El mercado ya hizo su propia devaluación, el Gobierno no y ahora se quedó con la peor parte del "dólar barato"
Si, tal como afirma Roberto Lavagna y otros economistas, la devaluación "ya se produjo de hecho", entonces hay varios empresarios argentinos que deben sentirse acreedores a una explicación.
Porque dicha devaluación, que ya llega al 49% (si se compara la cotización actual del dólar blue con el oficial de hace un año) mientras la inflación fue del 23%, implicaría una gran recuperación de la competitividad.
Sin embargo, la realidad muestra que -al menos en lo que se refiere a este último aspecto para las empresas- el "efecto devaluación" no se nota.
Por el contrario, múltiples indicadores señalan que las dificultades de las compañías argentinas se han incrementado desde que se produjo la disparada de la brecha cambiaria.
Un informe de la Fundación Mediterránea señala que el costo laboral en dólares -que se calcula teniendo en cuenta el incremento salarial y restándole la productividad- se incrementó un 21% respecto del de hace un año.
Al mismo tiempo, la brecha de competitividad en relación con la industria brasileña se incrementó en un 20 por ciento.
Claro que hay una pequeña "gran diferencia": en el país vecino la devaluación del real no fue en el mercado paralelo sino en el oficial.
De manera que, tanto para los costos de importación como para los ingresos por exportación, los números que efectivamente cuentan son los del real, que se depreció más de un 20% en lo que va del año.
La demostración de este deterioro para las economías regionales argentinas es que, en comparación con otros exportadores, se ha registrado una notoria desventaja competitiva.
Ejemplos para ilustrar tal situación abundan y se desparraman en todos los sectores. Para citar sólo tres ejemplos:
- Los productores de arroz, que venden su producto al mercado brasileño, perdieron un 43% de competitividad cambiaria en cuatro años. Los uruguayos, que también vuelcan sus productos a ese destino, un 25%, según cálculos de la Fundación Mediterránea.
- En aceite de oliva, el descenso (de competitividad) fue del 44%, contra un 18% de los portugueses, sus competidores en esa plaza.
- Los productores de manzanas ahora son 16% más caros que sus colegas chilenos (5%) que comercializan en ese territorio.
En lo que se refiere a salarios, iProfesional.com dio cuenta de un dato por demás elocuente. Según datos oficiales:
- Julio 2011: el salario promedio para un empleado de la industria local era de $6.055 que, al tipo de cambio de ese
momento, equivalía a u$s1.452. - En San Pablo era de u$s1.106 (1.734 reales).
- Es decir que en aquel momento, los sueldos argentinos eran 31% más elevados en dólares.
El problema es que la devaluación del real, sumado al cóctel de mayores costos en el plano local, acentuó esa brecha.
- En la actualidad: el ingreso promedio local es de $6.800 (u$s1.490).
- En Brasil cayó a (u$s905).
- Es decir que ahora los sueldos industriales argentinos pasaron a ser 64% más elevados.
Así, las propias cifras oficiales de ambos países muestran a las claras cómo el "Made in Argentina" se vuelve progresivamente más caro.

El tiro por la culata
¿Es malo que los salarios de los argentinos, medidos en dólares, sean más altos que los de los países vecinos? A fin de cuentas, la presidenta Cristina Kirchner suele destacar este punto como un éxito de su gestión.
Y la respuesta es que es muy bueno tener salarios altos... siempre y cuando ello sea el reflejo de una mayor competitividad, como ocurre en todos los países. Pero la mala noticia es que este incremento se da al mismo tiempo que la productividad del trabajo cae un 4,4% en términos interanuales.
Hay economistas, como Orlando Ferreres, que sostienen que el tipo de cambio relevante está íntimamente vinculado con el dinero destinado al gasto público: cuando éste sube mucho, la moneda nacional se fortalece y viceversa.
En una situación así -que es justamente la que viene observándose en Argentina desde hace años- "el tipo de cambio real queda muy bajo y se vuelve insuficiente para competir", sostiene Ferreres.
Y agrega que esto "complica a una gran cantidad de sectores productivos. Especialmente a las economías regionales, que son las primeras afectadas por el atraso cambiario".
También esta correlación -entre otras cuestiones- impacta negativamente en la inversión. Y el desplome registrado en este último tiempo da cuenta de ello.
Según la estimación de la consultora Ledesma, la caída fue de un impactante 16,4% real durante el segundo trimestre del año.
Lo cierto es que, lejos de funcionar como un factor reactivante, la disparada del dólar blue está causando muchos de los efectos totalmente opuestos a los de una devaluación tradicional.
Un informe de Luciano Laspina, economista jefe del Banco Ciudad, hace una oscura advertencia al respecto, al observar la situación de Venezuela, donde la moneda se apreció un 25% en cuatro años, fecha en la que se comenzó con los controles de cambios.
"Si se replica aquí esta dinámica perversa, el gobierno de Cristina Kirchner terminaría su mandato con un dólar real parecido al que promedió en 1981 en la tablita de Martínez de Hoz. Aquel experimento derivó en un colapso de la industria nacional", observa el experto.
Todos los perjuicios, ningún beneficio
La sensación, en todo caso, es que si hubo una devaluación, no fue "para todos".
Porque los únicos que están sintiendo el efecto son aquellos que quieren comprar dólares y tienen que pagar un sobrecosto en el mercado paralelo.
En cambio, para el sector productivo, el dólar sigue siendo el "atrasado" tipo de cambio oficial, que avanza a un 15% contra una inflación del 23%.
"El único que se beneficia del tipo de cambio paralelo es el que ya fugó dólares especulando con que iba a haber problemas cambiarios", observa el consultor Nicolás Dujovne, ex economista jefe del banco Galicia.
"Pero el sector productivo de la economía sólo vio la parte negativa. El que vende al mundo siente que su producto quedó caro y el que compra para el mercado interno ve a su competidor importado como muy barato", agrega Dujovne.
Esta visión es compartida por la mayoría de sus colegas, que recuerdan que hace dos años se hablaba de cómo el Gobierno procuraba una "devaluación sin devaluar".
Es decir, obtener los beneficios de hacerlo por vías indirectas (como el cierre importador) pero sin pagar el costo político de que el billete verde suba más rápido.
Hoy, por el contrario, la situación es absolutamente inversa: se ven todas las consecuencias desagradables de una devaluación pero sin ninguno de sus efectos positivos.
Un ejemplo para ilustrar. Suele suceder que cuando hay una fuerte corrección cambiaria (el dólar sube de golpe) todos los productos importados y aquellos que están a la vanguardia tecnológica se tornan inaccesibles para el público.
Ahora están inalcanzables para los argentinos, pero no porque el billete verde oficial se haya disparado, sino porque el haberlo dejado barato obligó el Gobierno a bloquear su ingreso en las Aduanas.
"Esto es un proceso negativo. Para tener una involución en el acceso a la tecnología no necesariamente tiene que ocurrir una devaluación del tipo de cambio oficial", apunta Juan Luis Bour, economista jefe de la fundación FIEL.
Otra clásica consecuencia de una devaluación es la suba de tarifas en los servicios públicos, dado que estos precios generalmente se atrasan junto con el dólar y luego se corrigen junto con el billete verde.
Hoy, si bien quedaron atrás en términos internacionales, están empezando a moverse hacia arriba. Las alzas en los costos del transporte, los anuncios de aumentos en electricidad en la provincia de Buenos Aires y el incremento de precio en el insumo del GNC son señales elocuentes respecto de una corrección.
Pero si de desventajas se trata, lo que define por excelencia a la devaluación es el malhumor social.
Y esto ocurre sobradamente como consecuencia del "cepo cambiario", que no sólo incomoda a los ahorristas sino que genera fuertes expectativas negativas.
"El Gobierno se desentiende de la trepada del dólar paralelo porque la considera inocua", advierte el consultor Federico Muñoz, quien observa esto como una equivocación.
Y describe las consecuencias: "Instala una referencia inevitable de las expectativas de devaluación, reduce hasta extinguir el ingreso de capitales, alimenta las presiones inflacionarias e instala un clima de zozobra financiera que impacta en la marcha del nivel de actividad".
De manera que, mientras hoy ya se viven muchas de las partes malas de una devaluación, siguen sin percibirse las
consecuencias positivas que tiene para la economía una depreciación de la moneda.
No solamente cayó la industria, sino que el sector agroexportador vive la peor combinación.
Mientras debe pagar muchos de sus insumos al precio del mercado paralelo, debe liquidar sus dólares a la cotización oficial, a la que naturalmente se le sigue descontando un 35% de retenciones.
En definitiva, para los productores de soja, hoy lo que les queda en el bolsillo equivale a un 47% del valor del blue.
Por otra parte, efectos positivos típicos de una fuerte corrección cambiaria, tal como lo es la disminución en la salida de divisas por turismo al exterior tampoco se han producido. Por el contrario, las estadísticas del Indec revelan que en junio pasado salieron del país un 27% más de turistas que en 2011.
Y, además, el gasto realizado fronteras afuera aumentó un impactante 48 por ciento.
Sin margen para devaluaciones exitosas
De todas las consecuencias positivas que típicamente conlleva una devaluación, la que se nota más rápidamente es una caída en la salida de divisas, como consecuencia del encarecimiento que se produce sobre los bienes importados.
Ha ocurrido en 2002, y luego en 2009: bajan las importaciones y eso ayuda a que se equilibren las cuentas nacionales.
Ahora también hay una caída de importaciones... pero de una forma que no sólo resulta ineficiente para la economía, sino que además despierta el enojo de los países vecinos, porque implica altas dosis de arbitrariedad.
"Este cierre de la economía, al contrario de lo que supone el Gobierno, no hace que mejore la competitividad del país, sino que la empeora. Se cortan los lazos con el resto del mundo, cae la inversión y se pierde el acceso al crédito. Esto es como pensar que Corea del Norte es el país más competitivo del mundo", argumenta Bour, de FIEL.
De todas formas, esto no debe llevar a la conclusión de que haya entre el gremio de los economistas un convencimiento generalizado de que el Gobierno debiera corregir de un plumazo la brecha cambiaria.
Por el contrario, hay un extendido escepticismo sobre el éxito de una medida de ese tipo.
"Una corrección del tipo de cambio hoy provocaría un efecto de muy corto plazo, porque inmediatamente generaría un contagio a los precios, con lo que cualquier ganancia de competitividad se terminaría diluyendo", afirma Diego Giacomini, economista jefe de Economía & Regiones.
O, habría que agregar, lo que la mayoría cree, que es que no tendría sentido devaluar si esa medida no estuviera acompañada de un plan más amplio que se enfocara en el gasto público y en la inflación.
"Pero el Gobierno no está dispuesto a rectificar el rumbo. Entonces le resulta más fácil transformar todo en un tema político y decir que hay un ‘club de devaluadores' que quiere perjudicar la economía, cuando lo cierto es que la actividad se frenó por la pérdida de competitividad y el mal clima de negocios", sostiene el consultor Dujovne.
En definitiva, hoy la situación fiscal no dejaría espacio para una "devaluación exitosa" como sí la hubo en 2009. Además, los mecanismos para "devaluar sin devaluar" ya han sido agotados.
Y queda la peor combinación: todos los perjuicios del dólar caro, y ninguno de sus beneficios.