El "rayo" que inspiró a un médico argentino y dio origen a un invento que salva millones de vidas
Así recuerda el doctor Julio Palmaz el momento que definió su futuro: la conferencia de Andreas Grüntzig en 1978, pionero de la angioplastia coronaria. "Fue como un rayo. Empecé a pensar en ello en ese mismo momento, y ya estaba haciendo dibujos de regreso a casa en una servilleta en un avión".
Aquel procedimiento, que usaba un globo para abrir arterias bloqueadas, representaba un avance enorme, aunque todavía quedaba mucho por resolver. La tasa de reobstrucción era alta, y ese límite encendió en Palmaz la necesidad de buscar una solución mejor.
Lo que comenzó como una intuición se convertiría en uno de los desarrollos médicos más influyentes del último medio siglo: el stent coronario expandible por balón, del que hoy se implantan unos dos millones por año en el mundo.
De La Plata a Estados Unidos en busca de investigación
Nacido en La Plata en 1945, Palmaz se recibió de médico en 1971. Aunque trabajó en Argentina algunos años, pronto entendió que su vocación por la investigación difícilmente pudiera prosperar allí.
"Descubrí la maquinaria de investigación estadounidense y pensé que era un sueño que a la gente se le pagara por investigar, lo que para mí era un privilegio", explica. Con esa convicción viajó a Estados Unidos y se integró al departamento de radiología de un hospital de California. Un año después llegaría el giro decisivo.
Desde sus primeros pasos en la especialidad, confiesa, buscaba "dejar una huella". Y la oportunidad surgió cuando escuchó a Grüntzig describir las limitaciones de la angioplastia con balón. "Eso suscitó que se me ocurriera la idea de un andamio implantable".
El origen del invento en un garaje
Para comprender su objetivo, conviene repasar: la enfermedad coronaria obstruye las arterias que nutren al corazón y puede desencadenar un infarto. En los años 60, el bypass era la alternativa principal. La angioplastia con balón ofrecía un camino menos invasivo, pero no garantizaba que la arteria permaneciera abierta.
En 1978, Palmaz se obsesionó con la idea de crear un soporte que mantuviera el vaso sanguíneo expandido. Los primeros intentos no fueron precisamente sofisticados: "Estaba tratando de hacer prototipos muy simples en mi garaje, tratando de tejer alambre de cobre y un soldador alrededor de lápices", recuerda.
El avance decisivo llegó por azar. Mientras realizaban obras en su casa, vio un listón de metal expandido con un patrón de aberturas escalonadas. "Cuando lo vi pensé que quizás esa era la respuesta… hallé la solución: esencialmente no usar una malla tejida de alambre, sino un tubo sólido con ranuras escalonadas". Ese diseño cumplía con lo que buscaba: compacto para insertarse y rígido al expandirse.
El salto industrial y las primeras pruebas
Para fabricar un prototipo funcional, se mudó al Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Texas en San Antonio, donde colaboró con el cardiólogo militar Richard Schatz. A través de él conoció al empresario Philip Romano, dueño de una cadena de comida rápida, quien aportó el capital inicial.
El proyecto ganó fuerza cuando una gran farmacéutica se interesó en la tecnología. "Estuve en el lugar correcto en el momento indicado", admite. Ese apoyo permitió iniciar ensayos clínicos a fines de los años 80.
"Me convertí en un viajero que iba por el mundo dando conferencias, entrenando a colaboradores y monitoreando ensayos", cuenta. Los resultados fueron contundentes y, en 1990, la FDA aprobó el dispositivo para arterias periféricas, convirtiéndolo en el primer stent vascular autorizado en EE.UU.
Del temor al reconocimiento
Aunque el éxito fue inmediato, Palmaz confiesa que al principio sintió más preocupación que alegría. "Siempre tuve miedo de que se presentaran problemas a largo plazo". Con el tiempo, esos temores se disiparon: el stent se volvió indispensable en la cardiología contemporánea.
"Nunca pensé que se convertiría en un recurso médico tan grande", admite. Hoy, además de su legado científico, dedica tiempo a estimular a jóvenes investigadores: "Me he convertido en una especie de mentor…".
Instalado en California, administra también su propio viñedo, lejos del garaje donde alguna vez comenzó a transformar la medicina.