El objetivo del Gobierno al subestimar la inflación y el precio del dólar en el Presupuesto
El discurso de Javier Milei para anunciar el presupuesto generó elogios por el cambio de tono, la invitación al diálogo y cierto esbozo de autocrítica. Pero la impresión inicial cambió ni bien se dieron a conocer las proyecciones económicas, plagadas de datos que a los economistas y operadores del mercado les parecieron inverosímiles.
En realidad, lo más grave no son los números previstos para 2026, sino el hecho de que las propias proyecciones para el 2025, a menos de cuatro meses de terminar, son de muy difícil cumplimiento. Y las cifras de este año conforman la base para el cálculo del próximo, lo cual pone en riesgo la credibilidad de todos los cálculos.
El dato que primero sorprende es la inflación de este año, que se prevé en 24,5%. Hasta agosto, la inflación acumulada del año era de 19,5%. Eso implica que, para que se cumpla el pronóstico oficial, en los últimos cuatro meses del año se debería acumular una inflación total de 4,3%. Dicho de otra forma, todos los meses hasta fin de año se debería dar un IPC promedio de 1,1% mensual.
Son, por cierto, números muy inferiores a los que prevén los economistas y banqueros que participan en la encuesta REM del Banco Central. El acumulado proyectado para el período septiembre – diciembre es de 7%, lo cual llevaría la inflación de todo el año a 27,9%.
¿Un objetivo imposible?
Es probable que, tal como ocurrió el año pasado, los funcionarios minimicen la importancia de las proyecciones contenidas en el presupuesto, a las que consideran hipótesis de trabajo más que como objetivos de cumplimiento obligatorio.
Después de todo, en el proyecto de presupuesto presentado hace un año se preveía que el año 2024 terminaría con una inflación de 104,4% y que en 2025 el IPC sería de 18,3%. El resultado real, como todo el mundo preveía, estuvo bien por encima: la inflación del 2024 fue de 117,8%, mientras que en el período enero – agosto de 2025 ya se superó toda la inflación que se había previsto originalmente para este año.
En lo que respecta a 2026, los economistas que participan en la encuesta REM creen que la inflación acumulada del año será de 17,8%. Ya esa proyección de los consultores privados luce de difícil cumplimiento -implicaría un IPC de 1,37% de promedio mensual. Así que ni qué hablar sobre la proyección oficial, que implicaría un IPC promedio mensual de 0,81%.
No es que un 10,1% resulte imposible -de hecho, la mayoría de los países de la región están bien por debajo de esa marca- pero requeriría un esfuerzo adicional de ajuste fiscal y un apretón monetario que traería el riesgo de una recesión. Es, según expuso Milei, lo que el gobierno quiere evitar, dado que espera otro año con crecimiento del 5% en el PBI.
¿Cómo se explica el hecho de que un presupuesto esté subestimando -otra vez- la inflación que ve el mercado? Lo cierto es que no se trata de una práctica exclusiva de la gestión Milei: más bien al contrario, en prácticamente todos los últimos gobiernos se incurrió en ese "error".
Algunos economistas lo atribuyen a una intención de incidir sobre las expectativas de la opinión pública: si ya ahora se está avisando que la inflación del año próximo será de apenas 10,1%, en teoría eso debería funcionar como un disuasorio para las industrias y comercios que estén planificando su política de precios. Por lo pronto, obligaría a los empresarios a dar explicaciones sobre aumentos que a priori serán vistos como injustificados.
Una carta en la mesa salarial
Pero hay más motivos de peso para subestimar la inflación. Uno de los principales es la capacidad de incidencia sobre las negociaciones salariales, y en particular las del sector público.
Es un detalle importante si se considera que la masa salarial de los empleados públicos representa actualmente un 15% del gasto corriente -sin considerar a los funcionarios provinciales y municipales-.
Lo que se busca, a la hora de sentarse a negociar salarios, es que los sindicatos tomen como referencia no a la inflación pasada -que implicaría apegarse a un mecanismo de indexación- sino a la futura, probablemente con cláusulas de revisión si finalmente el IPC no coincidiera con la previsión.
Es un tipo de política que no sabe de ideologías ni de banderas políticas: todos, desde Cristina Kirchner hasta Mauricio Macri y Sergio Massa, han intentado, de alguna forma, convencer al mercado de que cada ajuste de precios debe ser progresivamente inferior, porque la inflación irá en un camino descendente.
El propio Luis Toto Caputo, en un gobierno que ha proclamado su preferencia por la libre negociación de los salarios, ha demostrado que, ante casos que percibe que podrían generar "efectos contagio", no tiene problema en imponer un techo salarial.
Es por eso que Caputo incurrió en una de las conductas que más irritó a la central sindical CGT: la no homologación de acuerdos salariales, algo que en términos concretos implica el veto a las paritarias que incurrían en "excesos".
El dólar contra corriente
El otro gran motivo de sorpresa en las proyecciones económicas de 2026 es el que hace a la política cambiaria. Anunciar que el dólar cotizará a $1.423 en diciembre del año próximo -cuando en este mismo momento está en $1.469 y amenazando con tocar el techo de la banda de flotación- es algo que puede calificarse de cualquier cosa menos de "creíble".
De hecho, nadie en el mercado cree que esa cifra sea posible ni siquiera en diciembre de este año, aun si Milei tuviera una victoria apabullante en las elecciones legislativas.
Luego de que la proyección se hiciera oficial, abundaron los comentarios sarcásticos por parte de los analistas, incluyendo invitaciones a Milei y a Toto Caputo por parte de interesados en comprar hoy dólares al precio que supuestamente cotizará en un año y tres meses.
Nuevamente, el motivo para esta conducta es el intento de cambiar las expectativas del mercado. Y uno de los principales temas de incertidumbre en este momento es la viabilidad del esquema de banda de flotación cambiaria.
Hay quienes dan por descontado que, tras las elecciones, el sistema será modificado, y que se terminará convalidando un salto devaluatorio. Otros, en cambio, creen que Milei está dispuesto a usar los dólares que el Fondo Monetario Internacional depositó en el BCRA, para pulsear contra el mercado en defensa del tipo de cambio en el techo de la banda. Y temen que esa situación pueda implicar un sacrificio de reservas que, como ya pasó en experiencias históricas recientes, finalmente sea inútil, porque el dólar terminará convergiendo al valor de equilibrio.
¿Tendrá éxito el gobierno en su intento por incidir sobre las expectativas? Las primeras señales indican que no. El dólar continuó su camino al alza después del discurso presidencial, mientras el Central sigue interviniendo en el mercado de futuros para aplanar la curva hasta el punto de dejar tasas implícitas negativas -es decir, quien se cubre de la devaluación tiene un premio-, en una típica estrategia de incentivo para que los inversores se queden en títulos de deuda en pesos.
En definitiva, lo que el presupuesto muestra es que ciertas costumbres argentinas son difíciles de cambiar, por más que quien ocupe la Casa Rosada se defina como keynesiano o liberal: ante la proximidad de una elección, el manual del político en campaña indica que siempre se debe anunciar un dólar tranquilo y precios bajo control.