ANÁLISIS

El Gobierno se vuelca hacia el kirchnerismo: cómo Cristina y Batakis ganaron a expensas de Alberto y Massa

El frenético fin de semana, con su festival de rumores y reuniones, tuvieron como resultado otra concesión del Presidente. La nueva centralidad de CFK
RESERVADO - 04 de Julio, 2022

Un país presidencialista por leyes y tradición se encuentra frente a la paradoja de la conformación de un esquema político que desplaza al primer mandatario a la periferia del poder. Cada crisis ha menoscabado la autoridad de la Casa Rosada. Los arrebatos discursivos de Alberto Fernández generan el efecto inverso al buscado: en lugar de reafirmar su rol lo terminan debilitando. Cada declaración del estilo "el que toma las decisiones soy yo" recuerda aquel saber popular que sentencia: "dime de lo que te jactas y te diré de lo que careces". La aceleración de esta trayectoria es notable.

Las renuncias de Matías Kulfas y Martín Guzmán, tanto por lo que representaban como por la forma en que acontecieron, son pruebas evidentes del cambio de rango del que alguna fuera en el contexto de la pandemia "El Capitán Beto".

Alberto Fernández y una autoridad presidencial deteriorada.

El Gobierno, hacia la homogeneización ideológica

El frenético fin de semana con su festival de rumores y reuniones, la intención "épica" de la resistencia a llamar telefónicamente a la vicepresidenta, las gestiones fallidas de Sergio Massa por reestructurar la administración y el diálogo final obligado con CFK que culminó con la designación de Silvina Batakis para la titularidad del Ministerio de Economía señalan un sendero de homogeneización ideológica del Gobierno a expensas del menguante capital político de quien se supone que lo preside.

Una confirmación sin anestesia de como el poder busca naturalmente a quienes lo buscan y se aleja de los que le temen. Alberto Fernández es la versión siglo XXI de "El presidente que no fue", aquella biografía de Cámpora escrita por la hábil pluma de Miguel Bonasso.

Atrás quedaron las promesas de giros al centro, la moderación y el propósito de sepultar la grieta. Quizás la confusión pasó por creer que la moderación implicaba renunciar a liderar para dedicarse al rol de garante de la unidad. Demasiada ingenuidad para alguien que desarrolló la mayor parte de su vida en las entrañas mismas del Estado y el poder. Y del peronismo, donde el concepto de conducción constituye la verdadera columna vertebral de la doctrina.

Sergio Massa y Alberto Fernández: el fin de semana dejó gestiones fallidas.

Cristina y el retorno a la centralidad

Un movimiento de poder respeta a los que respetan la acumulación de poder. La desgracia sanitaria de la pandemia le ofreció una oportunidad única. Amagó interpretarla correctamente durante los primeros meses. Pero se trató de eso, simplemente de un amague. Cuando fueron cediendo las restricciones y creciendo el malestar, Cristina Kirchner fue recuperando centralidad, marcando agenda, consolidándose en el rol de custodia de la memoria de sus años felices: los doce que corresponden a las presidencias de Ella y Él.

Con astucia fue cambiando la consigna de la campaña 2019: "Volver mejores" para instalar que el triunfo electoral se debía al pasado virtuoso. El regreso no era para innovar sino para imitar. Alberto no comprendió el giro. Su círculo íntimo, menos. Sus dudas alimentaron el apetito de la vice y la derrota del 2021 inició el proceso de descomposición del Frente de Todos.

El Gobierno de unidad vuelve a ser, cada vez con más prisa y menos pausa, el Gobierno del peronismo-kirchnerista. Claro que la centralidad de Cristina también tiene sus pasivos. Políticos y económicos. Se fueron dirigentes y funcionarios, pero también votantes. La inflación amenaza traspasar límites peligrosos y el poco empleo que se crea es de dudosa calidad.

"El Gobierno de unidad vuelve a ser, cada vez con más prisa y menos pausa, el Gobierno del peronismo-kirchnerista"

Cristina Kirchner volvió a inclinar la balanza a su favor con la designación de Batakis.

Resulta más voluntarista que realista pensar que los costos se pueden adjudicar solo a la tibieza de Guzmán, la herencia macrista y el programa del Fondo. Con la mayor participación en el Gobierno de protagonistas que responden a la presidenta del Senado más que al Presidente de la República, es de suponer que esos costos pueden ser crecientes.

Las primeras semanas que esperan a la flamante responsable del Palacio de Hacienda no prometen ser complacientes. Serán exigentes los mercados, pero también los heridos del frente interno. Es de suponer que en las filas del tercer socio del FdT han quedado paladares amargados con la incómoda sensación de haber calentado el agua para que el mate se lo tomen otros.

Posiblemente, se explique por la magnitud de sus ambiciones y lo explícito de sus propósitos. Quizás, el tantas veces postergado Congreso Nacional del Frente Renovador termine fijando fecha para su realización. Y no solo por el fracaso de sus objetivos coyunturales, sino por la necesidad de contener y volver a expresar a los sectores sociales que están decepcionados con la orientación que adopta el Gobierno.

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