Crece la preocupación entre los canillitas ante el cierre de kioscos y el derrumbe de las ventas en todo el país
Las declaraciones fueron realizadas al diario MDZOL durante un recorrido por el kiosco de Juan Carlos Mazzei, canillita desde hace cuatro décadas en Almagro. Apoyado en el mostrador tapizado de afiches envejecidos, un vecino le pregunta: "¿Mañana no trabajás, no Carlitos?". Él responde con una sonrisa resignada: "No, no trabajamos… Es uno de cinco días del año que estamos cerrados". El motivo es el Día del Canillita, que se celebra cada 7 de noviembre en homenaje al escritor uruguayo Florencio Sánchez.
La fecha recuerda a una de sus obras, donde el protagonista —un chico de 15 años que vendía diarios— tenía las piernas largas y flacas ("canillas"). De esa descripción nació el apodo que identifica al oficio hasta hoy.
Un trabajo que se achica: "Cada vez somos menos"
Aunque el calendario marca una celebración, el clima es agridulce. La actividad atraviesa un retroceso que parece irreversible. Mazzei lo explica en voz baja, casi como quien admite un secreto:
"Cada vez hay menos afiliados. Acá llegó a haber casi 18.000 puestos de diarios, hoy deben ser 5.000 como mucho", declaró a MDZOL.
Su kiosco está ubicado sobre avenida Corrientes, a metros de Medrano. Lo compró hace 40 años, pero el vínculo con el oficio empezó mucho antes: su padre, inmigrante italiano, vendía diarios en bares hasta que pudo adquirir su propio puesto en 1964.
El auge y el derrumbe del papel
Juan Carlos recuerda cuando vender diarios era un gran negocio: vendía 500 ejemplares un domingo promedio. El sindicato estima que en los años 80 y 90 se vendían 4 millones de diarios por día.
Pero todo empezó a cambiar con la televisión, luego con el cable y más tarde con Internet. Las ventas bajaron. Y entonces llegó la pandemia. "Mucha gente pensó que el papel, al pasar por varias manos, contagiaba"
Algunos clientes desinfectaban el diario con lavandina o alcohol y lo dejaban secar al sol antes de leerlo. Después de la cuarentena, nada volvió a ser igual.
Hoy, un diario dominical puede costar $5.000, y una revista, entre $6.000 y $7.000. Juan Carlos dice que ahora vende "menos de 45". Y afirma: "Yo calculo que en menos de 10 años van a desaparecer".
Mazzei señala que, décadas atrás, atender un kiosco implicaba conocer a todo el barrio. Cada ejemplar vendido era también una conversación. Los vecinos pasaban varias veces al día y el puesto era un punto de referencia: alguien que sabía qué colectivo tomar, qué negocio abría temprano o qué trámite hacer en la zona. Ese rol social, asegura, sigue vivo, aunque con menos intensidad.
Reinventarse o cerrar
Los kioscos se transforman para sobrevivir. Mientras habla con MDZOL, un cliente consulta por un juguete. Juan Carlos busca el precio en el celular y ofrece cobrar por transferencia. Explica cómo el kiosco se reconvirtió: "Lo de los juguetes se implementó con el asunto de internet".
Algunos suman café o merchandising para complementar ingresos, aunque la convivencia comercial genera tensiones: "Nos vamos a empezar a pelear con el vecino, porque ellos pagan alquiler e impuestos y nosotros prácticamente nada", concluye.