No fue la inflación, ni las denuncias, ni el dólar, ni empresarios: ¿quién echó a Guillermo Moreno?
Ahora sí, ya nadie podrá quejarse de que Cristina Kirchner decepcionó con cambios "light" o con enroques meramente cosméticos: la salida de Guillermo Moreno del Gobierno implica una fuerte señal política.
Su cargo formal era secretario de Comercio Interior, pero todos sabían que era, en los hechos, casi un super-ministro de Economía, a quien debían reportarse todos los funcionarios del área.
Esto es lo que explica que la noticia haya causado la conmoción propia de cuando renuncia un primer ministro. Y también, por qué a nadie le interesó saber quién será el nuevo Secretario de Comercio.
Lo cierto es que, a partir de 2011 fue un verdadero "ministro de la sintonía fina", y se lo considera el autor intelectual de las medidas intervencionistas más criticadas y resistidas, desde el congelamiento de precios hasta el desastroso plan Cedin.
Y su alejamiento, inevitablemente, es interpretado como un reconocimiento a la existencia de problemas y a la ineficacia de los remedios aplicados hasta ahora para superarlos.
Para ponerlo en palabras de los economistas críticos, implica un reconocimiento al fracaso de "la política del apriete". Y, por consiguiente, supone un reconocimiento a que se ha chocado contra la lógica del mercado.
Pero no hay que apresurarse a interpretar su salida sólo como una aceptación de las dificultades del "modelo" económico. Este cambio es, eminentemente, un hecho político.
Hasta ahora, Moreno había sido sostenido por la Presidenta, que parecía complacerse en apuntalarlo cuanto más duras eran las críticas que llovían sobre él.
El hecho de que estuviera en la "línea de fuego" en el duelo entre el Gobierno y el multimedios Clarín -quedarán en la historia las inolvidables escenas de los guantes de box en la asamblea de Papel Prensa o la irrupción a los gritos en la asamblea de accionistas del Grupo- hizo que la Presidenta sintiera como una derrota su alejamiento.
De manera que esas críticas, lejos de debilitar la posición de Moreno, lo fortalecían, porque Cristina siempre se fijó, como un principio de acción política, el hecho de que los cambios de funcionarios no le sean impuestos desde fuera.
Se le atribuye a la Presidenta haber dicho -en los peores momentos del secretario- la frase de que no quería "entregar la cabeza de Moreno en una bandeja" a Clarín, ni a las cámaras empresariales, ni a la oposición.
Tanto era así que politólogos como Jorge Asís siempre afirmaban que Sergio Massa pedía su renuncia, conociendo a Cristina, sabía que eso afirmaría al funcionario en su cargo. Y, de esa forma, él se beneficiaría por su impopularidad.
Entonces, si Cristina tomaba con tanta importancia el hecho de "hacerle el aguante", ¿cómo se explica esta salida? Por el cambio de situación política. Y más específicamente, por el cambio en la interna del peronismo.
Se sabe que en el partido político más grande y con más "vocación por el poder" de la Argentina hay pocas cosas que fortalezcan más a alguien que ser criticado por su dureza. Y pocas cosas lo hacen más débil que tener colgado el cartel de "piantavotos" y haber sido un responsable directo de la derrota electoral.
La "renuncia" de Moreno no fue causada por la inflación ni por las quejas que los empresarios hicieron sobre sus malos modales, ni por las denuncias que le han hecho los economistas multados por medir precios distintos a los del Indec.
Fue causada por "la liga de los gobernadores", el nuevo protagonista con el cual Cristina compartirá el poder en los próximos dos años.
Entra Capitanich, sale MorenoResulta imposible desligar la salida del "polémico Secretario" con la llegada de Jorge Capitanich a la jefatura de Gabinete.
El gobernador chaqueño inaugura una nueva etapa en la gestión de Cristina, en la cual habrá un poder compartido entre una Presidenta debilitada por el "síndrome del pato rengo" y los gobernadores, que darán el apoyo político y la garantía de gobernabilidad.
Capitanich, destacan todos los analistas, es toda una novedad en un Gabinete kirchnerista: por primera vez hay alguien que tiene peso político y capital electoral propio, y cuya influencia no se limita a su propia persona sino que se basa en su capacidad de representar a otros líderes territoriales.
La expectativa que ha generado es que, muy lejos de la desdibujada función que le cupo a Juan Manuel Abal Medina, será realmente un funcionario con margen de maniobra y con influencia sobre las políticas de Gobierno.
Esto ha quedado en evidencia con las expresiones de sus colegas.
"La llegada de Capitanich es una bocanada de aire fresco", grafica Eduardo Fellner, gobernador de Jujuy.
Y tras destacar cómo, por su condición de gobernador de una provincia norteña, será capaz de entender las problemática específicas de las economías regionales (algo que puede leerse entrelíneas como una crítica a la falta de solución que el Gobierno ha tenido para la pérdida de competitividad), Fellner afirmó de modo contundente: "Es una decisión excelente de la Presidenta".
También el riojano Luis Beder Herrera se explayó sobre las virtudes del nuevo jefe de Gabinete: "Es un hombre muy preparado, de una gran capacidad de gestión, que nos va a dar muchísima tranquilidad junto con Kicillof, que tiene una solvencia tremenda".
Leyendo entrelíneas a Beder Herrera: si a partir de ahora habrá tranquilidad y solvencia en el manejo de la economía... eso quiere decir que hasta ahora había intranquilidad y sensación de falta de profesionalismo.
"La verdad es que todos estábamos preocupados por el futuro", señaló el gobernador riojano, que prefirió evitar con elegancia una crítica directa al castigado Moreno.
Lo cierto es que la evaluación que el peronismo realizó respecto de la derrota en las legislativas es que el equipo económico había tomado decisiones equivocadas. Y que la mezcla de inflación, atraso cambiario, cepo del dólar y medidas extravagantes de control fueron las que terminaron por sellar el revés electoral.
En consecuencia, las quejas de los dirigentes del "peronismo territorial" contra Moreno se hicieron oír. Y la llegada de Capitanich y la salida del funcionario son las dos caras de una misma moneda.
Cancha libre para KicillofPor estas horas son muchos los que festejan en los medios de comunicación su alejamiento. La mayoría de ellos, con algún motivo personal para pasar viejas facturas.
Como Martín Lousteau, quien gusta de comparar a Moreno con un "curandero" y que ayer tuvo su pequeña revancha personal al decir que "nunca debió haber sido parte de un gobierno porque no tenía ni la condición técnica ni la estatura moral".
O como los analistas del grupo Clarín que repasaron la lista de todos los fracasos del controvertido funcionario.
Paradójicamente, quien no habló fue el que, con seguridad, es el que está más contento con la medida: Axel Kicillof.
Para el flamante ministro, esto supone iniciar su gestión de la mejor manera posible.
El hecho de trabajar sin Mercedes Marcó del Pont en el Banco Central y sin Moreno como gran supervisor, así como poder mantener a Hernán Lorenzino para la refinanciación de deuda, debe ser un escenario que Kicillof no había imaginado en sus fantasías más delirantes.
De hecho, antes de que se supiera la noticia de la salida del secretario, todos los economistas consultados respecto de las posibilidades de un cambio en "el modelo" planteaban, como mayor duda, si Moreno implicaría un límite a los planes de Kicillof.
Ahora el ministro tiene cancha libre y hasta puede darse el lujo de endilgarle al saliente funcionario la autoría de grandes fracasos como el plan Cedin -que Kicillof defendió con énfasis en el Congreso-, por no mencionar al mismísimo cepo al dólar.
Uno de los pilares de la nueva estrategia económica es el acercamiento al mercado, de manera de lograr que los organismos internacionales como el Banco Mundial y el FMI aporten los dólares necesarios para ir repagando las obligaciones financieras sin necesidad de usar reservas del Central.
Y para lograr ese giro "market friendly" es condición sine qua non la adopción de un nuevo índice inflacionario que resulte aceptable para el FMI -cuya directora, Christine Lagarde, había amenazado con sacarle "tarjeta roja" al país-.
Se espera que el nuevo índice debute en febrero. Y por cierto, la mayor duda al respecto era cuál sería la credibilidad que podría tener si el organismo encargado de hacer la medición era el mismo Indec, en el cual Moreno había comandado la intervención.
La otra ventaja que recibe Kicillof es la libertad para buscar una solución a la crisis del dólar sin contar con la molesta presencia de Moreno haciendo llamados telefónicos a banqueros, cambistas, importadores y empresarios del agro.
La gran especulación de estas horas es si habrá llegado finalmente el momento del desdoblamiento del mercado cambiario, una iniciativa cuya autoría intelectual siempre se le atribuyó a Kicillof.
Claro que esa libertad también podrá tener sus costos, dado que disminuye la posibilidad de "tercerizar" las culpas en caso de fracaso.
Desde ese punto de vista, uno de los mayores desafíos del nuevo ministro es demostrar que él es realmente diferente de Moreno, algo que muchos economistas todavía ponen en duda.
"La verdad es que Kicillof es el autor intelectual de muchas cosas que luego hacía Moreno", sostiene Alfonso Prat Gay, ex titular del Banco Central, para quien se abrirá una nueva etapa de controles e intervencionismo.
Desde el arco ideológico opuesto, el politólogo Artemio López hace un análisis no tan distinto. Considera que lo que ha caracterizado a Moreno fue "defender la intervención del Estado en la economía y ponerle límites a los poderosos".
Una descripción de la que nadie renegaría dentro del "renovado" kirchnerismo.