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La elección en Brasil vista desde Casa Rosada: Bolsonaro, Haddad y la apuesta secreta de Macri

Más allá de quién se imponga, predomina la expectativa sobre la continuidad de reformas estructurales en el país vecino que "empujen" la economía argentina
05/10/2018 - 06:13hs
La elección en Brasil vista desde Casa Rosada: Bolsonaro, Haddad y la apuesta secreta de Macri

La sensación predominante entre los argentinos respecto de las elecciones presidenciales en Brasil es que, gane quien gane, la Argentina pierde. Hacía tiempo entre los locales que no se notaba tal falta de empatía por alguno de los candidatos con chances de llegar al palacio del Planalto.

Y no es para menos. A primera vista, se trata de una elección entre dos extremistas, más representantes de la nueva ola “antisistema” que de la tradición socialdemócrata a la que la política brasileña parecía adherir desde el regreso de la democracia en 1985.

Jair Bolsonaro, que lidera las encuestas con 31% de la intención de voto y ya tiene asegurado su boleto para una segunda vuelta, es un ex militar que reivindica sin sonrojarse la dictadura militar de los años 70, incluyendo los métodos represivos como la cárcel y la tortura. Ganó la simpatía popular por sus propuestas extremas para enfrentar la delincuencia, y también porque encarna un tipo de nuevo dirigente que toma distancia de la corrupción de la vieja clase política.

En la vereda de enfrente, Fernando Haddad, sólido en el segundo lugar y aún con chances en una segunda vuelta, es un intelectual y economista que se unió en su juventud al PT de Lula y llegó a ser alcalde de Sao Paulo. Representa para muchos el temor al regreso del populismo. E incluso se lo ve como un eventual “títere” que pueda ser manejado por Lula desde la prisión.

Ante semejante panorama, la City porteña se ha inundado en los últimos días de comentarios recelosos sobre el futuro que le espera a la región. No faltaron quienes advirtieron que aun cuando el gobierno de Mauricio Macri tenga éxito en devolver la estabilidad cambiaria e iniciar el camino hacia los tímidos “brotes verdes”, todo podría dar una brusca marcha atrás con las elecciones brasileñas.

Acaso lo peor de todo es que –a diferencia de comicios anteriores- ni siquiera está claro cuál de los dos opciones sería la más dañina. Porque si bien el mundo empresarial y financiero podría, a primera vista, confiar más en Bolsonaro, la realidad es que éste deja también serias dudas.

No por casualidad, una de las biblias de los negocios globales, la revista The Economist, le dedicó una nota de tapa a advertir “el desastre” que puede implicar para toda la región una eventual victoria del líder derechista.

“La nueva amenaza de América latina”, es el título de un duro artículo en el cual se argumenta que, con una eventual presidencia de Bolsonaro no sólo se daría un giro populista en la región sino que “se pondría en riesgo la mismísima supervivencia de la democracia”.

Del discurso a la realidad

Pero es probable que las críticas desde el Primer Mundo estén demasiado teñidas por las preocupaciones domésticas de Europa y Estados Unidos. Lo cierto es que Bolsonaro y su eventual política económica son un enigma, y las críticas del estilo The Economist parecen más bien basadas en una cuestión de imagen, en la percepción de Bolsonaro como un “Donald Trump brasileño” o de Haddad como un izquierdista capaz de dar un giro hacia la “bolivarianización” de Brasil. Como si indefectiblemente hubiese que prepararse para que Brasil girara a una política de aislamiento, un símil latinoamericano del “Brexit”.

Y la realidad es que ninguna de esas cosas ocurrirá. Al menos, eso es lo que indica la historia brasileña reciente.

Porque lo que ha quedado demostrado es que en Brasil hay ciertos consensos nacionales que permanecen inmutables por más que cambien los gobiernos. Hasta los más liberales mantienen ciertas políticas de fomento estatal a la industria nacional. Y hasta los más izquierdistas entienden la importancia de avanzar en reformas estructurales para dar competitividad al país y mantener aceitada su maquinaria financiera.

No por casualidad, Haddad es un ex ejecutivo de la banca brasileña que empezó su carrera como economista del Unibanco (hoy perteneciente al poderoso grupo Itaú). Y los inicios de su carrera política en el PT están ligados a la gestión financiera de la alcaldía de Sao Paulo, una megalópolis cuyo PBI es comparable al de toda la Argentina y que maneja un presupuesto municipal de unos u$s14.000 millones, un 80% superior al de Buenos Aires.

Allí Haddad mostró celo para equilibrar las cuentas, lo cual le valió problemas y enemistades dentro del propio PT en la época de Lula. De todas formas, allanó el camino hacia su elección en 2012. Su derrota en 2016 no se debió tanto a sus problemas de gestión –más bien al contrario, fue elogiado por la modernización de la ciudad–, sino más bien por su presión en la recaudación fiscal.

Lo cierto es que el candidato petista, antes que propiciar un giro populista, parece cultivar un perfil más cercano al de Dilma Rousseff, que tras su reelección en 2014 dio un fuerte giro pro mercado y nombró un equipo económico surgido de las entrañas de la banca internacional.

Y en cuanto a Bolsonaro, una cosa es el personaje con que genera rechazo del establishment políticamente correcto por su oratoria antisistema, y otra lo que pueda ser su gestión económica. Al menos eso es lo que está decodificando el mercado financiero.

Conforme las últimas encuestas fueron marcando una consolidación en sus posibilidades de ser presidente, el índice de la bolsa de valores de Sao Paulo tuvo un empuje superior al 3% y el real se recuperó en su paridad frente al dólar.

Más que poner atención en los aspectos repudiables de Bolsonaro, como su discurso en defensa de la dictadura militar o sus frases misóginas y homofóbicas, los inversores prefieren escuchar a su ya designado ministro de economía, Paulo Guedes, un economista de línea liberal.

El hecho de que Bolsonaro se haya confesado ignorante en materia económica, lejos de preocupar a los empresarios, parece haber llevado alivio: puede implicar que, de ser electo, canalizará su extravagancia en otros aspectos de la vida nacional, mientras deja la economía en manos de profesionales que ya tienen una agenda de reformas.

Guedes se ha animado a meterse con “vacas sagradas” del entramado estatal brasileño, como Petrobras y la Caixa Económica Federal, para un nuevo ambicioso programa de privatizaciones.

Brasil no es Argentina

Acostumbrados a los vaivenes de un país donde en cada elección parece jugarse un cambio de rumbo de 180 grados, es inevitable que los argentinos perciban la elección del vecino como un punto de inflexión que puede marcar las próximas décadas.

Pero Brasil no es Argentina. La “grieta” política está lejos de afectar al grueso de la población, y es algo más bien acotado a la élite intelectual y a los debates de las redes sociales.

A pesar de la crisis desatada por los escándalos de corrupción, el sistema político parece preservar la continuidad de ciertas políticas de Estado, muy especialmente la diplomacia, lo que incluye la postura sobre el Mercosur y la relación con los países socios.

De hecho, Lula al asumir en 2002 no cambió las principales líneas que había impuesto Fernando Henrique Cardoso. Lo que sí hizo fue aprovechar el momento dorado del boom exportador agrícola y las bajas tasas de interés para apoyar un proceso expansivo de su país en la región.

Es de esa época la llegada de los grandes grupos empresariales –muchas veces fondeados con el generoso subsidio del Banco Nacional de Desenvolvimento– que se instalaron a bajo precio en la Argentina devaluada de los 2000. Sumaron más de u$s15.000 millones las inversiones brasileñas en esa década, que compraron activos de empresas tradicionales argentinas como Quilmes, Perez Companc, Acindar, Loma Negra, Swift Armour, Cepa, Alpargatas y Quickfood.

Ese desembarco brasileño no cambió por el hecho de que un izquierdista como Lula hubiese llegado al poder. Más bien al contrario, quedó en evidencia una idiosincrasia nacional que implicaba la continuidad de políticas de largo plazo.

Y hay más ejemplos que confirman esa presunción. Los argentinos de más de 45 años tal vez recuerden otros momentos igualmente complicados de la política brasileña, como cuando en 1992 el presidente Fernando Collor de Mello fue destituido en un impeachment, acusado de corrupción. El Mercosur era una criatura recién nacida y se temió que el sucesor, Itamar Franco, afecto a las políticas proteccionistas, pudiera implicar un enfriamiento en el proceso de apertura comercial.

Itamar se destacaba por propuestas más bizarras que las que hoy hace Bolsonaro. Por ejemplo, planteó que, como forma de recuperar la autoestima nacional, se retomara la producción del “Escarabajo” de Volkswagen, un emblema de la industrialización brasileña que se había dejado de fabricar en todo el mundo hacía más de una década.

La prensa ridiculizaba a Itamar, caricaturizándolo como el profesor loco de “Volver al futuro”, a bordo de un “Fusca” destartalado.

Sin embargo, el Brasil de los ’90 no dio marcha atrás, sino que sentó las bases de reformas estructurales. Itamar finalmente nombró como ministro de economía a Cardoso, quien pergeñó el plan Real para dominar la inflación rebelde y desde allí se catapultó a la presidencia.

Y hasta se basó en los consejos de un amigo argentino, Domingo Cavallo, quien le explicó cuál era el mejor “timing” para que el nuevo plan diera su mejor resultado justo en plena campaña electoral.

Mirando de reojo

Es claro que el contexto internacional en el que le toca gobernar a Macri es muy diferente al que él había soñado cuando se jactaba de su “buena onda” con Barack Obama y se entusiasmaba con que toda la región volvería a ser “market friendly”.

Pero aun así, los antecedentes históricos dejan abierta una expectativa en el sentido de que, gane quien gane, Brasil seguirá siendo Brasil. Es decir, una de las economías más grandes del mundo, en la que, pese a las dificultades, prevalecen políticas de largo plazo.

Y, para la Argentina, sigue siendo la posibilidad de que tener un socio que haga de “locomotora” de la recuperación. Los pronósticos más conservadores marcan que para 2019 tendrá al menos un 2,4% de crecimiento, es decir una tasa un 50% mayor a la de este año.

En el contexto de un peso argentino devaluado, eso implica un poderoso estímulo. Como primer “brote verde-amarelo”, el dato de la balanza comercial binacional de septiembre ya llamó la atención de los analistas: se logró el primer superávit en cuatro años, y todo indica que la tendencia debería continuar.

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