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A 48 años del accidente aéreo de los rugbiers: así fueron esos 72 días en los Andes

El 13 de octubre de 1972 se estrelló en Los Andes, mientras iba desde Uruguay hacia Chile, el avión de la Fuerza Aérea que llevaba a los rugbiers
13/10/2020 - 15:44hs
A 48 años del accidente aéreo de los rugbiers: así fueron esos 72 días en los Andes

A 48 años del hecho, la historia dio la vuelta al mundo. Los protagonistas contaron sus vivencias muchas veces en diversas entrevistas que medios de todo el planeta les han hecho. 

El 13 de octubre de 1972 pasó a la historia como el día en que se estrelló el avión de la Fuerza Aérea Uruguaya que llevaba a un equipo de rugby de Uruguay a Chile. No solo fue un accidente de avión donde hubo fallecidos y una larga búsqueda, sino que algunos de los pasajeros quedaron vivos y debieron sobrevivir por 72 días. 

Así fue el accidente del 13 de octubre del '72

El avión había despegado el día anterior, el 12 de octubre de 1972. Aquel día el Fairchild Hiller FH-227, perteneciente a la Fuerza Aérea Uruguaya, partió del Aeropuerto Internacional de Carrasco; llevaba al equipo de rugby del club de exalumnos del Colegio Stella Maris de Montevideo hacia Chile, donde tenía que jugar un partido contra el Old Boys, de Santiago de Chile. 

Además de los jugadores del equipo en el avión estaban el capitán, su copiloto y tres tripulantes -navegante, sobrecargo y mecánico-. 

Salieron de Uruguay con mal tiempo en la Cordillera, algo que los obligó a parar en el aeropuerto El Plumerillo, situado en la ciudad de Mendoza. Allí pasaron la noche y al día siguiente, por la tarde, salieron. La tormenta no había cesado, pero estaban apurados por llegar, por lo que hicieron las consultas pertinentes y decidieron salir de todos modos. 

Pasadas las 14 horas del 13 de octubre del '72, el avión despegó y logró ascender hasta los 6000 metros sobre el nivel del mar; volaba hacia el sur, con la Cordillera a la derecha y el resto de la Argentina, a la izquierda. 

Al principio todo iba bien, pero luego comenzaron los problemas. La dirección y sentido de los vientos cambiaron, de modo que el avión pudo ver reducida su velocidad de crucero. Aparentemente, de acuerdo a lo que se investigó más adelante, no se consideró esta variable crucial y se cometió un error de navegación que provocó que estuvieran más al norte y más al este de lo que pensaban. Dado que el paso estaba cubierto por nubes, los pilotos estimaron que podrían pasar en el tiempo estimado, pero no tuvieron en cuenta los fuertes vientos en contra que desaceleraron el avión y el consiguiente aumento de tiempo necesario para completar la travesía.

Informada la posición a la torre de control de Santiago de Chile, esta dio por buena la posición comunicada por el capitán y los autorizó a descender a los 3500 metros, dando por hecho que se dirigía hacia el aeropuerto de Pudahuel al oeste de Santiago de Chile. Pero para aquel momento, el avión se adentraba en los encajonamientos de la cordillera en medio de los cordones montañosos, sobrevolando el límite argentino-chileno y en las inmediaciones del volcán Tinguiririca de la provincia de Colchagua. El error es de más de 100 kilómetros y dificultó mucho las búsquedas cuando tuvieron que hacerse más adelante. 

La tormenta seguía en desarrollo, pero el avión bajó 1000 metros. A esa altura el Fairchild entró en una nube y comenzó a sacudirse. El aparato descendió varios cientos de metros de golpe al atravesar varios pozos de aire. La serie de descensos bruscos continuados hicieron que el avión perdiera más altitud. 

Siguió el descenso del avión y se metió en un largo cajón de aproximadamente 12 km de elevadas cimas en medio de una nube que impedía la visión. Repentinamente, la niebla se abrió, pero el avión ya estaba a punto de colisionar. La alarma sonora de colisión, conocida como Pull Up, se activó, algo que seguramente haya alarmado a los tripulantes y a los pasajeros. 

El comandante logró evitar el choque de frente, pero golpeó la cola del avión en la orilla de la cumbre en un pico sin nombre (posteriormente bautizado cerro Seler), situado entre el cerro El Sosneado y el volcán Tinguiririca, en el lado argentino de la frontera entre Argentina y Chile.

El avión golpeó una segunda vez y perdió su ala derecha, que salió disparada hacia atrás con tal fuerza que cortó la cola de la aeronave. Al desprenderse la cola con el estabilizador vertical, quedó abierto el interior en la parte posterior del fuselaje. En este desprendimiento, se descolgaron al menos dos filas de asientos que salieron volando al vacío. En ese momento murieron instantáneamente cinco personas, incluido el sobrecargo, que viajaban atados a sus asientos.

Al golpear el avión por tercera vez en otro pico, perdió el ala izquierda, y el vuelo quedó únicamente con el fuselaje, con la nave propiamente dicha, de modo que se movió casi como un proyectil. De esta manera golpeó tangencialmente el terreno nevado y resbaló por una amplia ladera empinada de más de 1 km de largo. Finalmente se detuvo en un banco de nive, pero para ese momento dos pasajeros más, atados aún a sus asientos, salieron despedidos por el agujero posterior.

El golpe de la nariz del avión contra el banco de nieve resultó fatal para los tripulantes de cabina. Ambos cuerpos quedaron comprimidos en la cabina, dado que cuando finalmente el avión frenó gran parte de la cabina se comprimió contra la cabina de conducción. 

Los restos del avión de la Fuerza Aérea Uruguaya
Los restos del avión de la Fuerza Aérea Uruguaya

Los sobrevivientes y la supervivencia

Fue un accidente fatal y muy traumático, pero aunque parezca mentira, hubo pasajeros que sobrevivieron y apenas tuvieron algunas heridas leves. También hubo sobrevivientes al accidente que luego fallecieron por el daño que habían sufrido. El copiloto todavía no había fallecido, y de hecho le pidió a uno de los sobrevivientes que le disparara en la cabeza con su arma, pero eso no sucedió y falleció algunas horas más tarde. 

De las 45 personas que viajaban, trece murieron en el accidente o poco después (entre ellos cuatro de los cinco miembros de la tripulación); otros cuatro fallecieron a la mañana siguiente, y el octavo día murió Susana Parrado, hermana de Fernando debido a sus lesiones. Los 27 restantes tuvieron que enfrentarse a duras condiciones ambientales y climáticas con temperaturas entre -25 a -42 °C, y aún en plena época de nevadas.

Muchos de los sobrevivientes habían sufrido diversas lesiones cortantes o moretones y carecían de calzado y ropa adecuada para el frío y la nieve. Se organizaron para resistir las duras condiciones imperantes. A pesar de las condiciones y el grado de debilidad, el grupo liderado por el capitán del equipo pudo fabricar elementos y utensilios para resistir la situación totalmente inhóspita y potencialmente mortal. 

La búsqueda comenzó muy poco después del accidente, cuando el avión no llegó a destino. El problema principal era que desde Chile tenían una ubicación que no era correcta, por lo que era difícil hallarlos. Además, los aviones pasaban a mucha altura y la visión no es sencilla. 

Esa búsqueda se suspendió ocho días después del accidente. En el undécimo día en la montaña los sobrevivientes escucharon esa noticia por una radio a pilas, algo que debió haber sido devastador.

Algunos de los sobrevivientes del accidente
Algunos de los sobrevivientes del accidente

La situación se ponía cada vez peor

A 16 días de la caída del avión, los sobrevivientes se enfrentaron a otra situación muy grave y amenazadora. La noche del 29 de octubre un alud se deslizó y sepultó los restos del Fairchild FH-227D. No solo se perdió el refugio, sino que además ocho de los sobrevivientes que dormían adentro del avión quedaron sepultados. Solo uno se savló; Roy Harley, quien desesperadamente comenzó a hacer un pozo de los que yacían bajo la nieve. El capitán del equipo y la última pasajera mujer fallecieron dentro de ese grupo. 

El tiempo se endurecía y se ponía más feo y los sobrevivientes que quedaban solo podían refugiarse dentro del fuselaje, donde yacían sus compañeros fallecidos.

A mediados de noviembre fallecieron dos jóvenes más, a causa de la infección de sus heridas. El 11 de diciembre, moriría la vigésimo novena y última víctima del accidente por la misma causa. Los sobrevivientes apenas disponían de alimentos. A pesar de que durante los días posteriores al accidente racionaron la comida disponible, pronto se mostró insuficiente. En el lugar donde se habían estrellado no había vegetación ni animales de los que pudieran alimentarse; el terreno era suelo desnudo con nieves perpetuas.

El grupo sobrevivió durante 72 días y no murió de inanición gracias a la decisión grupal de alimentarse de la carne de sus compañeros fallecidos, quienes estaban enterrados en las afueras del fuselaje. No fue una decisión fácil de tomar, y en un principio algunos rechazaron hacerlo, si bien pronto se demostró que era la única esperanza de sobrevivir. Este detalle de la historia ha sido muy mencionado desde entonces y más de una historia se ha contado desde ese lugar, algo que constituye una bajeza y un morbo innecesarios. 

El grupo de sobrevivientes no pudo pedir auxilio porque la radio de la cabina carecía de energía: la batería había quedado en una de las partes desprendidas del avión. Hallaron las baterías casi a 2 kilómetros de la nave, pero eran pesadas para transportarlas, por lo que llevaron la radio hasta allí. Esfuerzo tras esfuerzo hicieron, pero no pudieron comunicarse con el exterior. 

La única ventaja de esas largas caminatas fue que pudieron encontrar algunas valijas, donde hallaron licores y chocolates para beber y alimentarse.

Así fue el rescate

A principios del mes de diciembre de 1972, el deshielo dejó al descubierto el fuselaje nuevamente. Los sobrevivientes finalmente vieron que su única esperanza consistía en ir a buscar ayuda. El 12 de diciembre de 1972, tres de los pasajeron partieron en busca de ayuda.

Allí enfrentaron otra situación adversa: creían que se encontraban de lado chileno, por lo que encararon hacia adentro de la Cordillera. Se adentraron más y más y debieron encarar el cruce del encadenamiento de los Andres sin medios, preparación ni fuerzas adecuadas. 

Al tercer día de caminata uno de los pasajeros se lesiona y debe volver, no sin antes dejar su ración de carne para sus compañeros. 

Diez días después de haber partido de los restos del fuselaje, y habiendo caminado unos 59 kilómetros aproximadamente, llegan a la precordillera de San Fernando, al sector de Los Maitenes. Allí recorrieron la vera de un río que no pudieron cruzar por la crecida del deshielo.  Al tercer día de caminar por el costado del río, vieron a alguien. Por primera vez en 72 días vieron a una persona que no fuesen ellos mismos. El arriero, cuando ve que no pueden cruzar ni comunicarse por el ruido del río, ata hojas de papel y lápiz a una piedra y la lanza al agua. 

El mensaje que escribieron los sobrevivientes decía: 

Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?

La carta que le escribieron los rugbiers sobrevivientes al arriero
La carta que le escribieron los rugbiers sobrevivientes al arriero

El arriero, llamado Sergio Hilario Catalán Martínez, de 44 años entonces, entendió el mensaje, les lanzó tres porciones de pan amasado con queso y se dirigió al retén de Puente Negro a cargo de Carabineros de Chile. Aunque está a diez horas de caminata, era el más cercano, de modo que el arriero logra dar la noticia.

Cuando la noticia llegó a los medios de comunicación se dispersó rápidamente por todas las radios. Fue así que los sobrevivientes que estaban en el avión, que podían captar señal de radio, se enteraron de que sus compañeros habían llegado a buen puerto después de días y días de caminata. 

Aquel 22 de diciembre, los pilotos chilenos Carlos García, Jorge Massa y Mario Ávila se preparaban para volar en un DC-6 a Punta Arenas, cuando recibieron, incrédulos, la noticia de que habían aparecido sobrevivientes del avión uruguayo extraviado hace más de dos meses en la cordillera. Desde la Fuerza Aérea de Chile se habían realizado 66 misiones sin resultados antes de que se suspendiera la búsqueda. 

Con los dos sobrevivientes que habían encontrado al arriero arriba de un helicóptero, los pilotos chilenos les pidieron que los guiaran para llegar hasta el lugar donde estaba el avión y el resto de sus compañeros. Cuando llegaron al lugar los pilotos se dieron cuenta de que por el color del fuselaje no hubiera sido posible verlos desde el aire. 

Aquel día se rescató a siete de los sobrevivientes repartidos en ambos helicópteros; el resto de ellos tuvo que permanecer una noche más en el lugar del accidente, aunque esta vez lo hicieron en compañía de miembros del equipo de rescate. Al día siguiente fueron rescatados los últimos pasajeros del avión estrellado, quienes fueron trasladados a Santiago de Chile para recibir atención médica.

Agradecimiento a las familias

Los sobrevivientes, quienes contaron cómo habían logrado atravesar esa situación, agradecieron profundamente la comprnsión de los familiares de sus compañeros fallecidos, quienes los apoyaron en todo momento. "Ellos [los familiares] dijeron que menos mal que había 45 para que podamos tener 16 hijos de vuelta. Nos quieren como hijos. Supongo que en su yo más íntimo cuando nos ven piensan por qué sobrevivimos nosotros y no sus hijos. Es un sentimiento humano lógico".

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