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Científicos descubren con un algoritmo que las protagonistas suelen aparecer desempeñando papeles más sumisos y pronunciando oraciones menos imperativas
26/12/2017 - 13:44hs

Las princesas Elsa y Anna son las protagonistas de Frozen, película de animación de Disney de 2013 que llegó a ganar dos premios Óscar.

La primera, que es la mayor, posee unes poderes ingobernables sobre la nieve y el hielo, de ahí el título del largometraje. Su hermana menor pasa la mayor parte del tiempo intentando salvar su reino. Elsa toma sus propias decisiones hasta el punto de que es capaz de impulsar su destino.

Anna, en cambio, fracasa constantemente al tratar de rescatar a la otra princesa, por lo que, a menudo, necesita ayuda masculina. Ella encarna la mayoría de características que todavía hoy atribuye la industria cinematográfica a las mujeres, dependientes de los hombres.

Ésta es la principal conclusión de un estudio presentando recientemente por un equipo de investigadores de la Universidad de Washington (Estados Unidos) en el que, tras aplicar métodos de aprendizaje automático (machine learning), se constata que el escaso grado de poder que ejercen personajes como Anna es equiparable al que tenía la Cenicienta hace sesenta años, “un hallazgo bastante triste”, como señala uno de los autores de este informe, Maarten Sap.

Su trabajo, defendido en la conferencia de 2017 sobre métodos empíricos en el procesamiento del lenguaje natural celebrada en Copenague (Dinamarca), incluye casi 800 secuencias de filmes de todos los géneros: comedia, drama, acción, suspense, terror, ciencia ficción…

Como recuerda este equipo de científicos norteamericanos, ellas suelen aparecer desempeñando papeles más sumisos y pronunciando oraciones menos imperativas que ellos.

El tono habitual de las frases de los hombres sería: “¡Trae mi caballo!”. Las mujeres se expresarían así: “Quizás esté equivocada”. Pero el sesgo no está sólo en las palabras, también en la forma en que unos y otras son retratados en las narraciones.

La denominada “dimensión de poder” muestra si alguien tiene autoridad sobre otro sujeto. En este aspecto, otro participante en el proyecto, Ari Holtzman, indica: “Cuando un personaje femenino implora algo a su marido, se evidencia la posición superior del hombre”.

Así, “descubrimos que reiteradamente pasa eso en los guiones de Hollywood”. Verbos de baja potencia como preguntar, necesitar, disculparse, pasar, aguardar o relajarse les son aplicados a ellas en las películas. Otros como preparar, construir, destruir, terminar, asignar, componer o traicionar son abiertamente masculinos.

Por si eso no fuese suficiente, los actores salen en pantalla más tiempo que las actrices, y hablan más que ellas: el 71,8% de las palabras que se dicen salen de sus bocas. Estas diferencias se dan incluso si quienes han escrito los diálogos o han realizado los filmes son mujeres. “En estos casos, se mantienen los prejuicios de sexo”, asegura Hannah Rashkin, coautora del estudio.

Su fórmula va más lejos que el llamado test de Bechdel, que pivota alrededor de tres ejes muy sencillos: en el largometraje hay, al menos, dos personajes femeninos; ellas conversan entre sí en algún momento; el diálogo versa sobre un tema distinto de los hombres, ya sean parejas, familiares, etc.

Además, el grupo prevé ampliar el instrumento que ha diseñado para que sugiera soluciones que contribuyan a acabar con esta desigualdad.

Otra profesora vinculada a este trabajo, Yejin Choi, se muestra esperanzada ante la posibilidad de que su aportación “ayude a los guionistas y los directores a equilibrar el poder que conceden a hombres y mujeres en las películas”.

De hecho, su sistema no está limitado al cine, puesto que puede trasladarse sin demasiados problemas a la literatura, el teatro, etc. “Ojalá esta herramienta evite que se perpetúen distorsiones que están profundamente integradas en nuestro lenguaje”, concluye Choi.