidenta motivaron todo tipo de críticas e ironías en las redes sociales.

"¡Relanzaron el Cedin! Ahora sí se viene el progreso", comentó Lucas Llach, economista de la Universidad Di Tella.

"¡Tienen un agujero fiscal gigante y siguen aumentando el gasto! Tal vez no lleguemos a la híper, pero a la mega inflación, seguro", es el sombrío pronóstico del economista Roberto Cachanosky.

El intento por revitalizar el "relato"El escepticismo sobre la efectividad que puedan tener estas medidas del Gobierno fueron bien palpables desde el primer minuto.

Sin embargo, para que el análisis de los anuncios sea completo debe atenderse el costado político. Y ahí es donde los analistas le encuentran una mejor explicación: ante la creciente preocupación por los eventuales efectos negativos del default, se necesita reconfigurar la agenda.

"Desesperación por mostrarse activo", define el agudo analista Jorge Asís, para quien "el cristinismo se interpreta a través de sus recuperaciones; es decir, se lo explica por sus caídas y remontadas".

En ese contexto, y tomando en cuenta la mejora de la imagen presidencial tras su intransigencia en la negociación con los "buitres", las medidas económicas denotan coherencia.

El "relato" oficial volvió a transitar por el argumento de que "el mundo se nos cayó encima" y que, ante esa situación adversa no provocada por el modelo, el Gobierno debe reaccionar con una mayor intervención en la economía.

Claro que todavía faltan pulir ciertas contradicciones. Como la frase que pronunció el ministro Kicillof: "Argentina no le pide plata al sistema financiero internacional porque no la necesita". 

Si realmente fuera así, no termina de entenderse por qué, antes de que la Corte Suprema de Estados Unidos le diera la espalda al país, el ministro venía esmerándose en hacer buena letra con el FMI y resolvía negociaciones exprés con Repsol y el Club de París.

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