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La pregunta ya no es cuánto valdrá sino si sirve: ¿por qué se mantiene dólar oficial a $6?

Se quejan sojeros, industriales, no ayuda a atraer inversiones y complica a economías regionales. Tampoco sirve para moderar inflación. En busca del porqué
13/11/2013 - 10:06hs
La pregunta ya no es cuánto valdrá sino si sirve: ¿por qué se mantiene dólar oficial a $6?

A esta altura, ya ni en el Gobierno queda gente que discuta que no existe un atraso cambiario. Sin embargo, una corrección devaluatoria de importancia sigue figurando al tope entre los temas tabú.

Ante esta situación, la pregunta casi obligada es si el Ejecutivo encuentra algún beneficio en mantener un dólar oficial "barato".

Y este interrogante cobra aun mayor significado al ver que la cotización oficial dejó de ser referente, no le sirve a muchos sectores claves de actividad y, lo que es peor, los complica. 1. No le sirve al sector agro-ganadero 

Los que están orientados a la exportación, como el sector sojero, reciben pocos pesos por cada dólar que ingresa al país.

Más aun. Como al bajo valor oficial incluso se le aplica el 35% de retenciones, su tipo de cambio resulta sumamente desventajoso ($3,88). Esto deriva en algo que incluso complica también al Gobierno: la especulación.

Tal es así que hoy día se mantiene guardado en silobolsas un volumen de soja del orden de los u$s4.500 millones. "Mientras haya esta brecha cambiaria, está todo dado para que la situación siga así", afirma Marina Dal Poggetto, economista del Estudio Bein.

2. No sirve de ayuda a la industria nacional

Un gran argumento del modelo K es el que fuera planteado por Axel Kicillof, hace un año. El viceministro argumentaba que un dólar barato iba a favorecer la industrialización, ya que le permite a los empresarios comprar bienes de capital y renovarse tecnológicamente.

Sin embargo, la realidad se encargó de contradecir su postura: prácticamente el actual tipo de cambio no movió la aguja en la adquisición de maquinarias, mientras que -paradójicamente- potenció el boom de autos importados, y de viajes al exterior.

Es que, a la hora de invertir, el empresario toma en cuenta otras variables que van más allá del tipo de cambio, como por ejemplo si podrá repagar el crédito y si el mercado tiene perspectivas de crecimiento como para justificar ese desembolso. 3. No sirve para atraer inversiones privadas

El estancamiento en las inversiones es, tal vez, uno de los mayores costos que está sufriendo la economía como consecuencia del atraso cambiario.

¿El motivo? pocos están dispuestos a traer dólares, liquidarlos al tipo de cambio oficial, soportar costos internos que crecen por encima de la tasa de devaluación y, finalmente, tener dificultades para recuperar las divisas y girar utilidades.

Este desincentivo a invertir en el país que genera la brecha cambiaria es una de las causas que desalienta la llegada de capitales. Por cierto, un informe de la Cepal señala que mientras que en la región las inversiones externas crecieron a un ritmo de 31%, en la Argentina lo hicieron a un magro 3%.

Ahora, con el plan Baade, el Gobierno busca atenuar la problemática que trae un mercado desdoblado. La iniciativa oficial apunta a que las empresas puedan invertir en estos bonos dolarizados para luego -a través de un mercado secundario- venderlos y hacerse de pesos a una paridad más cercana al blue que al valor oficial.

Este punto -todavía en tratativas- fue uno de los requisitos planteados por el grupo Bulgheroni para traer u$s500 millones y hacer efectivo su ingreso como inversor en Vaca Muerta.  4. No le sirve a las economías regionales

En el ranking de los más perjudicados por el atraso cambiario, posiblemente uno de los primeros puestos lo ocupen las economías regionales, que han visto disminuir sus márgenes de rentabilidad, por la combinación letal de un precio en dólares que ellos no pueden cambiar y costos cada vez más altos.

Una investigación de la Fundación Mediterránea muestra cómo una gran diversidad de productos que se elaboran en las provincias para luego ser exportados ha sufrido pérdidas de rentabilidad en niveles de hasta 60% en comparación con el año 2007, cuando asumió Cristina Kirchner.

"El dólar ha crecido a un ritmo menor que la inflación y, por lo tanto, los exportadores notan que sus márgenes de ganancia se van deteriorando día a día", analiza Jorge Day, autor del informe.

5. No les sirve a los importadores

Podría suponerse que los importadores son los grandes beneficiarios del modelo: un dólar barato hace que los productos importados sean más accesibles y se disparen las ventas.

Sin embargo, si bien tienen buenos números de crecimiento, su "éxito" se ve limitado por las restricciones a la importación que impuso el Gobierno.

"Hay unas 5.000 empresas medianas y pequeñas que están teniendo problemas para operar en la Argentina, dado que los permisos para ingresar insumos no están saliendo con la celeridad necesaria", afirma Miguel Ponce, gerente de la Cámara de Importadores de Argentina.

Por otra parte, la política de fomentar una industria de ensamblado de partes traídas de afuera ha motivado, en muchos casos, que el precio final de venta fuera superior al internacional.

6. Ya no sirve para moderar la inflación

El argumento tradicional para retrasar el tipo de cambio es su uso como "ancla" de los precios. Es decir, como una forma de combatir la inflación.

Aun admitiendo que, durante un tiempo, el dólar haya ayudado a cumplir la función de ponerle un tope a la suba de bienes y servicios, queda claro que con el paso del tiempo esta receta ha ido teniendo un efecto decreciente.

"Antes funcionaba mejor lo del ancla cambiaria, pero hoy su utilidad es casi marginal. La inflación sigue alta aun habiéndose atrasado el tipo de cambio", apunta Mariano Castillo Carrillo, director de la consultora ACM.

"El Gobierno llegó a una situación de frazada corta, porque para contener los precios necesita que los productos importados le compitan a los locales. Pero como el atraso cambiario genera falta de dólares, termina poniendo cupos a la importación lo que restringe la oferta", agrega.

Por otra parte, una vez que el mercado cambiario se desdobló e irrumpió el dólar paralelo, el ancla ha perdido buena parte de su eficacia, porque parte de los precios de la economía empieza a tomar como referencia al blue.

7. No sirve para mejorar la distribución del ingreso

Un dólar barato genera, al comienzo, una percepción de incremento en el ingreso, dado que los salarios aumentan en esa moneda y es posible acceder a productos importados que empiezan a ser más accesibles.

"Aparece la sensación de que hay mayor poder de compra. La gente puede adquirir más bienes por el atraso cambiario y eso genera una percepción de mayor bienestar. Sin embargo, esto no se puede sostener en el tiempo", observa el economista Gabriel Rubinstein.

Lo cierto es que la historia argentina ha demostrado muchas veces cómo el atraso cambiario termina siendo una fuerza recesiva, ya que no sólo encarece la producción local -en términos de dólares- sino que le resta potencia exportadora al país, al tiempo que abarata la competencia importada. Esto suele tener su peligroso correlato en el desempleo.

"Este año, el desempleo crecerá aproximadamente un punto porcentual y para fin de año los salarios subirán por debajo de la inflación y de la depreciación del tipo de cambio oficial", advierte Miguel Kiguel, titular de la consultora Econviews.

8. No sirve a los fines políticos

El atraso cambiario no está sirviendo ni siquiera para lo que puede suponerse es el beneficio principal de una política de este tipo: la popularidad de un Gobierno que apuesta a sacar rédito de un boom de consumo.

Ocurre en la Argentina la situación, aparentemente paradójica, de que aquellos sectores de la clase media que más rédito le han sacado al dólar barato -ya sea por consumo de autos, tecnología y viajes- son los que han votado mayoritariamente en contra del oficialismo en las últimas elecciones (ver nota: "Cristina y la teoría de la ingratitud"). En busca del por qué

Si no sirve para la industria ni para el campo, si ahuyenta inversiones y no ofrece rédito electoral, ¿hay que concluir que mantener el dólar oficial por debajo de los $6 es sólo por una cuestión ideológica? ¿O para no darle el brazo a torcer al "club de los devaluadores"?

Tal vez sea así, pero hay un argumento que podría explicar la insistencia del Ejecutivo en persistir con una cotización para la divisa que, al decir de Roberto Lavagna, hoy día "nadie toma en serio".

Para algunos analistas la explicación hay que encontrarla por el lado del colapso energético, que ha llevado al país a ser dependiente de importaciones de gas y petróleo en cantidades crecientes.

Las estimaciones indican que este año se comprará energía por u$s13.000 millones, con un "rojo" neto de u$s7.000 millones.

Un dólar más alto implicaría la necesidad de más pesos -más esfuerzo fiscal- para destinar a este rubro, argumentan algunos economistas.

"Esta situación hace que se relativice el clásico beneficio de las devaluaciones, que era el de licuar el gasto público en términos de dólares. Porque ahora si hubiese una devaluación fuerte esto obligaría también a aumentar fuerte los subsidios", afirma Rubinstein.

"En este momento, una corrección cambiaria ya no traería un alivio fiscal muy importante, y además pondría una presión adicional para un ajuste de las tarifas de los servicios públicos", agrega.

Su visión es compartida por la mayoría de los analistas, que creen que si el atraso cambiario es perjudicial, una devaluación brusca puede traer incluso más problemas.

"La ganancia de competitividad que trae una brusca corrección cambiaria sólo se cumple si los precios en pesos no se mueven, o lo hacen por debajo del dólar. Si no, el efecto es nulo", argumenta Henry Lubel, economista de la consultora Claves.

Y agrega: "Hoy existe riesgo de que con una devaluación, haya un contagio a más inflación".

En definitiva, el dólar bajo ya no le sirve a nadie, pero devaluar tampoco es la solución.

Un dilema difícil de resolver, ya que requiere la pericia de técnicos que sepan desarmar bombas de tiempo.