iProfesionaliProfesional

Tras medio siglo de fracasos en la economía argentina, ¿arranca una nueva era con Milei?

La pendularidad de los fracasos de los gobiernos argentinos son producto de ignorar que no hay estado sin mercado ni mercado sin estado
29/12/2023 - 17:00hs
Tras medio siglo de fracasos en la economía argentina, ¿arranca una nueva era con Milei?

El fogonazo inflacionario de junio de 1975 -conocido como "Rodrigazo"- fue el fin de las ilusiones políticas que había motivado el regreso del peronismo al poder en 1973. Se apagaba una época junto con la trágica presidencia de Isabel Perón.

La política, que solo dos años antes parecía poderlo todo, agonizaba impotente ante los precios exorbitantes y la violencia demencial.

De Martínez de Hoz hasta Milei: la economía argentina, ante un ciclo sin fin

Con la dictadura militar llegó Martínez de Hoz, un omnipotente ministro de economía que propuso en el discurso inaugural de su gestión, el 2 de abril de 1976, derogar regulaciones e intervenciones públicas (nacionalización de los depósitos bancarios, ley de inversiones extranjeras, monopolios estatales de las Juntas de Carnes y de Granos, etc.), impulsar la liberalización de precios y el congelamiento de salarios entre un verdadero aluvión de medidas ortodoxas.

Su filosofía sería concentrada poco después en una consigna que acuñó la Sociedad Rural: "Achicar el Estado, es agrandar la Nación". Toda la motivación y el propósito de un gobierno expresada en siete palabras.

Con la salida del poder de la dupla Videla-Martínez de Hoz, el proyecto de reconversión a las ideas monetaristas se derrumbó inmediatamente. El que apostó al dólar, ganó. Y el Proceso de Reorganización Nacional se desplomó entre horrores mayores.

La restauración democrática trajo una poderosa confianza en la política, de la que se esperaba la solución a todos los problemas. Con ella se iba a poder curar, sanar y educar, entre muchas otras cosas.

La economía argentina
La economía argentina no logra encontrar una solución a problemas ya conocidos como la hiperinflación o la insatisfacción social.

El alfonsinismo renovó transitoriamente la confianza en lo público y las regulaciones, pero el fracaso de sus programas estabilizadores desembocó en una trágica hiperinflación que se llevó puestas las convicciones estatistas de la sociedad.

Así Carlos Menem, triunfante candidato peronista en las elecciones de mayo de 1989 sorprendió a propios y extraños con su conversión ideológica que se tradujo en lo que el mismo denominó la "economía popular de mercado", prodiga en liberalizaciones, privatizaciones, apertura comercial y, poco después, el eficaz plan de convertibilidad de Domingo Cavallo.

Una década duró el cambio que se derrumbó al promediar la presidencia de Fernando de la Rúa.

Fue a tientas Duhalde en su gestión de transición quien sentó las bases del regreso del Estado. Luego Néstor y Cristina Kirchner le fueron dando forma y narrativa al "modelo de acumulación de matriz diversificada con inclusión social" que se tradujo en estatizaciones varias y mayor participación estatal en la economía.

Estado sin mercado o mercado sin Estado: el dilema económico que termina en fracaso

En el 2015, Mauricio Macri intentó "gradualmente" regresar a las ideas y las prácticas del libre mercado, pero su experiencia colapsó en dos años con una corrida cambiaria que lo dejó débil hasta concluir su mandato.

La dupla Alberto-Cristina ganó las elecciones de 2019 con la promesa de un "Estado Presente", que concluyó en una economía de 200% anual de incremento de precios, entre otras flagrantes debilidades.

Macri intentó quitar regulaciones estatales
Macri intentó quitar regulaciones estatales, pero Alberto Fernández volvió a insistir en el "Estado presente".

La derrota a manos de Javier Milei se dio en el contexto de un agotamiento del modelo intervencionista. Ahora, el libertario arrancó con fuerza su programa para instaurar un régimen económico de "libertad" y terminar, según su promesa, con la casta estatista empobrecedora a como dé lugar, por leyes, DNUs o decretos simples.

Esta breve historia de nuestro último medio siglo nos pone frente a la evidencia de la pendularidad de los fracasos a fuerza de ignorar que no hay estado sin mercado ni mercado sin estado.

Cada intento viene cargado de la promesa redentora de una "nueva Argentina" que deja atrás la decadencia. Lo único que cambia son los roles transitorios de los héroes y villanos. Regresan los vilipendiados de ayer y se van a los cuarteles de invierno los vilipendiados de hoy.

"Detrás de mi vendrán los que bueno me harán", decía un viejo proverbio español que Perón incorporó en su exilio para fortalecer su confianza en el retorno. Sentarse y esperar a ver el cadáver del enemigo pasar en el país donde todo parece condenado a terminar mal.

Por supuesto que cada experiencia no es exactamente igual. Resulta indispensable señalar que equiparar el Proceso con Menem, Macri y Milei constituye una simplificación tan criminal como la diferencia existente entre mandatarios elegidos por el pueblo mediante elecciones libres y dictadores surgidos en golpes militares.

Tampoco resulta sensato equiparar a Gelbard, Sourrouille, Lavagna y Guzmán, solo por citar algunos de los ministros más destacados de los muy variados liderazgos presidenciales a los que respondieron y sus épocas bien distintas, también en lo que refiere al contexto internacional.

Milei, el
Milei, el "outsider" de la política, ganó las elecciones presidenciales y promete terminar con décadas de fracaso económico.

Pero lo que se mantiene como patrón común de estos cincuenta años es la mediocre calidad institucional de la instrumentación de cada etapa, plagada de euforias, estigmatizaciones, mucha improvisación y gestiones caracterizadas más por su voluntarismo y oportunismo que por su eficiencia y administración.

Corresponde una prudente espera cuando se inicia un mandato, aun cuando se estrene recurriendo a métodos y discursos fatigados por nuestra experiencia. Una extraña combinación de envidia e irritación se da lugar cuando el entusiasmo fundacional se propaga superficialmente. La fe iniciática exige respeto. La soberbia invita al fastidio. Veremos de que va la cosa esta vez.         

Temas relacionados