Inversión, productividad y salarios: cómo se complementan para que funcione la economía
La discusión sobre el empleo no puede separarse de otra cuestión central: la productividad. Crear trabajo formal es necesario, pero no suficiente si esos puestos no vienen acompañados de una mejora en la capacidad de producir más y mejor. La productividad del trabajo es el motor que permite sostener el crecimiento económico a largo plazo y, al mismo tiempo, mejorar el poder adquisitivo de los trabajadores.
Cuando una economía logra producir más valor con igual o menor cantidad de recursos, se genera un excedente que puede traducirse en mejores salarios, mayores ganancias empresarias e inversión en innovación.
Existe un círculo virtuoso entre inversión, productividad y salarios: invertir en maquinaria, tecnología o capacitación eleva la eficiencia del trabajo; esa mejora impulsa la rentabilidad y abre espacio para recomponer ingresos y fortalecer el consumo. No obstante, ese vínculo no es automático. En muchos casos, la brecha entre lo que crece la productividad y lo que efectivamente aumenta el salario refleja tensiones en la distribución del ingreso, diferencias en el poder de negociación o políticas empresariales que privilegian la acumulación de rentabilidad por sobre la participación del trabajador en las ganancias.
Los sectores que más (y menos) contribuyeron al aumento de la productividad
En el último año, la productividad del trabajo en la Argentina mostró una mejora general del 5,1% por puesto y del 5% por hora trabajada, acompañada de un crecimiento del 6,3% del Valor Agregado Bruto (VAB). Detrás de ese avance promedio se esconde, sin embargo, una dinámica heterogénea entre sectores: mientras algunos lograron importantes ganancias de eficiencia gracias a la inversión, la incorporación de tecnología y la reorganización de procesos, otros continúan rezagados por falta de escala o de capital productivo.
Entre los sectores que más contribuyeron al incremento de la productividad se destacan la intermediación financiera ( 25,6% por puesto), la explotación de minas y canteras ( 12,1%), la industria manufacturera ( 8,8%) y el comercio ( 7,7%). Las mejoras estuvieron asociadas a una mayor inversión en equipamiento, digitalización y modernización de procesos. En la construcción, por ejemplo, el aumento del 7,2% en la productividad coincidió con un repunte de la actividad y con el uso más intensivo de maquinaria y herramientas tecnológicas que reducen los tiempos de obra.
En el otro extremo, sectores como pesca (-47,9%), electricidad, gas y agua (-8,1%) y trabajo doméstico (-0,1%) mostraron caídas significativas. Se trata, en general, de actividades con bajo nivel de inversión, alto grado de informalidad o dificultades para incorporar tecnología. En algunos de estos rubros, la productividad depende más del esfuerzo humano que de mejoras en el capital físico o la organización del trabajo, lo que limita la capacidad de generar valor agregado y, por ende, de mejorar los salarios.
La economía argentina, en dos velocidades
Este contraste revela una economía en dos velocidades: una parte modernizada y con potencial exportador, y otra que aún enfrenta cuellos de botella estructurales. Superar esa brecha es clave para que el crecimiento sea más equilibrado y los beneficios de la mayor productividad se distribuyan de manera más equitativa.
Analizando el período 2017-2025, el crecimiento de la economía no se tradujo de manera proporcional en mejoras salariales. Aunque la productividad del trabajo aumentó, la participación de las remuneraciones en el valor agregado bruto (VAB) se mantiene por debajo del 50 por ciento.
En el segundo trimestre de 2025, los salarios representaron el 46% del total, mientras que el 54% restante se distribuyó entre ganancias empresarias, rentas, ingresos mixtos e impuestos. Dicho de otro modo: menos de la mitad de lo que produce la economía argentina llega efectivamente a los trabajadores.
Esta brecha refleja un fenómeno que se ha profundizado desde 2018: las ganancias crecieron más rápido que los salarios. La distribución funcional del ingreso, que es la porción del producto que se apropia el trabajo en relación con el capital, se volvió más regresiva en los años de recesión e inflación alta. Si bien desde 2023 comenzó una leve recuperación, la participación salarial sigue lejos de los niveles de 2017, cuando representaba el 50% del VAB.
Existen marcados contrastes en la participación salarial por sector
El análisis sectorial muestra contrastes marcados. Las actividades con mayor participación salarial son aquellas intensivas en mano de obra o de carácter público, como enseñanza, salud, transporte o construcción, donde los salarios explican entre el 50% y el 100% del valor generado. En cambio, los sectores más capital-intensivos, como el agro, minería, electricidad y gas, y actividades inmobiliarias, concentran la mayor parte del ingreso en el excedente de explotación, es decir, en las utilidades y rentas del capital. En el agro, por ejemplo, las ganancias más que triplican el valor total de las remuneraciones.
La brecha entre capital y trabajo disminuyó en el último año, de 1,37 a 1,19, lo que indica una mejora parcial en la distribución. Sin embargo, continúa por encima del nivel de 2017 (1,04). En la industria manufacturera, el reparto se volvió más equilibrado, con una caída de la brecha a 1,45, impulsada por la recuperación de la productividad y la recomposición del empleo formal.
Recomponer la participación de los salarios en el ingreso nacional no solo es una cuestión de equidad, sino también una condición para el crecimiento. Un mayor peso de los salarios en la distribución fortalece el consumo, motor central de la demanda agregada. Cuando los aumentos de productividad se reparten de manera más equitativa, el crecimiento deja de depender exclusivamente de la rentabilidad empresarial y se transforma en un proceso más sostenido e inclusivo.
Mejorar la productividad no puede basarse en la precarización del trabajo ni en la simple reducción de costos laborales. Al contrario, los países que logran combinar crecimiento sostenido con bienestar lo hacen a partir de una mayor inversión, innovación y capacitación de sus trabajadores. En Argentina, ese desafío requiere modernizar las reglas laborales, no para quitar derechos, sino para crear condiciones que incentiven la formalización y la competitividad.
Una reforma laboral bien diseñada debería actuar como puente entre productividad y salario. Por un lado, reducir los incentivos a la informalidad y la litigiosidad que desalientan la contratación formal. Por otro, promover la inversión en tecnología, infraestructura y capital humano, de modo que el aumento de la eficiencia se traduzca en mejores ingresos para los trabajadores y en mayor rentabilidad para las empresas.
El objetivo no es elegir entre flexibilidad o derechos, sino entre estancamiento o crecimiento con inclusión. Si el país logra que los aumentos de productividad se repartan de manera más equilibrada, fortaleciendo la participación del salario en el ingreso nacional, la expansión del empleo formal y del consumo interno puede sostener el círculo virtuoso de desarrollo.
La productividad es, en definitiva, el punto de encuentro entre el capital y el trabajo: cuando ambos se potencian, el resultado no es solo más crecimiento, sino también una economía más equitativa y resiliente. En un contexto donde la inversión vuelve a ganar terreno, aprovechar esa oportunidad exige un marco laboral y productivo capaz de transformar eficiencia en bienestar. Solo así, la Argentina podrá traducir su recuperación en un verdadero progreso social.