iProfesionaliProfesional

Los argentinos y la cuarentena: por qué llego la hora de crecer

Esta pandemia desnudó mucho más que una deficiencia edilicia o la carencia de insumos médicos. Esta enfermedad mostró de qué manera se nos ha tratado
13/06/2020 - 21:29hs
Los argentinos y la cuarentena: por qué llego la hora de crecer

Parece lejano aquel anuncio de mediados de marzo, cuando por primera vez en la historia se decidía parar al país de golpe y sin anestesia. Las primeras reacciones fueron de sorpresa e incredulidad.

No parecía que fuera verdad que al lunes siguiente nadie iría a trabajar. Pero fue así. Algunos con posibilidades, salieron eyectados de sus departamentos a lugares más confortables para atravesar esas dos semanas en donde todo iba a quedar congelado.

Otros se persignaron ante el camino que tenían por delante. Pasar 15 días en 20 metros cuadrados o menos, era una faena nunca intentada. Ni que hablar de aquellos con cero recursos, en donde un piso de cerámica y una pared de ladrillos, era simplemente una ilusión, un sueño, una meta a cumplir.

Y allí fuimos todos, cerramos la puerta, tiramos la llave y aguantamos la respiración por 15 días. Pusimos el cronómetro en reversa y empezamos a contar para atrás, pensando en todo lo que estábamos perdiendo, pero también ganando.

Los que salieron eyectados a lugares mejores, calculaban las pérdidas de sus ganancias, los que tenían 20 metros cuadrados contaban cuantos ahorros iban a perder y los que tenían solo su cuerpo como capital, se entregaron en pleno a las manos del Estado para poder comer.

Ya no habría changa, rebusque ni trabajito que los salvara. Pero tampoco habría venta de autos o casas, o un simple juguete. No habría más un café al paso o una reunión de amigos alrededor de una cerveza.

Ya no más ese almuerzo de trabajo o la visita a los abuelos. Por 15 días la vida como la conocíamos iba a cambiar por completo. Pero la ganancia era mucha. Nada menos que la vida. La propia y la ajena.

Esos 15 días, nos decían, se tomaba para no ser otro país, esos donde los muertos se contaban por cientos y los enfermos por miles. Para no ser esos países había que parar 15 días.

"Esta enfermedad mostró cómo somos como sociedad y de qué manera se nos ha tratado"

Algunos se preguntaban, qué iba a cambiar en 15 días, para que el 16 sea más seguro que el primero. Nos dijeron que era para equipar al País, para dotarlo de una infraestructura que no tenía, para juntar esos medicamentos que nunca tuvimos, para organizarnos, para hacerle frente a la pandemia.

Y creímos. Nos mantuvimos como nos pidieron. Quietos. Inmóviles. Callados. Nadie puede querer la muerte. Y pasaron los 15 días, o 13, y nos encontramos todos pegados a una pantalla escuchando a un orador, con la misma expectativa de una final de futbol.

Algo se nos había adelantado durante la semana y el resultado parecía cantado. No íbamos a salir. Y luego de esos 15 días, vinieron otros, y luego otros y luego, otros más.

Y con cada anuncio, primero caíamos en la depresión de sabernos presos, volviendo recién a la vida uno o dos días antes de la nueva conferencia, a la espera de creer que el nuevo encierro sería solo por el tiempo que nos lo habían prometido.

Ahora y pasados por mucho esos primeros 15 días, luego de ensayadas algunas aperturas, nos vuelven a decir que si los contagios aumentan deberemos volver atrás, ir a foja cero.

Tal posición encierra un defecto de origen. Es ilógico pensar que no va a haber mayores contagios cuanto mayor sean las aperturas, ¿pero que otra se puede hacer? ¿Vamos a mantenernos en cuarentena de por vida a la espera de una vacuna? ¿la solución es estar encerrados por tiempo indeterminado? ¿Este tiempo no era para equiparnos? ¿acaso eso no está hecho ya?

Debemos entender que a medida que nos abramos, inexorablemente los contagios van a aumentar. Y ello no es culpa de nadie. Ni de quienes nos dirigen, ni de quienes salen a trabajar.

Hay un agente externo que es un virus, que avanza y avanzará, no obstante los esfuerzos que se hagan para detenerlo. Debemos entender que las victimas somos todos y no solo algunos.

Incluso quienes salen a correr por una plaza. Y si cada vez que aumenten los contagios, vamos a señalarnos entre nosotros y pretender cerrarnos nuevamente, nos encontraremos en un círculo vicioso que hará imposible abrirnos y retomar nuestras vidas.

Hemos comprendido la gravedad de la situación y hemos hecho todo lo que está a nuestro alcance para disminuir sus efectos. Nadie puede discutir que lo vivido en el mundo y en nuestro país en particular, ha sido una verdadera catástrofe, tanto desde lo sanitario como desde lo económico, pero ya es hora de entrar en el camino de la objetividad y dejar la sobreactuación de lado.

Esta pandemia desnudó mucho más que una deficiencia edilicia o la carencia de insumos médicos, esta enfermedad mostró cómo somos como sociedad y de qué manera se nos ha tratado.

"Cerramos los ojos, nos tapamos la boca y nos entregamos dócilmente al discurso de turno"

Se nos ha ocultado la verdad

No hay dudas, que se nos ha ocultado la verdad y que nos hemos quedamos completamente impávidos frente a ello, sin ningún tipo de reacción ni cuestionamiento.

Se nos mintió en cuotas con cada prórroga de cuarentena, cuando era evidente que estaba decidido de antemano una extensión mucho mayor que los 15 días que se nos anunciaba; se nos mintió cuando se dijo que la asistencia iba a llegar a todos, cuando el índice de destrucción de empleos en 2 meses y medio es récord histórico y el aumento de la pobreza es incalculable, se nos mintió cuando se habló de ayuda y la misma estuvo absolutamente condicionada, se nos mintió cuando se nos dijo que el virus "desnudó" a una argentina pobre, como si los descubridores vinieran de otro planeta o no hubieran tenido nada que ver en esa fábrica de indigentes que se viene gestando y agrandando desde hace cuanto menos 40 años, se nos miente permanentemente y nosotros como sociedad, lamentablemente hemos decidimos comprar esas mentiras y a veces hasta justificarla.

Entre otros ejemplos, encontramos que ahora denominamos "barrios populares" a las villas. Ello es mentirnos. Un barrio tiene agua, tiene luz, tiene gas, tiene calles. Una villa no.

Y si como sociedad permitimos que a una villa se la denomine "barrio popular", no estamos contribuyendo en lo más mínimo con sus habitantes, sino todo lo contrario, la estamos asimilando y naturalizando.

Mientras naturalicemos la mentira, la única que termina perdiendo la partida, es su contracara natural, es decir, la verdad. Quienes nos dirigen asumen que hablar con la verdad generaría descontrol y por eso, subestimándonos absolutamente, directamente nos mienten.

Lo hacen para ascender al poder y lo hacen para continuar en él. Así de simple. Y nosotros como sociedad, emulando a niños indefensos, ya sea por conveniencia, por comodidad, por miedo, por especulación o por todas al mismo tiempo, nos resistimos a crecer y aceptamos mansamente esas mentiras, aunque sabemos positivamente que lo son.

Cerramos los ojos, nos tapamos la boca y nos entregamos dócilmente al discurso de turno. Por ello, hasta que no nos sepamos adultos, hasta que como sociedad no nos creamos a la altura de quienes nos dirigen y le hablemos de igual a igual, nunca tendremos un futuro, porque ningún niño dirige una empresa, pilotea un avión o hace un calzado.

Todo eso lo hacen los adultos y por ahora, nos comportamos como infantes, lo que explica a las claras, porqué estamos donde estamos.

A casi 15 días del próximo anuncio, sería positivo que cuando estemos frente a la pantalla y al orador, dejemos de comprar lo que nos venden de manera automática, y exijamos de una vez y para siempre, que nos traten como los adultos que somos, o que pretendemos ser y que todos los oradores, a partir de ahora, prueben hacer algo que no acostumbran: decirnos la verdad.

* Por Martín Tirini | Grispo - Abogados