Argentina y sus crisis: un tango demasiado largo que ahora exige una dosis mínima de consensos
Quizás Gardel y Lepera tenían razón cuando escribieron el tango Volver y, en una de sus partes más conocidas y citadas declaraban que "20 años no es nada".
Allí están los recuerdos y las evocaciones de diciembre del 2001 como si estuviesen a la vuelta de la esquina. Dos décadas atrás se derrumbaba el reinado de la convertibilidad y también la presidencia de De la Rúa. Crisis en las calles, ahorristas martillando las puertas de los bancos indignados por el corralito (y, poco más tarde, por el corralón), saqueos en el conurbano que se llevaron la vida y la propiedad de decenas de argentinos y represión y asesinatos en la Plaza de Mayo y sus alrededores.
Sobre esa caída -los escombros de los 90- se comenzó a construir los cimientos de la política y la economía del siglo que comenzaba. La primera estaría signada por el kirchnerismo y las adhesiones y rechazos que supo conseguir. La segunda, con la recuperación y las tasas chinas primero, y el mediocre achatamiento posterior.
En las dos décadas transcurridas desde entonces, pasó de todo. Cada uno evocará los recuerdos que le surjan de manera espontánea y personal. Hay para todos los gustos. Un auténtico "mundo de sensaciones". Pero dejemos a Sandro y volvamos ahora a Gardel y Lepera: "Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida, tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos encadenen mi soñar".
El miedo, definido por la Real Academia como la angustia por un riesgo, estuvo presente todos estos años. El recuerdo del estallido está ahí, persiste, pero transformado. Es un temor parecido y diferente. Similar en cuanto a las dudas que genera la posibilidad de superar la crisis económica y el riesgo de algún formato de espiralización.
"El recuerdo del estallido está ahí, persiste, pero transformado. Es un temor parecido y diferente. Similar en cuanto a las dudas que genera la posibilidad de superar la crisis económica y el riesgo de algún formato de espiralización"
En ese entonces era el agotamiento de la convertibilidad, que con sus años de recesión y desempleo se tradujo en una crisis terminal. Sobrevino un final con horror. El de hoy es el miedo de muchos años de horror sin final, cargado de estanflación y récord de pobreza. La diferencia radica, precisamente, en los anticuerpos generados por la magnitud de la implosión que ha llevado a redoblar los esfuerzos (recursos) en contención y asistencia a los más vulnerables y en el esmero de la política por organizarse en dos polos culturales que, a pesar de diferencias internas, mantienen su unidad y de ese modo también siguen protagonizando la disputa por el poder.
El 90 % del Congreso está en manos del llamado bicoalicionalismo cuyos miembros tienen en común tanto la mutua aversión como el propósito compartido de que el sistema de representación no vuelva a estallar por los aires al ritmo del "que se vayan todos".
Sigamos con el tango. Para el Frente de Todos el "Volver" no fue con la marchita al frente sino con la frente marchita. Sin reservas, con herencia y pandemia, vive aferrado "a un dulce recuerdo que lloro otra vez". De alguna manera, las cartas e intervenciones de CFK tienen ese dejo de nostalgia de la época en la cual los salarios en dólares eran los más altos de la región y el consumo volaba. La agenda actual, aún sin negar indicadores de recuperación, está lejos del pasado añorado.
Y a los y las referentes de la oposición les caben también melodías de arrabal, pues ellos guardan "escondida una esperanza humilde que es toda la fortuna de su corazón". Saben que han sido herramienta de castigo más que sujeto colectivo de una nueva pasión y deben administrar sus diferencias intestinas (el interbloque de Juntos en Diputados contiene 6/7 bloques diferentes con la división de la UCR) sin gastar a cuenta de un 2023 que está lejos todavía de garantizar su "Volver".
"Senadores y diputados se enfrentarán a la necesidad de acordar al menos una dosis mínima de consensos. ¿Podrán?"
Oficialistas y opositores pasarán pronto por una prueba ácida: el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que debe ser tratado y aprobado en el Congreso. Más allá de las chicanas que cruzarán en sendos recintos, senadores y diputados se enfrentarán a la necesidad de acordar al menos una dosis mínima de consensos. ¿Podrán?
¿Lograrán comenzar a balizar juntos la hidrovía que empiece a brindar al menos pálidos reflejos de la siempre citada luz al final del túnel que permita ilusionarse con dejar atrás "largas horas de dolor"?
Días pasados, un diplomático argentino que participa de las negociaciones por el tema de la deuda manifestaba su estado de íntima indefensión cuando un integrante de alto rango de origen europeo del Fondo lo interpelaba: ¿no se aburren los argentinos de arrastrar por décadas los mismos problemas? Quizás allí esté la explicación de nuestra fascinación con el tango: nos cautivan los relatos bien contados de historias tristes, aquellas en las que sus protagonistas reflejan la imposibilidad fatal de "querer sin presentir"; es decir, de entusiasmarse sin intuir nuevos fracasos.
Convengamos que el historial de acuerdos incumplidos con el FMI (todos, sin excepción) no son un manantial para el optimismo. O quizás, precisamente por ello, podamos encararlo como una oportunidad para salir de este baile a un ritmo que no sea el de 2x4.