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Un gurú de Wall Street, Bill Gross, se ocupó esta semana de ser el primero en declarar el final del mercado alcista secular de la renta fija
14/01/2018 - 12:28hs

Ninguna bonanza más sostenida que la de los bonos del Tesoro de los Estados Unidos. Es un auge nacido cuando la alta inflación parecía un destino escrito en piedra y los rendimientos orillaban el 16 por ciento, señala José Siaba Serrate.

Que una tendencia que se remonta a 1981 persista, con sus luces y sombras pero sin quebrar nunca la senda a la baja de las tasas largas, es notable. Sin embargo, nada dura por siempre. Y, como ya ocurrió el año pasado, en estas mismas fechas, el horizonte se cargó rápido de nubarrones.

Tanto, que un gurú de Wall Street, Bill Gross, en su momento el administrador del mayor fondo de bonos en el mundo, se ocupó esta semana de ser el primero en declarar el final del mercado alcista secular de la renta fija, el arribo de la era del hielo para los bonos y su contrapartida de peligroso ascenso de las tasas largas. Inquietante cuando se parte de rindes muy comprimidos (2,5%) que, si los guiara la mera repetición de la historia, podrían saltar como un resorte.

Gross disparó la voz de alerta ni bien la tasa de diez años del bono del Tesoro quebró un umbral técnico crítico —el nivel de 2,53%— y perforó así el canal de una tendencia bajista que forjó la Fed de Paul Volcker, cuatro décadas atrás, cuando le doblaba el brazo a la inflación de dos dígitos.

Debemos darle el crédito de la primicia, su ansiedad lo amerita. Sería un error, en cambio, concederle tan pronto la razón. De hecho, una ruptura similar se produjo el año pasado (en un escalón más alto, 2,60%) y probó ser tan solo una falsa alarma (la cuarta emitida desde 2000).

La tasa larga se encabritó entonces de la mano del huracán que prometía ser la presidencia Trump y escaló un punto completo, pero después agachó la frente, archivó su excitación, y en los siguientes seis meses devolvió más de la mitad del ascenso. Nunca es fácil acertar un pleno, señala al matutino Siaba Serrate.

¿Cuáles son las nubes que oscurecen hoy el panorama? En diciembre, la reforma tributaria del presidente Trump se convirtió en ley y engrosó las proyecciones de déficit fiscal en no menos de un billón de dólares (a lo largo de una década).

La oferta de bonos, en consecuencia, crecerá vigorosa (más aún si Trump logra reflotar su plan de infraestructura) mientras la Fed (el principal inversor) se aboca a reducir sus tenencias. Dejará que expiren obligaciones del Tesoro por 420.000 millones de dólares sin renovarlas al vencimiento. Y continuará así en los años sucesivos, adelgazando un portafolio de más de 4,2 billones de dólares, sin prisa pero sin prever detenerse tampoco.

La provisión de liquidez de la banca central irá en retroceso en más de un frente. Si la economía mantiene su andar, y peor si recalienta, la Fed sumará tres subas de tasas cortas en 2018 (llevando el piso de los fed funds a 2%/2,25%) y otras tres en 2019 (superando así el nivel actual de los rendimientos a diez años). Y los aumentos de tasas cortas ya empezaron en Canadá y Gran Bretaña con chances de propagarse (a los países nórdicos, Australia y Nueva Zelanda) a medida que se consolida una recuperación sólida en la geografía mundial.

El Banco Central Europeo marcha con rezago, no tocará sus tasas cortas (hoy negativas) hasta terminar con su programa de adquisición de bonos (la expansión cuantitativa). No obstante, en el margen también recorta su impulso: planea comprar la mitad de los activos que en 2017.

Dos condimentos de última hora le pusieron pimienta a las expectativas. ¿Será que el Banco de Japón —el único, con el Banco Nacional de Suiza, que se aferra a mantener tasas largas en cero— aspira a achicar la compra de bonos? Y más punzante aún, ¿China evalúa suspender las compras de bonos del Tesoro de los Estados Unidos, como afirma un cable de Bloomberg? ¿Será la carta en represalia si Trump avanza con restricciones en el comercio bilateral?

Es probable que lo primero sea un malentendido y lo segundo un globo de ensayo urdido adrede en Beijing, pero ambos agitan las aguas. Conviene recordar sí que China ya no es lo que era, hace tiempo que no acumula reservas sino las pierde en aras de estabilizar un yuan presionado por la fuga de capitales. Y por ello en 2016 fue vendedor neto de 188.000 millones de dólares en bonos del Tesoro. ¿Y qué pasó entonces? Nada. Ese año la tasa larga tocó su mínimo histórico: 1,32%.

¿Habrá que pensar, acaso, en un menor apetito de los inversores por la confluencia súbita de incertidumbres varias? A decir verdad, esta semana, la subasta de bonos del Tesoro soportó el chubasco con soltura. La deuda nueva se colocó sin problemas, con una demanda 2,7 veces superior a la oferta (el mejor ratio desde junio de 2016) y la más alta participación del segmento no competitivo, donde tallan fuerte los inversores extranjeros, desde agosto de 2016. A estas tasas en alza hay crispación, pero, por lo visto, también compradores.

Los temores acechan más allá de los bonos. La suba de las tasas largas, si se quiebra el dique de contención, podría propulsarse con rapidez —digamos a un umbral del 3%— a caballo de un cambio urgente de portafolios y convertirse en una punta de lanza que hiera otros mercados, vulnerables por los excesos de valuación y euforia. La Bolsa podría ser víctima de la carambola. Escaló más de 45% desde febrero de 2016 y el año pasado apenas si registró un traspié fugaz del 3%, precisa Siaba Serrate.

La ironía es que si Wall Street acusara el golpe, los bonos podrían luego beneficiarse como refugio. La clave de la salud de los bonos, como de su bonanza secular, pasa por que la inflación conserve la calma, suba hacia su meta de 2% (la Fed no logra cumplirla por defecto desde 2012) y no se desborde.

La Argentina no es ajena a estos avatares. Para la suerte de la política económica, no existe quizás otro derrotero tan crítico como el de las tasas de interés internacionales. Ocurre que el gradualismo de los cambios consume recursos, y la voluntad de dinamizar la actividad interna obliga a tomar buena parte de ellos fuera del país.

La Argentina se financia a una sobretasa que se monta por encima de la que se le exige a la Tesorería de Washington. Y esa prima se encarece más que proporcionalmente cuando los propios Estados Unidos enfrentan turbulencias y costos financieros en alza.

El ministro Caputo, ya en enero de 2017, colocó deuda anticipándose al enigma que suponía la asunción de Trump. Este año repitió la maniobra temprana capturando u$s9.000 millones, un tercio del financiamiento neto que precisará el país en 2018 (y quizás dos tercios de lo que se piensa tomar en el exterior).

Valió la pena el madrugón. Permitirá ver el entrevero desde el balcón. Si la escaramuza es feroz pero breve — otro “bond tantrum”— preocupará pero no será una complicación. Si no es sólo un berrinche, y se prolonga, habrá que tomar decisiones de política. En esencia, revisar la dosis de gradualismo y achicar las pretensiones de financiación en aras de preservar la calidad del crédito, concluye Siaba Serrate, experto y docente universitario al díario Clarín.