El plan secreto de Sturzenegger para el dólar: quiere aplicar el "modelo australiano"
Cuando los Gobiernos se encuentran en encrucijadas complicadas, la inspiración puede llegar de los lugares menos pensados.
De Australia, por ejemplo, cuya política cambiaria está siendo estudiada minuciosamente por el Banco Central para ser aplicada como el modelo a seguir para la economía argentina.
En un contexto en el que la preocupación vuelve a ser -como tantas otras veces- incurrir nuevamente en atraso cambiario, la búsqueda de modelos alternativos se ha transformado en una de las ocupaciones principales de los funcionarios.
Por lo pronto, Federico Sturzenegger tiene la clara determinación de no repetir la experiencia de su antecesor, Martín Redrado.
Recuerda que en la primera etapa kirchnerista se sostenía la cotización por la vía de volcar pesos al mercado.
Al actual titular del Banco Central le encanta el "modelo australiano" y está dispuesto a seguir sus enseñanzas. De hecho, no es la primera vez que ese país aparece en los radares de los funcionarios públicos.
Cada tanto, la aspiración de los gobernantes por poner a la economía argentina en la misma escala que la de la nación oceánica se hace pública.
Ese deseo, incluso, mereció que el economista Pablo Gerchunoff -ex secretario de Programación Económica en tiempos de José Luis Machinea como ministro- le dedicara un libro.
Ambos países tienen algunos puntos en común: diversidad climática, baja densidad poblacional y enormes recursos naturales. Sin embargo, en lo que se refiere a sus economías, los caminos han sido muy divergentes.
Dicho de una manera llana: a ellos les va mejor. Mucho mejor. El producto bruto más que duplica el argentino y el PBI por habitante es cinco veces superior.
No hay una única respuesta para explicar semejante desventaja en contra de la Argentina.
Un aspecto que aparece como el más mencionado por los investigadores es la diferencia en el funcionamiento institucional, mucho más estable y creíble a favor de Australia, algo que contrasta con la siempre volátil política de la Argentina.
En la comparación, explica Gerchunoff, también jugó a favor de ese país la mayor demanda japonesa.
A contramano de los vecinos
En las charlas con economistas y funcionarios, Sturzenegger suele poner a la economía australiana como el ejemplo a seguir.
Esto, por considerar que fue uno de los países que logró con éxito sortear la trampa de la apreciación cambiaria cuando todos sus vecinos fueron víctimas de una burbuja.
Asegura que la economía de ese país cambió a partir de 1983, cuando puso en marcha una profunda reforma, con algunas semejanzas a lo que más tarde ocurrió en la Argentina durante el menemismo.
"En 1983, en Australia, la inflación era del 17%; el desempleo, del 10%; el crecimiento, de 2% negativo; los déficit de cuenta corriente y el fiscal habían subido a niveles récord, insostenibles", rememora la ex embajadora Patricia Holmes.
El encargado de poner en marcha ese año las reformas fue el entonces flamante gobierno de centroizquierda, encabezado por un sindicalista: Bob Hawke. Los principales cambios incluyeron:
-Una reforma comercial
-Cambios en el esquema tributario (más base impositiva, menos tasas)
-Una férrea reglamentación de defensa de la competencia
No obstante, la modificación más sustancial fue el tipo de cambio, que pasó a ser flotante.
Y esta decisión le abrió al país las puertas a otras transformaciones de fondo que fueron sucediendo.
Según afirma el propio Sturzenegger, la determinación de mantener una flotación de su moneda le permitió, entre otras cosas, surfear sin mayores problemas la crisis que en 1997 sacudió a los tigres y "tigrecitos" asiáticos, que luego se expandiera a Rusia y Brasil.
"Ese año, Australia se graduó, porque se convenció de que para crecer de manera sostenida era necesario manejarse con un tipo de cambio flotante, sin atarse a un nivel del dólar para contener la inflación", explica.
Su convencimiento es tal que personalmente se ocupa de transmitirle a su equipo que Oceanía es "un faro".
De hecho, fue Nueva Zelanda quien propició, en 1990 y por primera vez, las metas de inflación, la regla que guía a Sturzenegger.
Claro que tanto este sistema para controlar los precios como el régimen de flotación cambiaria no resultan suficientes cuando hay un ingreso masivo de capitales que presiona hacia abajo la cotización del dólar.
De hecho, esto fue lo que le ocurrió en la última década a los países latinoamericanos, que vieron apreciarse sus monedas hasta que -con la reversión del flujo- debieron devaluar.
En el caso australiano, la elección de una política cambiaria estuvo acompañada de otras medidas estructurales, vinculadas con la determinación de abrir la economía.
Esto ayudó a que el flujo de divisas entrante se viera atenuado por una fuerte salida de dólares para pagar importaciones, de manera que no se presionó a una excesiva apreciación de la moneda local.
Consultado por iProfesional, un miembro del equipo económico afirma: "Australia es un caso muy interesante, porque la flotación le permitió abrirse al mundo sin los traumas que sí sufrió la Argentina cuando quiso hacerlo, ya sea con tipo de cambio fijo (convertibilidad) o similar (tablita)".
"En nuestro país padecemos que se asocie 'apertura' a un mayor nivel de desempleo, en gran parte por culpa de esas experiencias", prosigue.
La visión de Sturzenegger es que a la Argentina le falta convencerse de lo mismo.
El funcionario considera que el país sucumbió cada vez que utilizó el tipo de cambio como ancla de otras variables.
La última vez fue a finales de 2015, cuando se vio obligado a devaluar en medio del cepo cambiario y de una fuga de capitales masiva y permanente.
Sturzenegger está convencido de que la salida de la crisis "esta vez no será por el camino más fácil, porque ese atajo termina mal".
Más aun, está decidido a mover las fichas para que, una vez que se hayan ordenado las variables tras la devaluación de diciembre, la economía muestre signos de crecimiento robusto y a largo plazo.