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Fue a fines de 2005, después de un cruce de cartas que también involucró al premio nóbel Pérez Esquivel                               
10/09/2017 - 15:42hs

En 2004, una comunidad mapuche, la comunidad Santa Rosa, conformada por el matrimonio de Atilio Curiñanco y Rosa Nahuelquir, había ocupado tierras de Benetton en la Patagonia.

Se habían sentado con sus usos y costumbres sobre el cuartel Santa Rosa, de la estancia Leleque: 600 hectáreas todas pertenecientes al grupo italiano, que los mapuches reclamaban como territorio sagrado, como la tierra de sus ancestros.

El caso había obtenido trascendencia mundial. Y era para Benetton, más que un dolor de cabeza: una guerra de poderosos contra débiles que comprometía su predica de inclusión United Color. Pero se complicó todavía un poco más porque en aquel tiempo también apareció la Gendarmería con una orden judicial y los mapuches terminaron desalojados, devueltos a una casa de mampostería en la periferia de Esquel.

Empezó, entonces, otra etapa del reclamo: un juego dialéctico de grandes ligas, con abogados corporativos versus indigenistas pujando en la Justicia local y con Benetton y Pérez Esquivel discutiendo en medio de la comunicación masiva. La primera carta, del nobel argentino, convertido en vocero de los mapuches, está fechada el 14 de junio de 2004. Es una misiva post desalojo, consigna Clarín.

La carta dice: “Al escribirle la presente carta (...) lo hago entre el asombro y el dolor de saber que usted se ha valido del dinero y la complicidad de un juez sin escrúpulos,para quitarle las tierras a una humilde familia de hermanos Mapuches, en la Provincia del Chubut, en la Patagonia Argentina...” Sigue: “Debe saber que cuando a los pueblos originarios les quitan las tierras los condenan a muerte; o los reducen a la miseria y al olvido: Pero siempre existen los rebeldes que no claudican frente a las adversidades y luchan por sus derechos y la dignidad como personas y como pueblos”.

Señor Benetton, devuelvale las tierras a esa gente. Sería un gesto de grandeza moral. (…) Le pido que viaje a la Patagonia y se encuentre con los hermanos Mapuches y comparta con ellos el silencio, las miradas y las estrellas"

“Señor Benetton, devuelvale las tierras a esa gente. Sería un gesto de grandeza moral. (…) Le pido que viaje a la Patagonia y se encuentre con los hermanos Mapuches y comparta con ellos el silencio, las miradas y las estrellas. (...) Todos pasamos por la vida, cuando llegamos estamos partiendo y nada podemos llevarnos; pero sí podemos dejar a nuestro paso las manos llenas de esperanzas a fin de construir un mundo más justo y fraterno ”.

Benetton no demoró en responder. Fue también por carta. "Estoy convencido -planteó el millonario- de que un diálogo civil entre las partes representa el único camino para poner de acuerdo las distintas posiciones. Con más razón si se trata de un tema complejo como el de las tierras patagónicas que presenta complicados aspectos históricos, sociales y económicos, que toca a numerosos grupos étnicos además de dos gobiernos latinoamericanos, que presenta interrogativos morales y filosóficos antiguos como el mundo".

 "Dadas las características de la empresa que se está desarrollando en Argentina, parece poco generoso describir mis propiedades como latifundios medioevales y a nosotros como señores feudales". Y no dejó de lado aspectos filosóficos y sociológicos en su respuesta al Premio Nobel, que había puesto en tela de juicio la propiedad de la tierra preguntándose en su carta "quién ha comprado la tierra de Dios". "Con esa pregunta -respondió Benetton- usted reinicia un debate sobre le derecho de propiedad que, no importa lo que se piense, representa el fundamento de la sociedad civil".

Para Benetton, la propiedad entendida según el derecho romano. Para los mapuches, el sentido de pertenencia a la tierra, pero no de dominio. Pero en noviembre de 2005, en medio de las cartas intercambiadas, Luciano Benetton, hizo su jugada: ofreció donar 7500 hectáreas a los mapuches en el corazón de Chubut.

Concretamente en Piedra Parada, un paraje lunar, al pie del río Chubut. Una tierra prometida, llena de posibilidades. El magnate pretendía resolver el asunto, utilizando como mediador al gobierno argentino. Proponía que fuera el garante de la operación, que recibiera las tierras y luego se las otorgara con un fines de desarrollo social a las comunidades.

Pero del otro lado vino un no rotundo. Los mapuches no querían cualquier tierra, sino el territorio ancestral, el lugar de los suyos, ese predio de arbustos y felichilla patagónico, destemplado y desabrido, en los bordes de la estepa, que había sido, según palabras de Atilio y Rosa, el lugar de sus padres y abuelos. 

La donación nunca se hizo efectiva.