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Esta fue la primera marca de papas fritas en paquete de Argentina: así es su increíble historia

No fue una multinacional sino unos trotamundos vascos nacidos en Filipinas los que trajeron a Argentina y Uruguay la primera industrialización de la papa
ACTUALIDAD - 16 de Octubre, 2021

Hay quienes dicen que las papas fritas chips ya existían incluso en libros de cocina, pero la leyenda es linda: dice que fueron obra de un cocinero afroindoamericano, George Crum, que un día de 1853, en el lujoso restaurante neoyorkino Moon's Lake House, harto de que un cliente le rechazara varias veces las papas del plato, le preparó unas tan finitas que no podían pincharse. El comensal, el magnate del transporte Cornelius Vanderbilt, quedó encantado, y así nacieron las Saratoga Chip.

Si bien en principio se vendían en restaurantes locales, almacenadas en frascos o latas, una serie de inventos fue conformando su comercialización actual. Pedro Aboitiz, ingeniero del INTA, los sintetiza: en la década de 1920, Herman Lay (artífice de las futuras Lay’s) llevó la idea al sur del país, y Laura Scudder, que creó el papel encerado, permitió conservarlas crujientes; en 1934, la compañía Ferry Cooker, de Nueva York, fabricó la primera máquina continua para producirlas, con máquinas que podían hacer 600 kg de papas fritas por hora; y, hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial, Dan Woodman permitió resolver el cuello de botella del envasado con la primera embolsadora automática.

Al Río de la Plata, las papas chips llegaron en los ’50, de la mano no de una multinacional, sino de unos emprendedores trotamundos vasco-filipinos que se habían asentado en Uruguay: los Aboitiz Baroja, parientes de Pío Baroja, el escritor.

Augusto Aboitiz, tío de Pedro, había nacido en 1914 en Filipinas, se trasladó a España a los 7 años, luego se graduó como técnico en refrigeración en Estados Unidos, volvió a Filipinas para trabajar en las compañías familiares de electricidad y transporte (los Aboitiz son una de las familias vascas con grandes empresas en las islas) y, terminada la Segunda Guerra Mundial, ya casado y con tres hijos, se fue a Uruguay, donde ya estaban sus padres y dos hermanos.

El slogan que los hizo famosos: "Si hace krrrrrac, es Bun"

Uruguay a la cabeza, con Chips

En los primeros ’50, con dinero que había recibido de Filipinas, Augusto decidió armar en Uruguay la primera empresa de papas fritas de América del Sur, con la marca Chips, a la que luego incorporaron las Pa-Y.

El éxito lo animó a apostar a un mercado mayor, y así intentó llevar la iniciativa a Brasil, pero no funcionó. Vasco al fin, decidió dar el salto de crecimiento en la Argentina, una empresa en la que se sumaron su hermano Fernando, que era gerente de la fábrica de cervezas Norteña, en Paysandú; su hermana María Teresa con su marido, Alberto Moroy, y los hermanos Carreras, dueños del bar Expreso Pocitos, donde había surgido la idea de hacer las papas en Uruguay.

Así, en 1957, compraron media manzana en una zona por entonces muy pobre del bajo Belgrano, junto a la entonces conocida como "villa de Houseman" (por René, el genial jugador de fútbol del club Huracán), en Monroe 860, hoy sede de una conocida organización de educación tecnológica. Importaron la freidora continua de Estados Unidos, un horno alemán Hermann Pfleiderer para pretzels (galletas saladas) e incorporaron una envasadora automática norteamericana.

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Los hijos de Fernando Aboitiz comiendo las papas fritas

Con todo listo, en 1958 fundaron Bun SRL y el 4 de julio de 1959 inauguraron la fábrica, que creó la categoría de snacks salados en la Argentina con las papas "para copetín", costumbre muy habitual en esa época.

En parte gracias a las publicidades, las papitas fritas se entronizaron en los menús infantiles de cumpleaños. Pedro Aboitiz, hijo de Fernando, que era el gerente general de Bun, recuerda que en los ’60 la empresa lanzó un producto de maíz, los Twistbun, en plena moda del twist: fueron los primeros chizitos.

También lanzaron los Kesbun, snacks con queso sbrinz (o sardo) y el Manibun. Y también hubo productos que fracasaron, como la pasta de maní.

En 1964, Augusto Aboitiz se mudó a España, donde replicó la idea con la empresa Rick SA. Pero cinco años después la vendió y regresó a la Argentina, donde compró un campo de 1.200 hectáreas en Necochea, zona papera por excelencia, e incursionó en la producción, almacenamiento y transporte de papa a granel, y se convirtió en el principal proveedor de Bun. También trajo al país la primera cosechadora de papas.

Tato Bores y su famosa frase  "vermouth con papafritas y good show" reforzaron la demanda 

Pedro Aboitiz recuerda el susto que se pegaron a fin de los ’60, cuando desembarcó en el país la gigante Kellog's, susto que los llevó a jugarse mucho dinero en una campaña publicitaria.

Parte del resultado fue el slogan "Si hace krrrrrac, es Bun", tan fuerte que incluso muchas personas lo recuerdan seis décadas después. Finalmente, lo que pasó tras el arribo de la estadounidense, para bien de todos, fue que la torta se agrandó y alcanzó para todos los contendientes. "Incluso aumentamos las ventas", recuerda Pedro. Más tarde, también el "vermouth con papafritas y good show" con el que cerraba su programa de humor político el célebre cómico Tato Bores en los ‘70 reforzaría, indirectamente y sin buscarlo, la demanda.

Con los Aboitiz, Bun, se convirtió en la primera empresa que industrializó y le agregó valor a la papa en el país. Llegó a exportar a Chile, Paraguay y Bolivia, y a tener 300 empleados directos. A principio de los ’90, comenzaron a construir una planta en la localidad bonaerense de Benavídez, porque el barrio circundante en Belgrano había pasado a ser rico y se quejaba del olor de la fritura. No obstante, en 1993, en plena ola de globalización, la familia le vendió la empresa a Pepsico, que todavía conserva la marca.

Quizá por las tantas mudanzas de su familia, Pedro Aboitiz, que es ingeniero agrónomo, se apasiona con los temas de inmigrantes, que hoy ya no llegan atravesando océanos sino desde países fronterizos, y trabaja en el desarrollo rural de comunidades como la boliviana, hoy responsable fundamental del abastecimiento de hortalizas de Buenos Aires.

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