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La era de la polí­tica light

La política light llegó para quedarse? El hastío social por la "crispación" lleva a un nuevo estilo de "buena onda". Y algunos temen que esta nueva etapa implique el fin de los grandes debates.
25/10/2013 - 20:52hs
La era de la polí­tica light

La mayoría de los discursos de la última campaña tienen una característica en común: es imposible discrepar con ellos. ¿Quién puede estar en contra de preservar lo que se hizo bien y corregir lo que está mal? ¿Cómo disentir con alguien que dice que es bueno que haya más seguridad, que el país crezca y genere empleo, que sea más inclusivo y desarrollado?

¿Habrá alguien que se oponga y que diga que sería preferible eliminar lo que se hizo bien y preservar lo que no funciona?Esta sensación de obviedad no sólo lleva a que las declaraciones políticas se hayan equiparado a las de los futbolistas antes de un partido importante -¿qué otra cosa pueden decir salvo que harán todo lo posible por ganar?-, sino que implica algo peor: la imposibilidad del debate.

Si todos hacen de "la felicidad" el eje de su campaña, entonces no hay mucho más que hablar, porque ninguno de los postulados tiene la contracara de un costo que pagar.

La inflación es mala -al punto que hasta Daniel Scioli la admitió sin tapujos-... pero no se explica que para bajarla tal vez haya que cortar gasto estatal. La crisis de los exportadores regionales debe ser corregida... pero ni se menciona que probablemente para ello se necesite un dólar más alto. El colapso energético requiere solución urgente... pero nada de insinuar que quizás no se pueda seguir viviendo con facturas de luz y gas a un tercio de lo que se paga en los países vecinos.

Como observó el filósofo Tomás Abraham, cuando este es el tono de la campaña, entonces la contienda empieza a perder contenido y pasa a asemejar a un concurso de belleza donde "lo que cuenta es el rostro, la dicción y la simpatía".

No por nada una de las características más notables de la campaña fue el escaso interés que despertaron los programas políticos, y la preferencia de los candidatos por ser entrevistados por Alejandro Fantino o cocinar junto a Maru Botana.

"En cuanto a las propuestas, los programas, los equipos, las plataformas, todo eso tiene una abstracción que no va más allá de un postulado intencional. Aquello que ‘debería ser' reúne a votantes y candidatos en el reino de los cielos en donde sólo hay armonía", argumenta Abraham.EL NUEVO MODELO DE POLÍTICO

La liviandad de la campaña ha despertado la sospecha y la crítica de intelectuales, politólogos y analistas varios, que adivinan que este cambio va mucho más allá de una mera estrategia electoral sino que, por el contrario, abre una nueva etapa. La era de una política light hecha de gestos, frases y tácticas maketineras para "posicionar" a un candidato, que sustituye a la discusión de cierta complejidad argumentativa o con una carga ideológica que suena anticuada.

Muchos ven en Sergio Massa al abanderado de este nuevo estilo. No es tan claro que haya sido el primero y por cierto no es el único en "descafeinar" el discurso político, pero da la sensación de que es el que mejor maneja el manual del nuevo comunicador."La política es cada vez más gestual y menos discursiva y ello es un fenómeno global. Posiblemente Massa sea quien en la Argentina mejor desempeña la política de gestos en vez de la política de discurso. Es difícil recordar frases de Massa, lemas, consignas, se recuerda una imagen", apunta el analista Rosendo Fraga.

Otros han ido más lejos, como la influyente ensayista Beatriz Sarlo, quien no vacila en calificar al ascendente Massa como "el típico demagogo".

"Da lo que la gente quiere escuchar. No es él, el que propone. Dice la música del momento, el hit. La gente ordena y tiene el discurso del demagogo. No es el único que hay", es el severo diagnóstico de Sarlo, que se declara "asustada con los líderes post-políticos que hay hoy".

Hay, no obstante, un aspecto en el que Sarlo considera a Massa como "un peronista de pura cepa". Pero no tiene que ver con sus ideas, sino con su estrategia de alianzas, en las cuales exhibe una amplitud de admisión que hace que sea cual sea el pasado del nuevo aliado, será aceptado para formar parte del nuevo proyecto.

"Para organizar el pan-peronismo no hay que hablar claro, sino que es necesario hacer gestos verbales. El primero de Massa fue una cinta de lugares comunes, encabezados por el mantra ‘la seguridad'", castiga Sarlo, convencida de que Massa es el exponente del líder que se mimetiza con la opinión pública, repitiendo lo que dicen las encuestas.

"Si dijera el mayor problema de la provincia de Buenos Aires es la indigencia, el hacinamiento, el desempleo juvenil, el narcotráfico y las policías corruptas, estaría definiendo un diagnóstico. Si machaca "la inseguridad" como un conjuro, sus audiencias escuchan exactamente lo que ellas dicen todos los días", agrega la ensayista.

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Es altamente probable que a Massa no le interese demasiado este tipo de análisis, habida cuenta del éxito electoral que ha cosechado. Sin embargo, tuvo un gesto que señala que es probable que los haya visto y que haya pedido asesoramiento sobre cómo responder a las acusaciones de liviandad. En la parte final de la campaña, protagonizó un spot televisivo en el cual decía: "Hay políticos que dicen lo que la gente quiere escuchar. Yo prefiero escuchar lo que la gente quiere decir".

Hay que reconocer que la frase refleja cierta habilidad discursiva, aunque no termina de responder la acusación de "liviandad". Primero, porque su foco en la voluntad de "escuchar" es casi una confirmación de que la opinión pública es el principal factor moldeador de su programa. Y segundo, porque el propio spot se inscribe dentro de la lógica de la política marketinera: al verlo, es posible imaginarse la situación de un asesor de imagen probando gestos, frases y tonos para que parezca que el candidato no vive pendiente de sus gestos frases y sus tonos.EL KIRCHNERISMO SE "MASSIFICA"

Pero sería injusto circunscribir a Massa este nuevo estilo "light". Más bien al contrario, también fue adoptado por otros candidatos, y muy notoriamente por los mismos kirchneristas que critican su liviandad.

El hecho de que Cristina Kirchner haya dejado la campaña en manos de Scioli y Martín Insaurralde implicó un notorio cambio de tono en el oficialismo. Así, la clásica "crispación", las apelaciones épicas del "relato" de la presidenta y su gusto por la antinomia -sintetizadas en el eslogan "en la vida hay que elegir"- dieron lugar a la filosofía optimista del gobernador bonaerense.Lejos, por bien lejos de las teorías de Ernesto Laclau -que sostiene que el gobierno debe exponer sus políticas en términos de conflictos de intereses-, podría decirse que el kirchnerismo "massificó" su discurso. Y a partir de ese momento, la campaña pareció un torneo de "buena onda"."Los discursos de Massa y Scioli se parecen mucho. Al fin y al cabo, el gobernador empezó a hablar de inseguridad, admitió que hay que luchar contra la inflación y que hay que pasar del crecimiento al desarrollo, un concepto muy propio de Roberto Lavagna", observa Marcos Novaro, director del Centro de Investigaciones Políticas."Los dos están buscando lo mismo: la misma zona gris donde están esos votantes que creen que las cosas están mal pero que también podrían estar mucho peor", agrega el politólogo.

No es el único que ablandó el discurso. Fuera del peronismo, hasta los más críticos del gobierno también adoptaron la filosofía de "mirar al futuro" sin muchas especificidades sobre las malas noticias que puedan llegar a futuro.

Así, Federico Sturzenegger fue conminado por el PRO a hablar generalidades, luego de haber dicho hace algunos meses que se necesitaría una devaluación del 40 por ciento, un típico error de economista poco sensible a los temas tabú de una elección. Lo cierto es que el gobierno debería darle las gracias a Sturzenegger por pensar que el dólar debería cotizar a $8,20 en vez de los más de $10 del mercado paralelo.

A partir de allí, y tras ser fustigado por el kirchnerismo, el candidato a diputado se limitó a críticas más generalistas. Ya anteriormente otros candidatos habían quedado fuera de la campaña por tener un tono demasiado ríspido para estos nuevos tiempos. Un caso fue el de Carlos Melconian, que fue descartado como candidato a senador porque, según él mismo evaluó, "el perfil que uno tiene luce alto para una campaña de este tipo".

Y, por si quedaban dudas al respecto, terminó de despejarlas en un evento financiero: "Decir que vamos a respetar lo bueno que hizo el gobierno es no tener huevos para decir la verdad, por parte de la oposición".

En ese momento, Mauricio Macri habrá confirmado que había tomado la decisión correcta: esta fue la campaña donde todos se sintieron en la obligación de dejar explícitamente claro que había que preservar lo bueno y arreglar lo malo.

Lo cierto es que hoy a Fito Páez le resultaría difícil repetir su antológica frase -"da asco la mitad de Buenos Aires"-. A fin de cuentas, si lo que le irritaba era la estética "tinelliana" de los actos del PRO, con su lluvia de papel picado y su clima de cumpleaños, eso es lo que también hoy predomina en los actos kirchneristas -por no hablar del uso del romance Insaurralde-Jesica Cirio como herramienta de "posicionamiento de marca"-.

Todo un problema. Es difícil indignarse y pelearse con un adversario que habla a favor de "trabajar para la gente", sobre todo si el candidato propio dice exactamente lo mismo.

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